-Acordate que hoy a la noche tenemos el cumpleaños de Mabel-
Siempre que mi mujer incluye en una frase las palabras acordate y tenemos, es para reforzar el concepto de obligación de asistencia a lugares que sabe que son insufribles para mí.
-¿No me digas? ¿Y desde cuando se supone que debería tener en agenda este ineludible… perdón, ineludible no es la palabra correcta… digamos desagradable, bueno no… desagradable tampoco, pero ahora no se me ocurre una peor… compromiso?
-Te avisé hace más de una semana, así que no me vengas con reclamos. Siempre que te aviso que tenemos que ir a un lugar donde están mis amigas empezás a protestar.
- No digas eso. No es cierto. En primer lugar no puedo retener el nombre de tus amigas. Para mi todas se llaman “hola” o “cómo estás”. Y en segundo lugar empiezo a protestar recién cuando estoy en camino. Con tanta anticipación no. Me hace mal.
- Lo que sea, Mabel cumple 50 y hace la fiesta en un salón. Todas van con sus maridos. No puedo ir sola, tenemos que ir los dos.-
-¿En un salón? Pobre… ¿Y se lo cubre la obra social?
-Hacete el boludo si querés. Pero tenemos que estar ahí a las nueve de la noche. Tomá la dirección.- Y me alcanza una tarjeta.
-¡Pero esto queda casi en Surinam! ¿No lo podía hacer en Capital aunque sea?-
No obtuve respuesta. Tampoco importa. Tengo que ponerle onda porque sino ésta tortura será tremenda.
Son las nueve menos diez cuando me entero por medio de un desconocido parado en una esquina del finis terrae bonaerense, que es cerquita, no más de siete u ocho cuadras, pero del otro lado de la vía, y tengo que cruzar por una calle de nombre irreproducible luego de hacer dos por ésta, agarrar la que sale en diagonal, y en el semáforo “grande” doblar a la izquierda, que ahí, si le pregunto a alguien, me va a saber indicar en seguida. Todo un GPS el chabón.
Diez menos cinco y luego de dar chiquicientas vueltas, logro estacionar casi en la puerta del esquivo salón.
-¡Buenas noches! ¿Su apellido?-
-Maschwitz, Ingeniero Maschwitz- Le respondo con un dejo de obviedad a la blonda recepcionista.
-A veerrrr… mmmm. ¿Con M, no?
-Entre otras…-
Aguardemé un segundito por favor que voy a preguntar.
-¿A quién le vas a preguntar?, sino estoy, no estoy, punto, me las tomo.
-López Arregui- Interrumpe mi amada con pasmosa serenidad y distinción.
-¡Ah! ¡Sí! Adelante, pasen, mesa Nº 6.
Ahora sí que cagamos la bandera. Es con mesa la cosa.
-¡Ahí está Ale!- Gritan al unísono tres que se abalanzan locas de alegría hacia donde estamos nosotros.
Me saludan como si fuese íntimo amigo de ellas, y mienten comentando entre sí que estoy siempre igual. Estuve a punto explicar que evito éste tipo de reuniones para mantenerme así, cuerdo al menos, pero preferí callar y saludar con un beso primero a “Hola”, luego a “Cómo estás” y por último a “Qué hacés, tanto tiempo”. Craso error. Apellido incorrecto. “Qué hacés” es la hermana menor de Mabel, a quien teóricamente jamás vi y no había forma de enmendar con una explicación del tipo: “Te confundí con tu hermana” porque a Mabel el tiempo la había castigado duramente (El referí tuvo que parar la pelea por knockout técnico hace más de una década). Esta mujer luce mucho más joven y muy atractiva, por cierto. En un golpe de suerte, una moza me ofrece un canapé imposible de tomar con una sola mano, que me permite girar y darle la espalda a las cuatro que ya conversan alegremente. La moza se aleja dejándome con el indomable canapé al borde de la desintegración en mis manos, y de frente a una especie de sofá enclavado en una de las paredes de la recepción, donde habían acomodado a seis momias incas con cara de ojete, que luego supe eran tías de Mabel. Sonrío e inclino la cabeza a modo de saludo pero ni se mosquearon. Una sola creo que respondió porque la sorprendí pestañando.
Después de semejante comienzo y cansado de pensar de qué forma me iba a llevar a la boca el inestable canapé, lo hice un bollo junto con la servilleta y se lo intercambié a un mozo por un vaso de cerveza.
-¡Hola Luis!-
-¡Hola! ¿”Cómo andás”? - Cómo me jode que todos sepan quién soy y lo vociferen a los cuatro vientos. “Cómo andás” Es el marido de “Hola”.-
-¿Llegaron bien?-
-Sí, bárbaro, aprovechamos para pasear un poquito por el barrio, pero sin un solo rasguño.-
-Nosotros vinimos en un remis, porque por esta zona no me ubico- Me comenta con aire canchero mientras les hace gestos a otros integrantes del sindicato de maridos y parejas para que se acerquen y agrega. – Fuimos unos de los primeros en llegar.-
-Buenísimo- Atino a decir antes del arribo del resto del plantel de consortes.
-Estamos todos en la misma mesa- Sentencia “Cómo te va”, marido de “Cómo estás”, explicándonos además cómo había hecho para conseguir esa información ultrasecreta de primera mano.
-Buenisimo- repito ante la falta de opciones para elegir el adjetivo correcto, pero coincide con la invitación de una voz en off para ingresar al salón y sentarnos a la mesa, sonando genuino.
El azar quiso que la gran mesa redonda y el importante arreglo floral ubicado en su centro me impida participar de todas las conversaciones, quedando aislado entre la hermana desconocida de Mabel, mi señora y el cerco vivo, motivo necesario y suficiente para librarme de la incomodidad de entablar dialogo con nadie.
La voz en off hace una introducción que augura el arribo de la agasajada con una peculiar música de fondo. Es conocida, pero no encaja con el lugar… estoy seguro de haberla escuchado antes… ¿No es la música de Disney?- Le pregunto al arreglo floral.
La respuesta llegó de inmediato. Sentada en una silla de madera de inmenso respaldo a la que dotaron de rueditas en sus patas, entra Mabel caracterizada de Blancanieves, munida de una varita que remata en una estrella dorada y propulsada por cuatro niños disfrazados de enanos que la empujan. Si bien el recorrido fue extenso y debió ser corregido un par de veces porque la silla tendía a deslizarse de costado, provocando muecas en el rostro de Mabel, concluyó sin incidentes. Nadie atinó a nada. Todos miraban fijamente a Mabel inmóviles. Pero como mi capacidad de asombro ya fue superada largamente hace años, no me afectó la parálisis del miedo como al resto y comencé a aplaudir ruidosamente al grito de “¡Bravo Mabel!” que en seguida imitaron todos. Mabel toma el micrófono y explica que se vistió de esa forma porque ésta fiesta era para ella un homenaje a la infancia, que es eterna e independiente de la edad cronológica y de sus propios cincuenta años. No explicó lo de la varita mágica, asociada más al hada Patricia que a Blancanieves, pero luego de la impactante entrada, ese era un pequeñísimo detalle sin importancia.
Ya comimos y bailamos de manera alternada un par de veces. Hasta soporté estoico un karaoke haciendo trío con “Cómo andás” y “Como te va”. La hermana de Mabel abusó del vino blanco y se puso demasiado cargosa. Apenas cuarentona, sin compañía al menos esa noche, algo entonada y con algunos que le festejaron un par de frases con doble sentido, se transformó en la reina de la noche. Interrumpió todos y cada uno de los insoportables trencitos abusando del truco el culo bobo cada vez que éste se detenía, repitiendo la técnica más de una vez delante de “Cómo te va”.
A “Como estás” le sobresalían las venas del cuello cerca de dos centímetros. Con un par de miradas fulminantes le borró la sonrisa libidinosa a su marido. Milagrosamente concluye la sección de baile para poder disfrutar de la mesa de dulces.
-Ya se está pasando al patio- Comenta mi amada mientras me señala moviendo apenas la cabeza en dirección a la mesa de los postres, donde la hermana de Mabel se sirve una porción de isla flotante inclinada para exponer de manera alevosa el escote frente a “Como te va”, que ahogado en baba pierde la coordinación y le sirve la porción de lemon pie sobre el brazo de “Como estas”, en vez de hacerlo en el plato que ella sostenía, cayendo luego tal como las leyes del universo indican, del lado del merengue sobre las prendas de su consorte.
Gracias a una rápida intervención de Mabel, que en ningún momento soltó la varita de la estrella dorada, evitó que su hermana perdiera la cabellera en manos de “Como estás”, quien logró zamarrearla de tal modo que uno de los pechos afloró completamente del escote, junto a varios bollos de algodón que cayeron sobre la isla flotante, dejando al descubierto su falsa voluptuosidad.
“Como estás” y “Como te va” desaparecieron súbitamente. Esa varita que usa Blancanieves no es joda.
La hermana de Mabel se sienta en la mesa de las momias Incas, escondiendo el rostro en el hombro de una de ellas mientras la abraza, al tiempo que otra trata de acomodarle el cabello con torpes palmaditas en la cabeza. Las demás observan sin el mínimo rastro de emoción en sus rostros.
-La boluda de las tetas falsas me cagó la isla flotante- Le comento a mi mujer mientras sostengo un plato vacío en una mano y una cuchara de postre en la otra, estático frente a la mesa.
- Servite de esa torta de mousse de chocolate que está riquísima y dejá de mirar con melancolía la isla flotante con los algodones absorbiendo el caramelo que me da mucho asco.
La batalla contra los boludos está perdida
Guía práctica de supervivencia
martes, 20 de noviembre de 2012
viernes, 3 de agosto de 2012
EL HOMBRE Y LA SERPIENTE
"Dadme un punto de apoyo y moveré al mundo" Arquímedes 287 - 212 AC
Sergey Kalivshenko masticaba bronca mientras conducía en dirección al observatorio astronómico de Mauna Kea. Lo que meses atrás consideraba un merecido premio al esfuerzo por los 23 años dedicados al proyecto de investigación sobre interferencias de trayectoria de asteroides, hoy lo veía como el peor de los castigos. En 2029 el asteroide Apophis pasará a escasos trenita mil kilómetros de la tierra mientras es atraído por la gravedad de nuestro sol, y es muy probable que esa distancia sea peligrosamente menor en su trayectoria de regreso a la oscuridad del vacío sideral. Tanto así que hasta puede colisionar con nuestro planeta en el no tan lejano 2036.
Sergey necesitaba corroborar las ecuaciones que le llevaran más de una década desarrollar, y hacer los ajustes finales a las tablas de datos resultantes de los cálculos teóricos, siguiendo metódicamente un tramo de la trayectoria con uno de los más potentes telescopios terrestres.
Pero la burocracia no entiende de trayectorias, distancias estelares y mucho menos de ecuaciones. En los dos meses que se despilfarraron en la obtención de decenas de permisos y tratados de colaboración científica, él y su equipo perdieron la prioridad para el uso exclusivo de las instalaciones, lo que redundó en una drástica reducción de la nómina de integrantes del grupo y la condena al uso compartido del observatorio.
Esa tarde de noviembre la bronca acumulada ya lo predisponía mal. Acudir al observatorio en forma repentina y urgente en uno de sus días de descanso era quizás parte de su trabajo como científico. Pero hacerlo para mediar en una discusión sobre asuntos menores entre comisiones que nada tienen que ver con la investigación, como la falta de coordinación para el aprovechamiento de los cuadrantes de observación, lo enfurecía.
-¡Buenas tardes si me echara a tu puta madre!- Respondió Sergey enceguecido de furia al artificial y sonriente saludo del personal de seguridad del observatorio mientras se dirigía con zancadas iracundas a la sala de reuniones donde lo aguardaba el insalvable debate.
-¡Me cago en todos y cada uno de Ustedes! – Sentencia a modo de áspero saludo de cosaco al que se le mancó el caballo. –Tres horas me lleva subir a esta montaña de mierda. ¿Me escucharon? ¡Tres horas!
¡Uh chabón! ¡Bajá un cambio mala onda! ¿O te pensás que tratar de explicarles algo a los monos sabios que tenés de equipo es un día de playa en Mauì? – Responde desparramado en una silla, un joven de musculosa estampada con la cara del Indio Solari, bermudas y un par de alpargatas con suela de goma que luce con los pies entrecruzados sobre la silla contigua.
Sergey hace equilibrio sobre la delgada línea que marca el límite entre la razón y el instinto asesino. Se quedó callado, rígido y con la mirada perdida. Su mente se debatía frenéticamente entre abalanzarse sobre el joven cuyo desparpajo lo exasperaba, moler a golpes a los dos miembros de su equipo presentes en el lugar o tenderse sobre los rieles del domo giratorio que cubre al telescopio y poner fin a ésta tortura.
¡Aquí Hustom! – Satriza el de la musculosa que se incorpora y agita su mano delante de Sergey en un intento de devolverlo a la realidad. – ¿Qué pasa Tobarish? ¡Estás muy loco fiera! ¿Te pido algo? ¿Un te de tilo?
-¡Quiero que desaparezca! ¿Quién demonios es esta persona? Increpa a su equipo cada vez más alterado.
-Es el único integrante de la comisión con la que compartimos el observatorio pero no podemos convencerlo de que es imprescindible para nosotros mantener el cuadrante de observación. Estamos sobre un punto de validación de datos de la trayectoria del asteroide. Si no hacemos la captación esta noche, deberemos postergarla 15 días.
-¡Uh! ¡Qué importante! Bueno, lo mío también es grosso. Hagan la observación en mi cuadrante. Yo tampoco puedo esperar 15 días. Me quiero ir de acá a lo sumo pasado mañana.
- ¿Y se puede saber de que se trata su investigación? – Pregunta Sergey con falsa calma, tratando de disimular la furia contenida.
-Si, claro que se puede saber. La recientemente creada Subsecretaría de Asuntos Astrológicos, encargada de la emisión del Horóscopo Oficial de mi país, analiza considerar la incorporación de una casa zodiacal más. Ofiuco. Si, como lo escuchaste. Y para eso estoy acá. A que esa no la tenías, eh?
- Pero para eso no hace falta un observatorio astronómico, ni siquiera un telescopio de juguete. Con una carta celeste y cielo despejado se ve a simple vista desde su propia casa.
- Ah!, ¿Si? ¡Mirá vos! Qué canchero que sos, no? ¿Sos astrólogo también?
- No, soy Doctor en astrofísica y estoy por convertirme en asesino. ¿Ud. es astrólogo? - Sergey tiene el rostro desencajado, muy rojo y con las venas del cuello a punto de estallar.
- ¡Ni en pedo! Soy licenciado en Ciencias Económicas. ¿Astrólogo, Yo?… a vos solo se te ocurre semejante pelotudez Tobarish.
- A mi sólo se me ocurre ponerlo en órbita. ¡Antes de que lo mate a patadas salga de mi vista!
- No salgo un joraca.
- ¿Ah, no? – pregunta Sergey mientras avanza de manera amenazante contra el economista.
- ¿Vos todo lo conseguís con prepotencia y puteadas? Sos medio patotero Tobarish. Así no se arreglan las cosas. Yo tengo una tarea que cumplir y un presupuesto sobre el que tengo que rendir cuentas. OK, yo puedo ceder mi turno de observación, pero te tenés que poner con alguna moneda.
- ¿Poner monedas? ¡Yo le voy a poner cinco patadas en la cabeza!.
- ¿Ah, si? ¿Mirá vos? ¿Vos sabés que la prioridad la tiene el grupo de investigación de mayor presupuesto?.
- ¿Presupuesto? ¿Ud. tiene presupuesto para una investigación que se puede hacer gratis con datos de Internet y sin saber siquiera lo básico de astronomía?
- U$D 36 MM para ser exacto ¿Y el tuyo Tobarish? ¿De cuantos millones es?
- No llega al millón. U$D 600.000.
- JaJa! ¿600 lucas pedorras? Bueno, alpiste. ¡Por astrofísico miserable perdiste!
- Hagamos un trato – Propone Sergey debatiéndose entre la insania y la resignación – Mañana al mediodía tiene en sus manos un informe de 300 páginas sobre Ofiuco si nos cede el turno de observación de ésta noche. Se lo escribo yo.
- 360 páginas, más fácil para las cuentas. Nada de Wikipedia.
- OK, 360. Nada de Wikipedia.
- ¡Bien ahí Tobarish! Tenemos un trato. Pero al mediodía imposible. Tipo cuatro y media, cinco de la tarde mejor. Igual llamame primero.
- A Ud. No le importa si en 2036 un asteroide impacta a La Tierra. ¿verdad?
- ¡Claro que me importa! ¡No tenés idea de lo que va a ser esa partida presupuestaria del proyecto para mover a La Tierra!
Sergey Kalivshenko masticaba bronca mientras conducía en dirección al observatorio astronómico de Mauna Kea. Lo que meses atrás consideraba un merecido premio al esfuerzo por los 23 años dedicados al proyecto de investigación sobre interferencias de trayectoria de asteroides, hoy lo veía como el peor de los castigos. En 2029 el asteroide Apophis pasará a escasos trenita mil kilómetros de la tierra mientras es atraído por la gravedad de nuestro sol, y es muy probable que esa distancia sea peligrosamente menor en su trayectoria de regreso a la oscuridad del vacío sideral. Tanto así que hasta puede colisionar con nuestro planeta en el no tan lejano 2036.
Sergey necesitaba corroborar las ecuaciones que le llevaran más de una década desarrollar, y hacer los ajustes finales a las tablas de datos resultantes de los cálculos teóricos, siguiendo metódicamente un tramo de la trayectoria con uno de los más potentes telescopios terrestres.
Pero la burocracia no entiende de trayectorias, distancias estelares y mucho menos de ecuaciones. En los dos meses que se despilfarraron en la obtención de decenas de permisos y tratados de colaboración científica, él y su equipo perdieron la prioridad para el uso exclusivo de las instalaciones, lo que redundó en una drástica reducción de la nómina de integrantes del grupo y la condena al uso compartido del observatorio.
Esa tarde de noviembre la bronca acumulada ya lo predisponía mal. Acudir al observatorio en forma repentina y urgente en uno de sus días de descanso era quizás parte de su trabajo como científico. Pero hacerlo para mediar en una discusión sobre asuntos menores entre comisiones que nada tienen que ver con la investigación, como la falta de coordinación para el aprovechamiento de los cuadrantes de observación, lo enfurecía.
-¡Buenas tardes si me echara a tu puta madre!- Respondió Sergey enceguecido de furia al artificial y sonriente saludo del personal de seguridad del observatorio mientras se dirigía con zancadas iracundas a la sala de reuniones donde lo aguardaba el insalvable debate.
-¡Me cago en todos y cada uno de Ustedes! – Sentencia a modo de áspero saludo de cosaco al que se le mancó el caballo. –Tres horas me lleva subir a esta montaña de mierda. ¿Me escucharon? ¡Tres horas!
¡Uh chabón! ¡Bajá un cambio mala onda! ¿O te pensás que tratar de explicarles algo a los monos sabios que tenés de equipo es un día de playa en Mauì? – Responde desparramado en una silla, un joven de musculosa estampada con la cara del Indio Solari, bermudas y un par de alpargatas con suela de goma que luce con los pies entrecruzados sobre la silla contigua.
Sergey hace equilibrio sobre la delgada línea que marca el límite entre la razón y el instinto asesino. Se quedó callado, rígido y con la mirada perdida. Su mente se debatía frenéticamente entre abalanzarse sobre el joven cuyo desparpajo lo exasperaba, moler a golpes a los dos miembros de su equipo presentes en el lugar o tenderse sobre los rieles del domo giratorio que cubre al telescopio y poner fin a ésta tortura.
¡Aquí Hustom! – Satriza el de la musculosa que se incorpora y agita su mano delante de Sergey en un intento de devolverlo a la realidad. – ¿Qué pasa Tobarish? ¡Estás muy loco fiera! ¿Te pido algo? ¿Un te de tilo?
-¡Quiero que desaparezca! ¿Quién demonios es esta persona? Increpa a su equipo cada vez más alterado.
-Es el único integrante de la comisión con la que compartimos el observatorio pero no podemos convencerlo de que es imprescindible para nosotros mantener el cuadrante de observación. Estamos sobre un punto de validación de datos de la trayectoria del asteroide. Si no hacemos la captación esta noche, deberemos postergarla 15 días.
-¡Uh! ¡Qué importante! Bueno, lo mío también es grosso. Hagan la observación en mi cuadrante. Yo tampoco puedo esperar 15 días. Me quiero ir de acá a lo sumo pasado mañana.
- ¿Y se puede saber de que se trata su investigación? – Pregunta Sergey con falsa calma, tratando de disimular la furia contenida.
-Si, claro que se puede saber. La recientemente creada Subsecretaría de Asuntos Astrológicos, encargada de la emisión del Horóscopo Oficial de mi país, analiza considerar la incorporación de una casa zodiacal más. Ofiuco. Si, como lo escuchaste. Y para eso estoy acá. A que esa no la tenías, eh?
- Pero para eso no hace falta un observatorio astronómico, ni siquiera un telescopio de juguete. Con una carta celeste y cielo despejado se ve a simple vista desde su propia casa.
- Ah!, ¿Si? ¡Mirá vos! Qué canchero que sos, no? ¿Sos astrólogo también?
- No, soy Doctor en astrofísica y estoy por convertirme en asesino. ¿Ud. es astrólogo? - Sergey tiene el rostro desencajado, muy rojo y con las venas del cuello a punto de estallar.
- ¡Ni en pedo! Soy licenciado en Ciencias Económicas. ¿Astrólogo, Yo?… a vos solo se te ocurre semejante pelotudez Tobarish.
- A mi sólo se me ocurre ponerlo en órbita. ¡Antes de que lo mate a patadas salga de mi vista!
- No salgo un joraca.
- ¿Ah, no? – pregunta Sergey mientras avanza de manera amenazante contra el economista.
- ¿Vos todo lo conseguís con prepotencia y puteadas? Sos medio patotero Tobarish. Así no se arreglan las cosas. Yo tengo una tarea que cumplir y un presupuesto sobre el que tengo que rendir cuentas. OK, yo puedo ceder mi turno de observación, pero te tenés que poner con alguna moneda.
- ¿Poner monedas? ¡Yo le voy a poner cinco patadas en la cabeza!.
- ¿Ah, si? ¿Mirá vos? ¿Vos sabés que la prioridad la tiene el grupo de investigación de mayor presupuesto?.
- ¿Presupuesto? ¿Ud. tiene presupuesto para una investigación que se puede hacer gratis con datos de Internet y sin saber siquiera lo básico de astronomía?
- U$D 36 MM para ser exacto ¿Y el tuyo Tobarish? ¿De cuantos millones es?
- No llega al millón. U$D 600.000.
- JaJa! ¿600 lucas pedorras? Bueno, alpiste. ¡Por astrofísico miserable perdiste!
- Hagamos un trato – Propone Sergey debatiéndose entre la insania y la resignación – Mañana al mediodía tiene en sus manos un informe de 300 páginas sobre Ofiuco si nos cede el turno de observación de ésta noche. Se lo escribo yo.
- 360 páginas, más fácil para las cuentas. Nada de Wikipedia.
- OK, 360. Nada de Wikipedia.
- ¡Bien ahí Tobarish! Tenemos un trato. Pero al mediodía imposible. Tipo cuatro y media, cinco de la tarde mejor. Igual llamame primero.
- A Ud. No le importa si en 2036 un asteroide impacta a La Tierra. ¿verdad?
- ¡Claro que me importa! ¡No tenés idea de lo que va a ser esa partida presupuestaria del proyecto para mover a La Tierra!
viernes, 1 de junio de 2012
MILONGA DEL CORRALÓN
Barracas, bien al sur.
La niebla matutina empaña el cuadro que encierra las primeras imágenes del enorme edificio. La mole cementicia de la década del 30 está remozada pero el entorno la sitúa temporalmente a ochenta y tantos años de la actualidad junto con la otrora chocolatería Águila, que hoy nos muestra los descarnados huesos de su espalda y nos ignora, ensimismada desde hace una década en un rubro distinto, plagado de tornillos, lámparas de bajo consumo y un amplio surtido de materiales de construcción.
El curtido empedrado condensa la bruma reflejando los rostros largos de decenas de nuevos vecinos que emigraron desde San Telmo, como en la época de la fiebre amarilla pero en sentido contrario y sin desesperación. Como extrañando lo que ayer era la peste.
Promedia la mañana y lo que comenzó como niebla densa y pesada, se transformó en un día gris, encapotado y saturado de humedad.
En el interior todo resplandece entre decenas de abrasadores soles artificiales y el yermo suelo sintético, donde se acumulan como dunas en una obra cubista, escritorios y armarios enceguecedoramente blancos.
La atmósfera está cargada de olores que atacan en oleadas con mezclas de distintas fragancias que van desde la del cartón corrugado hasta el adhesivo de contacto, amalgamados todos por algunos perfumes femeninos que por la anormal exigencia física, son exhalados con más intensidad que otras veces.
Un par de seres enfundados en inconfundibles uniformes de delegados gremiales, andan y desandan caminos de fingida preocupación con diligentes llamados a vaya uno a saber quienes, operando teléfonos celulares de última generación y portando caras de circunstancia.
Muchos están angustiados porque no han podido reunirse con parte de sus pertenencias y deambulan en busca de noticias como si se tratasen de parientes extraviados en un éxodo de escasa epopeya.
La queja impera.
¿Dónde?, ¿Cuál? y ¿Por qué? Son las preguntas de moda y “no tengo la menor idea” la respuesta por excelencia.
Nadie notó la falta de las impresoras ni exteriorizó su frustración al no poder logearse luego de varios intentos. Pero muchos invocaron al demonio por no tener donde conectar la cafetera o porque el dispenser está a más de diez metros de distancia, suficiente trayecto como para arruinar el bouquet de la infusión autóctona por excelencia.
Las caras se ven distintas. La gran mayoría parecen personas nuevas. Algunas han perdido el aura de arrogancia, otras la distinción y otras también la compostura.
Varias hicieron cuestión de imponer de prepo su modus vivendi, exponiendo plantas, música o imanes que exhiben preferencias gastronómicas de dudoso gusto.
El atardecer me ataca por la espalda y descarga la resaca del día de manera descomunal. Creo que mi cabeza va a estallar por el constante murmullo y el olor a pegamento.
Un par de chicas muy monas sacan a relucir su fealdad interior prestándose la oreja mutuamente para descargar el amargo veneno acumulado por tan humillante traslado al confín arrabalero de la ciudad.
Las saludo al pasar y me involucran en sus lamentos. En un momento pensé, por la forma en que me hablaban, que parte de la culpa por sus padecimientos era mía.
La corté enseguida. Les dije que coincidía en que una mudanza siempre genera incomodidad pero que la más desagradable tarea y el peor lugar para trabajar en ella es actualizar currículums en casa, donde las jornadas son eternas, y que hoy por hoy, pese a la subjetividad que alimenta al buen gusto y acentúa el mal humor, estamos más cerca del paraíso que del infierno.
Engrosada la lista de enemigos con dos flamantes de sexo y pensamiento opuestos, sigo mi camino hacia los baños, impecables y relucientes.
Mi circunstancial vecino de mingitorio aprovechó el ámbito, por demás apropiado, para comentarme que todo esto le parecía una cagada. Ni siquiera respondí. Solo atiné a imaginar la instalación de un panel de corcho de buen tamaño en la única pared desprovista de espejos y mesadas de mármol, para ver quien se atrevía a colgar una foto de su propio baño y cuyas condiciones de higiene y estética fueran mejores a las de éste sanitario.
Uno de los tantos obsecuentes de turno enarboló la bandera de la uniformidad y respeto por el concepto arquitectónico imperantes, y con aire policial advertía a los infractores sobre la mala colocación de un monitor, una bandeja o una pila de papeles sin acomodar. Cuando ya finalizaba la jornada y su rostro, por denominarlo de alguna manera, se iluminaba con la sonrisa característica del ganador, irrumpe el ejército bárbaro del departamento de Asuntos Legales. Envalentonado por la exitosa performance de ortiva por convicción, arremete solo contra la horda trabando pectorales, trapecios y bíceps, hecho todo un Aquiles. El Anibal de los bogas le sale al cruce con un diplomático, pero no por ello menos elocuente: “¿Por qué no me agarrás la pija?”, y luego lo hizo hacer cagar por un batallón de elite integrado por veintiséis elefantes gigantescos alimentados exclusivamente con repollitos de Bruselas, coliflores de otoño y Activia, invocando un artículo y cuatro incisos del código penal.
Aquiles emprende la retirada nadando estilo mariposa sobre el borrascoso mar de bosta paquidérmica al que cayó cuando lo derribaron del caballo de un solo gomerazo, con una herida mortal propinada bastante más arriba y equidistante de sus dos talones, porque Anibal no tenía tiempo de pensar si era el izquierdo o el derecho, y mucho menos si era el tendón o el talón donde se situaba la debilidad de su oponente.
Asegurada la cabeza de playa, el ejército invasor construye una imponente empalizada con una veintena de armarios de distintos colores texturas y diseños en menos de diez minutos.
Habiendo sido espectador privilegiado de la reedición en 3D de la segunda guerra púnica, me voy a casa sin encontrar en el camino hacia la salida a nadie a quien saludar.
La niebla matutina empaña el cuadro que encierra las primeras imágenes del enorme edificio. La mole cementicia de la década del 30 está remozada pero el entorno la sitúa temporalmente a ochenta y tantos años de la actualidad junto con la otrora chocolatería Águila, que hoy nos muestra los descarnados huesos de su espalda y nos ignora, ensimismada desde hace una década en un rubro distinto, plagado de tornillos, lámparas de bajo consumo y un amplio surtido de materiales de construcción.
El curtido empedrado condensa la bruma reflejando los rostros largos de decenas de nuevos vecinos que emigraron desde San Telmo, como en la época de la fiebre amarilla pero en sentido contrario y sin desesperación. Como extrañando lo que ayer era la peste.
Promedia la mañana y lo que comenzó como niebla densa y pesada, se transformó en un día gris, encapotado y saturado de humedad.
En el interior todo resplandece entre decenas de abrasadores soles artificiales y el yermo suelo sintético, donde se acumulan como dunas en una obra cubista, escritorios y armarios enceguecedoramente blancos.
La atmósfera está cargada de olores que atacan en oleadas con mezclas de distintas fragancias que van desde la del cartón corrugado hasta el adhesivo de contacto, amalgamados todos por algunos perfumes femeninos que por la anormal exigencia física, son exhalados con más intensidad que otras veces.
Un par de seres enfundados en inconfundibles uniformes de delegados gremiales, andan y desandan caminos de fingida preocupación con diligentes llamados a vaya uno a saber quienes, operando teléfonos celulares de última generación y portando caras de circunstancia.
Muchos están angustiados porque no han podido reunirse con parte de sus pertenencias y deambulan en busca de noticias como si se tratasen de parientes extraviados en un éxodo de escasa epopeya.
La queja impera.
¿Dónde?, ¿Cuál? y ¿Por qué? Son las preguntas de moda y “no tengo la menor idea” la respuesta por excelencia.
Nadie notó la falta de las impresoras ni exteriorizó su frustración al no poder logearse luego de varios intentos. Pero muchos invocaron al demonio por no tener donde conectar la cafetera o porque el dispenser está a más de diez metros de distancia, suficiente trayecto como para arruinar el bouquet de la infusión autóctona por excelencia.
Las caras se ven distintas. La gran mayoría parecen personas nuevas. Algunas han perdido el aura de arrogancia, otras la distinción y otras también la compostura.
Varias hicieron cuestión de imponer de prepo su modus vivendi, exponiendo plantas, música o imanes que exhiben preferencias gastronómicas de dudoso gusto.
El atardecer me ataca por la espalda y descarga la resaca del día de manera descomunal. Creo que mi cabeza va a estallar por el constante murmullo y el olor a pegamento.
Un par de chicas muy monas sacan a relucir su fealdad interior prestándose la oreja mutuamente para descargar el amargo veneno acumulado por tan humillante traslado al confín arrabalero de la ciudad.
Las saludo al pasar y me involucran en sus lamentos. En un momento pensé, por la forma en que me hablaban, que parte de la culpa por sus padecimientos era mía.
La corté enseguida. Les dije que coincidía en que una mudanza siempre genera incomodidad pero que la más desagradable tarea y el peor lugar para trabajar en ella es actualizar currículums en casa, donde las jornadas son eternas, y que hoy por hoy, pese a la subjetividad que alimenta al buen gusto y acentúa el mal humor, estamos más cerca del paraíso que del infierno.
Engrosada la lista de enemigos con dos flamantes de sexo y pensamiento opuestos, sigo mi camino hacia los baños, impecables y relucientes.
Mi circunstancial vecino de mingitorio aprovechó el ámbito, por demás apropiado, para comentarme que todo esto le parecía una cagada. Ni siquiera respondí. Solo atiné a imaginar la instalación de un panel de corcho de buen tamaño en la única pared desprovista de espejos y mesadas de mármol, para ver quien se atrevía a colgar una foto de su propio baño y cuyas condiciones de higiene y estética fueran mejores a las de éste sanitario.
Uno de los tantos obsecuentes de turno enarboló la bandera de la uniformidad y respeto por el concepto arquitectónico imperantes, y con aire policial advertía a los infractores sobre la mala colocación de un monitor, una bandeja o una pila de papeles sin acomodar. Cuando ya finalizaba la jornada y su rostro, por denominarlo de alguna manera, se iluminaba con la sonrisa característica del ganador, irrumpe el ejército bárbaro del departamento de Asuntos Legales. Envalentonado por la exitosa performance de ortiva por convicción, arremete solo contra la horda trabando pectorales, trapecios y bíceps, hecho todo un Aquiles. El Anibal de los bogas le sale al cruce con un diplomático, pero no por ello menos elocuente: “¿Por qué no me agarrás la pija?”, y luego lo hizo hacer cagar por un batallón de elite integrado por veintiséis elefantes gigantescos alimentados exclusivamente con repollitos de Bruselas, coliflores de otoño y Activia, invocando un artículo y cuatro incisos del código penal.
Aquiles emprende la retirada nadando estilo mariposa sobre el borrascoso mar de bosta paquidérmica al que cayó cuando lo derribaron del caballo de un solo gomerazo, con una herida mortal propinada bastante más arriba y equidistante de sus dos talones, porque Anibal no tenía tiempo de pensar si era el izquierdo o el derecho, y mucho menos si era el tendón o el talón donde se situaba la debilidad de su oponente.
Asegurada la cabeza de playa, el ejército invasor construye una imponente empalizada con una veintena de armarios de distintos colores texturas y diseños en menos de diez minutos.
Habiendo sido espectador privilegiado de la reedición en 3D de la segunda guerra púnica, me voy a casa sin encontrar en el camino hacia la salida a nadie a quien saludar.
martes, 17 de abril de 2012
DE TERROR
La sorprendió en la cocina un repentino y abrumador silencio. Está saboreando su café, de pie junto a la mesada, cómo lo hace todas las mañanas.
Los sentidos aguzados por el alerta inconsciente que le provocó la alteración de la rutina, la hicieron girar lentamente sobre si misma tratando de detectar el mínimo cambio que se produjera en el entorno.
Está asustada. Su corazón late con fuerza. Teme ser sorprendida por la amenaza invisible que se esconde tras ese silencio.
Se tensa como la cuerda de un piano.
Trata de controlarse, deja la taza con cuidado sobre la mesada y comienza a desplazarse con andar felino por la cocina.
Algo cae al suelo detrás de ella. Ahoga a tiempo el grito de terror y se voltea envuelta en un manto de falso coraje para enfrentar lo que sea.
En el suelo yace una legumbre plástica multicolor cuyo débil imán no logró sujetarla a la puerta de la heladera cuando sin percibirlo, su revuelto cabello se enredó en ella.
Suspira aliviada.
Se pregunta a si misma si no se está comportando como una tonta. Pero ese pesado silencio no era casual Su espacio vital ha sido alterado.
Tres puertas dan a la cocina. La más lejana está cerrada y la separa de la seguridad del exterior. Las otras dos están siempre abiertas y desde su posición no puede ver los espacios que se esconden detrás del resplandor que se filtra por ellas.
Se asoma cautelosamente a la más cercana.
Contiene la respiración y lleva sus manos al pecho en un intento de retener a su acelerado corazón dentro de él.
Se inclina para evitar trasponer con sus pies descalzos la imaginaria frontera formada por el vano de la puerta y con ojos muy abiertos escudriña cada rincón del ambiente contiguo. Descubre que el mismo silencio ya había avanzado sobre ese espacio también.
Mientras recupera la postura erguida sujetándose con una mano del marco de la puerta, nota que el uniforme resplandor que ingresa a la cocina desde la otra puerta cambia repentinamente. Una sombra mínima y espuria vuelve a destrozar sus nervios.
Sin perderla de vista, encuentra a tientas el cajón de los cubiertos y toma de allí un cuchillo con extremo sigilo.
Se dirige hacia aquella puerta. Acelera el paso y estira su brazo a la altura del hombro a modo de lanza que finaliza en lo que ella suponía era un cuchillo pero resultó ser una pala triangular para servir tortas. No hay tiempo de retroceder para rearmarse. Traspone la barrera de luz y se planta en posición de estocada que desalienta cualquier ataque que pudiera hacerle la lánguida cortina, que se mueve espasmódicamente por el aire que de a ratos se cuela por las rendijas de la ventana.
Sonríe y resopla mientras se alisa el cabello. Se convence de que efectivamente se comportó como una tonta.
Desanda los pasos hasta la cocina y vuelve a guardar en el cajón la pala para tortas.
Se encoje de hombros y vuelve a beber su café.
Se pregunta qué pudo haber sucedido para que de repente quedara inmersa en tan incómodo y amenazador silencio. Algo debe estar pasando. Lo presiente.
En el mismo instante llega la punzante y filosa respuesta que lacera ferozmente sus tobillos y sus pies.
Antes de que la taza de café llegue al piso y se haga añicos todo cobra sentido. Pero es demasiado tarde.
Con la mecánica indiferencia del psicópata, se rompe por fin el silencio anormal y aterrador del remojo “BIO” y el ciclópeo lavarropas se mofa de su víctima agitando rítmicamente sus entrañas de un lado a otro en un lavado corto y espumoso para prendas de lana.
Los sentidos aguzados por el alerta inconsciente que le provocó la alteración de la rutina, la hicieron girar lentamente sobre si misma tratando de detectar el mínimo cambio que se produjera en el entorno.
Está asustada. Su corazón late con fuerza. Teme ser sorprendida por la amenaza invisible que se esconde tras ese silencio.
Se tensa como la cuerda de un piano.
Trata de controlarse, deja la taza con cuidado sobre la mesada y comienza a desplazarse con andar felino por la cocina.
Algo cae al suelo detrás de ella. Ahoga a tiempo el grito de terror y se voltea envuelta en un manto de falso coraje para enfrentar lo que sea.
En el suelo yace una legumbre plástica multicolor cuyo débil imán no logró sujetarla a la puerta de la heladera cuando sin percibirlo, su revuelto cabello se enredó en ella.
Suspira aliviada.
Se pregunta a si misma si no se está comportando como una tonta. Pero ese pesado silencio no era casual Su espacio vital ha sido alterado.
Tres puertas dan a la cocina. La más lejana está cerrada y la separa de la seguridad del exterior. Las otras dos están siempre abiertas y desde su posición no puede ver los espacios que se esconden detrás del resplandor que se filtra por ellas.
Se asoma cautelosamente a la más cercana.
Contiene la respiración y lleva sus manos al pecho en un intento de retener a su acelerado corazón dentro de él.
Se inclina para evitar trasponer con sus pies descalzos la imaginaria frontera formada por el vano de la puerta y con ojos muy abiertos escudriña cada rincón del ambiente contiguo. Descubre que el mismo silencio ya había avanzado sobre ese espacio también.
Mientras recupera la postura erguida sujetándose con una mano del marco de la puerta, nota que el uniforme resplandor que ingresa a la cocina desde la otra puerta cambia repentinamente. Una sombra mínima y espuria vuelve a destrozar sus nervios.
Sin perderla de vista, encuentra a tientas el cajón de los cubiertos y toma de allí un cuchillo con extremo sigilo.
Se dirige hacia aquella puerta. Acelera el paso y estira su brazo a la altura del hombro a modo de lanza que finaliza en lo que ella suponía era un cuchillo pero resultó ser una pala triangular para servir tortas. No hay tiempo de retroceder para rearmarse. Traspone la barrera de luz y se planta en posición de estocada que desalienta cualquier ataque que pudiera hacerle la lánguida cortina, que se mueve espasmódicamente por el aire que de a ratos se cuela por las rendijas de la ventana.
Sonríe y resopla mientras se alisa el cabello. Se convence de que efectivamente se comportó como una tonta.
Desanda los pasos hasta la cocina y vuelve a guardar en el cajón la pala para tortas.
Se encoje de hombros y vuelve a beber su café.
Se pregunta qué pudo haber sucedido para que de repente quedara inmersa en tan incómodo y amenazador silencio. Algo debe estar pasando. Lo presiente.
En el mismo instante llega la punzante y filosa respuesta que lacera ferozmente sus tobillos y sus pies.
Antes de que la taza de café llegue al piso y se haga añicos todo cobra sentido. Pero es demasiado tarde.
Con la mecánica indiferencia del psicópata, se rompe por fin el silencio anormal y aterrador del remojo “BIO” y el ciclópeo lavarropas se mofa de su víctima agitando rítmicamente sus entrañas de un lado a otro en un lavado corto y espumoso para prendas de lana.
viernes, 13 de enero de 2012
martes, 20 de diciembre de 2011
LOS REYES MAGOS SON LOS PADRES
¡Y al arbolito ni me lo nombren!
Ayer, comentando en un post de Homero, le dije que si llegaba a postear lo que escribo cuando se acercan éstas fechas, me expulsan del foro. Pero el propio Homero me alentó a que lo hiciera de todas formas, ya que los amigos iban a saber entender y en definitiva para eso estaban.
A modo de resumen, y asumiendo el riesgo de una expulsión deshonrosa, resta aclararles que las fiestas me predisponen mal. Tanto como el pan dulce.
(Para que dar vueltas con eufemismos: las fiestas y el pan dulce, por separado o en combo me emputecen mucho, lo siento.)
Pero respetando el espíritu de la sección Desvirtue y Relax, la idea no es contagiar mi mala onda, así que adapté para la ocasión un texto que escribí hace mucho y que comenzaba así:
"¡Arre Caballito!
Que vamos a Belén.
Qué mañana es fiesta
¡Y pasado también!
En fin, ahí va:
Dicen por ahí que los primeros cristianos no conmemoraban el nacimiento de Cristo. La razón es que en esa época, había mucha pica con las clases dominantes y a modo de protesta solo recordaban las fechas de cuando las personas fallecían, porque conmemorar los nacimientos era cosa de emperadores, romanos chetos o algún que otro garca de buen pasar con los que no se llevaban bien. Como consecuencia de todo esto la fecha precisa de la natividad no se le ocurrió anotarla a nadie.
Tal es así que renombrados estudiosos con mucho tiempo ocioso se pusieron a investigar la cronología de hechos sobre los que sí tenían registro y basados en la historia de contemporáneos, determinaron que Jesús el Cristo probablemente nació en el otoño boreal, pudiendo llegar a aventurar como fecha tentativa el 29 de septiembre del año 2 AC. Los expertos señalan además que la primera mención sobre el natalicio de Jesús aparece recién en el Calendario de Filócalo que data del año 354 DC. A Filócalo se le cantó que nació un viernes, más precisamente el viernes 25 de diciembre del año primero de la posteriormente denominada Era Cristiana.
Y chupate esa mandarina. Soy Filócalo y me la báncalo.
Tiempo después, allá por el 440, a los que cortaban el bacalao en la Iglesia de ese entonces les pareció pulenta oficializar el 25 de diciembre nomás, aprovechando que coincidía con el día de la Saturnalia, cercano al solsticio de invierno, muy en boga en el Imperio romano de entonces que había hecho propias muchas tradiciones paganas heredadas del sacerdocio babilónico. Es decir que en lenguaje vernáculo sería algo así como "Y... ya que estamos...la hagamos y de esto no se habla más". Por lo visto anduvo bárbaro porque 1571 años después seguimos con la misma. Bien por Filócalo.
Algo parecido le pasó a un tal Nicolás. El pibe era turco, nacido en Licia, en el seno de una familia de mucha guita. Pero el pobre quedó huérfano cuando era chiquito. Se cree que algún pariente gamba tenía porque con contención y mucho estudio pudo ordenarse como sacerdote y terminó siendo Obispo de Myra. (¡Mirá vos!). Cargo grosso como pocos en esa época.
Se cuenta que le gustaban mucho las criaturas y era re gamba con los necesitados. Tanto así que les pasaba monedas de canuto en las medias que esta gente ponía a secar, para que no supieran quien era el benefactor. Un capo muy grosso éste Nico. Murió el 6 de diciembre del 345. (¿Me siguen con eso de diciembre y los años, no?).
Cuando los muy sulmanes invadieron Turquía, unos tanos que paraban por ahí se cargaron el jonca, lo llevaron a Bari y lo empezaron a llamar San Nicola di Bari.
La historia pegó bien en Europa. Mejor al menos que las canciones de su homónimo Nicola Di Bari, el último romántico, mil seiscientos años después.
Varios países de Europa adecuaron su nombre al idioma local y ahí es donde empieza el rollo éste de los diferentes nombres que confunden a medio mundo. En Holanda tenían un santo patrono que respondía al nombre de Sinterklaas, y mientras estuvieron en la que luego se llamó New York (Primero New Amsterdam) medio que se le mezclaron los tantos, San Nicolás... Sinterklaas... Ma si, sé’gual.
Después los neoyorquinos que de holandés no cazaban una goma, lo asociaron con el alemán San Nikolaus o algo así, ya se me armó bardo con tanto nombre, y terminó Santa Claus.
Bah... terminó es una manera de decir.
De Norteamérica vuelve a Europa vía Inglaterra como Santa Claus, y los franceses la terminan de embarrar porque ya tenían uno parecido, al que conocían como el buen hombre de la navidad o simplemente Bonhomme Noël. Y al pasar al español como todo buen hombre es un buen padre, se transforma entonces en Papá Noel. Simple, no?
Tiempo después, como no pueden con su genio, estos pibes del norte se van completamente de mambo y le inventan casa en el Polo Norte junto con un batallón de enanos que le fabrican los juguetes bajo un régimen laboral que hoy llamaríamos trabajo esclavo. No conformes con eso también le crean un trineo tirado por renos, voladores todos, y con nombres medio difíciles de memorizar. Pero como sobre gustos solo se ha escrito el nombre de la heladería y hay gente que tiene afinidad con esto de memorizar formaciones, aunque sean de renos, aprovecho el viaje y aquí se los dejo: Dasher, Dancer, Prancer, Comet, Cupid, Donner, Blitzen, Vixen, Rudolph… Moreno, Pedernera, Labruna y Lousteau.
Y fieles a su estilo, como tampoco el espíritu corporativo se podía quedar afuera, Coca Cola se encarga de imponerle al resto del mundo la imagen del viejo obeso vestido de rojo, barbudo y de gorrito con pompón.
Así pues, si hay algo que caracteriza al espíritu navideño luego de dos milenios es esa tendencia a la simplificación que mete miedo, homogeneizando todo en la licuadora del tiempo. Ni el 29 de septiembre, ni el 6 de diciembre. Se hace todo el 25 de diciembre... ¡y nos dejamos de joder!
Para complicarla estamos nosotros con eso de "¿Donde la pasamos?", "Vos hacé el vitel toné que yo llevo el matambre”, o el clásico: "¡Felicidades... que la pasen lindo!" que se dirán al cruzarse en la calle un par de vecinos mientras cargan fuentes de importantes dimensiones perfectísimamente niveladas a la altura del pecho, excesiva e inútilmente envueltas ya que parte de su contenido se derramará inexorablemente, o que simplemente no evitará que se altere la prolija simetría con que fueron colocadas tal vez, rodajas de huevos duros, con la intención de embellecer la presentación de una ensalada rusa, plato que el vulgo quiso que provenga del país del cual San Nicolás, (a) Santa Claus, (a) Papá Noel, también es patrono.
¡Felicidades!
Ayer, comentando en un post de Homero, le dije que si llegaba a postear lo que escribo cuando se acercan éstas fechas, me expulsan del foro. Pero el propio Homero me alentó a que lo hiciera de todas formas, ya que los amigos iban a saber entender y en definitiva para eso estaban.
A modo de resumen, y asumiendo el riesgo de una expulsión deshonrosa, resta aclararles que las fiestas me predisponen mal. Tanto como el pan dulce.
(Para que dar vueltas con eufemismos: las fiestas y el pan dulce, por separado o en combo me emputecen mucho, lo siento.)
Pero respetando el espíritu de la sección Desvirtue y Relax, la idea no es contagiar mi mala onda, así que adapté para la ocasión un texto que escribí hace mucho y que comenzaba así:
"¡Arre Caballito!
Que vamos a Belén.
Qué mañana es fiesta
¡Y pasado también!
En fin, ahí va:
Dicen por ahí que los primeros cristianos no conmemoraban el nacimiento de Cristo. La razón es que en esa época, había mucha pica con las clases dominantes y a modo de protesta solo recordaban las fechas de cuando las personas fallecían, porque conmemorar los nacimientos era cosa de emperadores, romanos chetos o algún que otro garca de buen pasar con los que no se llevaban bien. Como consecuencia de todo esto la fecha precisa de la natividad no se le ocurrió anotarla a nadie.
Tal es así que renombrados estudiosos con mucho tiempo ocioso se pusieron a investigar la cronología de hechos sobre los que sí tenían registro y basados en la historia de contemporáneos, determinaron que Jesús el Cristo probablemente nació en el otoño boreal, pudiendo llegar a aventurar como fecha tentativa el 29 de septiembre del año 2 AC. Los expertos señalan además que la primera mención sobre el natalicio de Jesús aparece recién en el Calendario de Filócalo que data del año 354 DC. A Filócalo se le cantó que nació un viernes, más precisamente el viernes 25 de diciembre del año primero de la posteriormente denominada Era Cristiana.
Y chupate esa mandarina. Soy Filócalo y me la báncalo.
Tiempo después, allá por el 440, a los que cortaban el bacalao en la Iglesia de ese entonces les pareció pulenta oficializar el 25 de diciembre nomás, aprovechando que coincidía con el día de la Saturnalia, cercano al solsticio de invierno, muy en boga en el Imperio romano de entonces que había hecho propias muchas tradiciones paganas heredadas del sacerdocio babilónico. Es decir que en lenguaje vernáculo sería algo así como "Y... ya que estamos...la hagamos y de esto no se habla más". Por lo visto anduvo bárbaro porque 1571 años después seguimos con la misma. Bien por Filócalo.
Algo parecido le pasó a un tal Nicolás. El pibe era turco, nacido en Licia, en el seno de una familia de mucha guita. Pero el pobre quedó huérfano cuando era chiquito. Se cree que algún pariente gamba tenía porque con contención y mucho estudio pudo ordenarse como sacerdote y terminó siendo Obispo de Myra. (¡Mirá vos!). Cargo grosso como pocos en esa época.
Se cuenta que le gustaban mucho las criaturas y era re gamba con los necesitados. Tanto así que les pasaba monedas de canuto en las medias que esta gente ponía a secar, para que no supieran quien era el benefactor. Un capo muy grosso éste Nico. Murió el 6 de diciembre del 345. (¿Me siguen con eso de diciembre y los años, no?).
Cuando los muy sulmanes invadieron Turquía, unos tanos que paraban por ahí se cargaron el jonca, lo llevaron a Bari y lo empezaron a llamar San Nicola di Bari.
La historia pegó bien en Europa. Mejor al menos que las canciones de su homónimo Nicola Di Bari, el último romántico, mil seiscientos años después.
Varios países de Europa adecuaron su nombre al idioma local y ahí es donde empieza el rollo éste de los diferentes nombres que confunden a medio mundo. En Holanda tenían un santo patrono que respondía al nombre de Sinterklaas, y mientras estuvieron en la que luego se llamó New York (Primero New Amsterdam) medio que se le mezclaron los tantos, San Nicolás... Sinterklaas... Ma si, sé’gual.
Después los neoyorquinos que de holandés no cazaban una goma, lo asociaron con el alemán San Nikolaus o algo así, ya se me armó bardo con tanto nombre, y terminó Santa Claus.
Bah... terminó es una manera de decir.
De Norteamérica vuelve a Europa vía Inglaterra como Santa Claus, y los franceses la terminan de embarrar porque ya tenían uno parecido, al que conocían como el buen hombre de la navidad o simplemente Bonhomme Noël. Y al pasar al español como todo buen hombre es un buen padre, se transforma entonces en Papá Noel. Simple, no?
Tiempo después, como no pueden con su genio, estos pibes del norte se van completamente de mambo y le inventan casa en el Polo Norte junto con un batallón de enanos que le fabrican los juguetes bajo un régimen laboral que hoy llamaríamos trabajo esclavo. No conformes con eso también le crean un trineo tirado por renos, voladores todos, y con nombres medio difíciles de memorizar. Pero como sobre gustos solo se ha escrito el nombre de la heladería y hay gente que tiene afinidad con esto de memorizar formaciones, aunque sean de renos, aprovecho el viaje y aquí se los dejo: Dasher, Dancer, Prancer, Comet, Cupid, Donner, Blitzen, Vixen, Rudolph… Moreno, Pedernera, Labruna y Lousteau.
Y fieles a su estilo, como tampoco el espíritu corporativo se podía quedar afuera, Coca Cola se encarga de imponerle al resto del mundo la imagen del viejo obeso vestido de rojo, barbudo y de gorrito con pompón.
Así pues, si hay algo que caracteriza al espíritu navideño luego de dos milenios es esa tendencia a la simplificación que mete miedo, homogeneizando todo en la licuadora del tiempo. Ni el 29 de septiembre, ni el 6 de diciembre. Se hace todo el 25 de diciembre... ¡y nos dejamos de joder!
Para complicarla estamos nosotros con eso de "¿Donde la pasamos?", "Vos hacé el vitel toné que yo llevo el matambre”, o el clásico: "¡Felicidades... que la pasen lindo!" que se dirán al cruzarse en la calle un par de vecinos mientras cargan fuentes de importantes dimensiones perfectísimamente niveladas a la altura del pecho, excesiva e inútilmente envueltas ya que parte de su contenido se derramará inexorablemente, o que simplemente no evitará que se altere la prolija simetría con que fueron colocadas tal vez, rodajas de huevos duros, con la intención de embellecer la presentación de una ensalada rusa, plato que el vulgo quiso que provenga del país del cual San Nicolás, (a) Santa Claus, (a) Papá Noel, también es patrono.
¡Felicidades!
viernes, 2 de diciembre de 2011
DELIVERY ALLA SCARPARO
-Del Centenario, buenas tardes –
-¡Hola! ¿Cómo le va? Llamo para registrarme como cliente para hacer pedidos.-
-¿Quiere registrarse? ¿Es la primera vez que se comunica con nosotros?-
-Si, así es. Le explico. Hace más o menos un mes en una reunión de trabajo, un colega me comentó que les compraba a Uds. porque eran unos fenómenos y los productos de primera. Y la verdad es que hace rato que quería probar otra alternativa porque la fábrica a la que le compro habitualmente bajó mucho la calidad y varias veces me dejó colgado porque me mandaba mal los pedidos. Me dijo también que me daban un número de cliente personalizado. ¿Es así?-
-Bueno, agradézcale de nuestra parte a su amigo. Es grato que nos reconozcan por aquello en lo que ponemos el mayor empeño, que no es otra cosa que atender bien a nuestros clientes. Si, en este caso si, tiene que registrarse primero. Necesito pedirle algunos datos para darle de alta, son poquitos, y le asignamos un número.-
-¡Seguro! Ud. dirá, Sr….-
-Mi nombre es Carlos Bragagnolli.
-Encantado. Yo soy Esteban Pawlavkoltszik
-Un gusto. Aprovecho para registrar su nombre… ¿Me dijo Esteban?-
-Pawlavkoltszik… Se lo deletreo porque no es fácil.-
-Por favor…-
-P de Pablo, A de Armando, W de Walter, L de Luis, A de Armando.-
-Un segundito… W, L, ¿Y después A de nuevo?-
-Si, A de Armando, V corta, K de kilo, O de Orlando…-
-…Orlando, si…-
-L de Luis otra vez… T de Tomás…-
-¿L de Luis y O otra vez?-
-No, no… Después de la L no va O, va una T.-
-Le digo lo que tengo escrito hasta ahora y Ud. me corrige: P, A, W, L, A, V, O, L, O, T…-
-Anotó una O de más. Después de la L va una T.-
-A ver si entendí: P, A, W, L, ahora T, A, V, L, O, T…-
-No. Tache todo que se lo deletreo de nuevo…-
-Vaya diciéndome las letras nada más.-
-Bueno. Ahí va: P, A, W, L, A, V, K, O, L, T, S, Z, I, K.-
-I latina o Y griega al final.-
-I latina.-
-I latina… Bien, “Paulacosqui” sería.. -
-No, se pronuncia “Pa-blaf-col-sic”-
-Pa-blaf-cols-qui… colsic, perdón… Repítame su nombre por favor, porque tuve que salir de la pantalla, entrar de nuevo y cuando es así hay que arrancar de cero. Ya pude cargar el apellido, no se preocupe, pero se me hizo lío con el nombre-
-Como no: Esteban -
-Bien… Esteban.. ¿Así como suena…?-
-Si, si… con B larga.-
-Si… Esteban por lo general es con B larga…-
-No siempre. Mi abuelo se llamaba Stevan, sin E y con V corta. Se pronunciaba “Steffan” Pero a mi padre cuando me fue a anotar con el nombre de mi abuelo no se lo aceptaron y me dejó Esteban… Normal.-
-Normal...OK-
-A mi abuelo por lo menos le escribieron bien el apellido, porque en esa época cuando bajaban del barco te escribían el apellido de cualquier manera.-
-Menos mal que se lo escribieron bien ¿No?-
-¡Si, por suerte! Al hermano lo anotaron sin la S y cuando murió se armó un quilombo de novela. Por lo de la sucesión, ¿vio?.-
-¡Uf! ¡Me imagino! Pero se lo decía por Esteban.-
-¡JA JA! Si… entiendo…-
-¿Domicilio?-
-Soldado de la Independencia…-
-…inn..dennn..ci… a…¿Si?-
-4057-
-¿El código postal lo recuerda?-
-¿Cual quiere? ¿El viejo o el nuevo?
-Si sabe el nuevo mejor-
-Si, como no: E de Esteban 3164 XAA-
-¿Esteban de nuevo?-
-¡Ja ja! No, es que empieza con E.-
-¿Esto sería…?-
-Don Cristóbal-
-San Cristóbal-
-No, no, es DON Cristóbal.-
-Le digo porque el sistema no me lo toma. Me tira como opción San Cristóbal.-
-Si, siempre me pasa lo mismo con los sistemas.-
-No importa, dígame su teléfono.
-Si: 3435 42 7501
-¿Es un celular?
-No, no, es el de mi casa.-
-No me lo toma, sobran números.-
-Tiene que agregarle un cero.-
-No, con cero es peor. ¿Y el celular?-
-Mi celular es: 15 3520420-
-MMMM a ver… si, a éste si le agrego el cero va bien. ¿Alguna dirección de mail?-
-Si: estebanpawlavkoltszik todo junto, arroba, electropawlavkoltszik, también todo junto, punto com, punto ar-
-Uh… la p…-
-¿Se lo deletreo? -
-No, está bien, por ahora le pongo una así nomás para poder darle el alta y después tranquilo lo cargo bien.-
-Bueno, como Ud. Diga.-
-Anote por favor su número de cliente.-
-Si, dígame.-
-R de Ricardo, 27...-
-Si…-
-92-
-Si…-
-627-
-¡OK!-.
-Ya puede hacernos el pedido por mail o directamente en el formulario de pedidos que está en nuestra página WEB.-
-¿No puedo aprovechar que ya lo tengo al teléfono para pasarle el pedido?-
-Si, por supuesto. Yo le decía porque así se evita cualquier error. El sistema le verifica automáticamente el producto, le confirma si tenemos… y puede también seguir al pedido si quiere.
-¡Qué nivel! ¡No exageró en nada mi amigo! No se preocupe, es un pedido chico.
-Bueno, lo escucho.-
-Necesito tres cajas de ricota con nuez y tres de pollo y jamon.-
-Perdon… ¿Seis cajas me dijo…? ¿De ravioles quiere decir Ud por casualidad?-
-Si, discúlpeme, no le aclaré. Ravioles.-
-¿Ve por qué le decía de usar el mail o la página WEB? Este tipo de errores no existen.
-Bueno, pero ya está aclarado, tampoco es para hacerse problema…-
-Si Ud. no se hace problema, nosotros menos. Pero lamentablemente de ricota y nuez no va a poder ser.-
-¿Y todas de pollo con jamón?-
-MMM, nop…Tampoco señor.-
-¿Y sorrentinos?-
- No, tampoco, nada.-
-¡Uy, pero que macana! Esta noche viene gente de Rosario a cenar a mi casa. ¿Qué hago ahora?-
-Yo le sugiero que llame a su colega del trabajo y le pida el dato de alguna otra fábrica de pastas.-
-¿Pero cómo? Esta persona me dijo que Uds. eran los mejores.-
- Si, puede ser… pero todavía estamos lejos de hacer milagros…-
-¿Milagros por seis cajas de ravioles de mierda? ¿Qué me está diciendo? ¡Caradura! -
-No voy a polemizar con Ud. Señor Pa… Pa… Sr. Esteban. Pero en ésta situación me veo obligado a darle de baja al número de nuestro registro de clientes.-
-¡Pero esto es el colmo! ¡¿Me tuvo media hora al teléfono con eso del registro y ahora me sale con esta pelotudez?! Por mi métase el número de cliente en el upite. ¿¡Por qué no se dedican a otra cosa!?-
-Bueno, con ese criterio nosotros también le podríamos pedir que se cambie el apellido.-
-¿Qué problema tenés ahora con mi apellido? ¿Eh? ¿No te alcanzó con cagarme el día con lo de los ravioles que encima me jodés con el apellido? ¡Querés que te vaya a hacer el pedido al negocio así también te cago a trompadas, pelotudo!-
-No tenemos ningún problema con su apellido… bueno, si, quizás con la pronunciación y un poquito con el mail. Pero créame, si se llamara Esteban Pérez, por ejemplo, le hubiese podido avisar mucho antes que esto es una bulonería que queda cerca de La Plata, así no se calentaba al pedo.-
-¡Hola! ¿Cómo le va? Llamo para registrarme como cliente para hacer pedidos.-
-¿Quiere registrarse? ¿Es la primera vez que se comunica con nosotros?-
-Si, así es. Le explico. Hace más o menos un mes en una reunión de trabajo, un colega me comentó que les compraba a Uds. porque eran unos fenómenos y los productos de primera. Y la verdad es que hace rato que quería probar otra alternativa porque la fábrica a la que le compro habitualmente bajó mucho la calidad y varias veces me dejó colgado porque me mandaba mal los pedidos. Me dijo también que me daban un número de cliente personalizado. ¿Es así?-
-Bueno, agradézcale de nuestra parte a su amigo. Es grato que nos reconozcan por aquello en lo que ponemos el mayor empeño, que no es otra cosa que atender bien a nuestros clientes. Si, en este caso si, tiene que registrarse primero. Necesito pedirle algunos datos para darle de alta, son poquitos, y le asignamos un número.-
-¡Seguro! Ud. dirá, Sr….-
-Mi nombre es Carlos Bragagnolli.
-Encantado. Yo soy Esteban Pawlavkoltszik
-Un gusto. Aprovecho para registrar su nombre… ¿Me dijo Esteban?-
-Pawlavkoltszik… Se lo deletreo porque no es fácil.-
-Por favor…-
-P de Pablo, A de Armando, W de Walter, L de Luis, A de Armando.-
-Un segundito… W, L, ¿Y después A de nuevo?-
-Si, A de Armando, V corta, K de kilo, O de Orlando…-
-…Orlando, si…-
-L de Luis otra vez… T de Tomás…-
-¿L de Luis y O otra vez?-
-No, no… Después de la L no va O, va una T.-
-Le digo lo que tengo escrito hasta ahora y Ud. me corrige: P, A, W, L, A, V, O, L, O, T…-
-Anotó una O de más. Después de la L va una T.-
-A ver si entendí: P, A, W, L, ahora T, A, V, L, O, T…-
-No. Tache todo que se lo deletreo de nuevo…-
-Vaya diciéndome las letras nada más.-
-Bueno. Ahí va: P, A, W, L, A, V, K, O, L, T, S, Z, I, K.-
-I latina o Y griega al final.-
-I latina.-
-I latina… Bien, “Paulacosqui” sería.. -
-No, se pronuncia “Pa-blaf-col-sic”-
-Pa-blaf-cols-qui… colsic, perdón… Repítame su nombre por favor, porque tuve que salir de la pantalla, entrar de nuevo y cuando es así hay que arrancar de cero. Ya pude cargar el apellido, no se preocupe, pero se me hizo lío con el nombre-
-Como no: Esteban -
-Bien… Esteban.. ¿Así como suena…?-
-Si, si… con B larga.-
-Si… Esteban por lo general es con B larga…-
-No siempre. Mi abuelo se llamaba Stevan, sin E y con V corta. Se pronunciaba “Steffan” Pero a mi padre cuando me fue a anotar con el nombre de mi abuelo no se lo aceptaron y me dejó Esteban… Normal.-
-Normal...OK-
-A mi abuelo por lo menos le escribieron bien el apellido, porque en esa época cuando bajaban del barco te escribían el apellido de cualquier manera.-
-Menos mal que se lo escribieron bien ¿No?-
-¡Si, por suerte! Al hermano lo anotaron sin la S y cuando murió se armó un quilombo de novela. Por lo de la sucesión, ¿vio?.-
-¡Uf! ¡Me imagino! Pero se lo decía por Esteban.-
-¡JA JA! Si… entiendo…-
-¿Domicilio?-
-Soldado de la Independencia…-
-…inn..dennn..ci… a…¿Si?-
-4057-
-¿El código postal lo recuerda?-
-¿Cual quiere? ¿El viejo o el nuevo?
-Si sabe el nuevo mejor-
-Si, como no: E de Esteban 3164 XAA-
-¿Esteban de nuevo?-
-¡Ja ja! No, es que empieza con E.-
-¿Esto sería…?-
-Don Cristóbal-
-San Cristóbal-
-No, no, es DON Cristóbal.-
-Le digo porque el sistema no me lo toma. Me tira como opción San Cristóbal.-
-Si, siempre me pasa lo mismo con los sistemas.-
-No importa, dígame su teléfono.
-Si: 3435 42 7501
-¿Es un celular?
-No, no, es el de mi casa.-
-No me lo toma, sobran números.-
-Tiene que agregarle un cero.-
-No, con cero es peor. ¿Y el celular?-
-Mi celular es: 15 3520420-
-MMMM a ver… si, a éste si le agrego el cero va bien. ¿Alguna dirección de mail?-
-Si: estebanpawlavkoltszik todo junto, arroba, electropawlavkoltszik, también todo junto, punto com, punto ar-
-Uh… la p…-
-¿Se lo deletreo? -
-No, está bien, por ahora le pongo una así nomás para poder darle el alta y después tranquilo lo cargo bien.-
-Bueno, como Ud. Diga.-
-Anote por favor su número de cliente.-
-Si, dígame.-
-R de Ricardo, 27...-
-Si…-
-92-
-Si…-
-627-
-¡OK!-.
-Ya puede hacernos el pedido por mail o directamente en el formulario de pedidos que está en nuestra página WEB.-
-¿No puedo aprovechar que ya lo tengo al teléfono para pasarle el pedido?-
-Si, por supuesto. Yo le decía porque así se evita cualquier error. El sistema le verifica automáticamente el producto, le confirma si tenemos… y puede también seguir al pedido si quiere.
-¡Qué nivel! ¡No exageró en nada mi amigo! No se preocupe, es un pedido chico.
-Bueno, lo escucho.-
-Necesito tres cajas de ricota con nuez y tres de pollo y jamon.-
-Perdon… ¿Seis cajas me dijo…? ¿De ravioles quiere decir Ud por casualidad?-
-Si, discúlpeme, no le aclaré. Ravioles.-
-¿Ve por qué le decía de usar el mail o la página WEB? Este tipo de errores no existen.
-Bueno, pero ya está aclarado, tampoco es para hacerse problema…-
-Si Ud. no se hace problema, nosotros menos. Pero lamentablemente de ricota y nuez no va a poder ser.-
-¿Y todas de pollo con jamón?-
-MMM, nop…Tampoco señor.-
-¿Y sorrentinos?-
- No, tampoco, nada.-
-¡Uy, pero que macana! Esta noche viene gente de Rosario a cenar a mi casa. ¿Qué hago ahora?-
-Yo le sugiero que llame a su colega del trabajo y le pida el dato de alguna otra fábrica de pastas.-
-¿Pero cómo? Esta persona me dijo que Uds. eran los mejores.-
- Si, puede ser… pero todavía estamos lejos de hacer milagros…-
-¿Milagros por seis cajas de ravioles de mierda? ¿Qué me está diciendo? ¡Caradura! -
-No voy a polemizar con Ud. Señor Pa… Pa… Sr. Esteban. Pero en ésta situación me veo obligado a darle de baja al número de nuestro registro de clientes.-
-¡Pero esto es el colmo! ¡¿Me tuvo media hora al teléfono con eso del registro y ahora me sale con esta pelotudez?! Por mi métase el número de cliente en el upite. ¿¡Por qué no se dedican a otra cosa!?-
-Bueno, con ese criterio nosotros también le podríamos pedir que se cambie el apellido.-
-¿Qué problema tenés ahora con mi apellido? ¿Eh? ¿No te alcanzó con cagarme el día con lo de los ravioles que encima me jodés con el apellido? ¡Querés que te vaya a hacer el pedido al negocio así también te cago a trompadas, pelotudo!-
-No tenemos ningún problema con su apellido… bueno, si, quizás con la pronunciación y un poquito con el mail. Pero créame, si se llamara Esteban Pérez, por ejemplo, le hubiese podido avisar mucho antes que esto es una bulonería que queda cerca de La Plata, así no se calentaba al pedo.-
miércoles, 23 de noviembre de 2011
Siga... Siga!!!
El 9 amaga el pique hacia la derecha, pero antes de dar el segundo paso gira e inicia la diagonal en sentido contrario a toda velocidad, desconcertando al 2 contrario que solo atina a quedarse parado viendo como se aleja rápidamente.
Interrumpe el pase que el 5 de su equipo hizo en profundidad al carrilero que desbordaba a punto de esquivar la marca por la derecha, desacomodando a toda la defensa que queda a contrapié e imposibilitada de cualquier reacción.
Esa chispa, esa espontánea creatividad que en una fracción de segundo dibuja una jugada imposible es lo que distingue al jugador diferente, al de la rara habilidad que desconcierta a todos y le da la ventaja que hasta le permite darse el lujo de elegir cómo definir. Un centro atrás, el milimétrico pase al vacío que se encontrará con el 10 que aparecerá por atrás de la defensa como salido de la nada, o la individual que cierre la jugada mágica que inició 30 metros atrás.
Esquiva con un coreográfico movimiento de cintura a su compañero que vuelve para no hacerlo participar de la jugada y dejarlo clara posición adelantada.
Con lo justo zafa del planchazo criminal con el que el central intentó detenerlo y sigue, abriéndose ahora hacia la derecha.
La tribuna contiene la respiración. Más de treinta mil hinchas observan atónitos cómo esta rareza del fútbol deja en el camino a uno tras otro que intenta detenerlo.
Ya desde las inferiores que éste muchacho sobresalía por sobre el resto. Todos los técnicos que lo dirigieron coincidían en un jugador de esas características solo podría haber desarrollado semejante habilidad por obra de un hechizo diabólico.
Y esa jugada a los 43’ del segundo tiempo lo confirmaba. Los corazones de la parcialidad latían al unísono y con fuerza descomunal dentro los pechos donde se ahogaron los cánticos, los insultos al árbitro, los “¡vamo, vamo vaaamoooo!” Retener el aliento de esa forma hacía que la jugada se viera como en cámara lenta.
El 5, sale a su encuentro de manera suicida y por poco no lo parte de un rodillazo a la altura de la cintura. Con la cabeza baja y agilidad felina lo elude con habilidad única arrastrando el balón que le había quedado un poco atrás con su pierna menos hábil.
El referee sigue la jugada de cerca y a la carrera extiende ambos brazos hacia adelante con las manos abiertas perpendiculares al campo de juego comunicando a todos la aplicación de la ley de la ventaja, manteniendo sin máculas el justo arbitraje durante todo el partido. Mira rápidamente a su asistente que sigue a la vertiginosa jugada sin perder la línea de la pelota tratando de compartir su asombro por la increíble jugada
El endemoniado 9 pisa el área grande y es casi imposible detenerlo.
El 3 lo toma de la camiseta e intenta derribarlo interponiendo su brazo a la altura del rostro sin misericordia alguna.
No lo logra, pero alcanza a desequilibrarlo fatalmente.
La pelota le queda muy atrás. La gente de la tribuna que está atrás del arco observa impávida con ojos muy abiertos y mandíbulas casi dislocadas de estupor.
Comienza a trastabillar y a inclinarse dramáticamente hacia un costado.
El arquero figura indiscutida y responsable de mantener el empate en 0 durante todo el partido, achica bien. Corre con las rodillas muy flexionadas y los brazos bien abiertos en dirección al genio maldito cerrándole la trayectoria, aprovechando la pérdida de equilibrio de su atacante y dejándolo totalmente sin ángulo.
Pero es ahí, en el momento de la verdad donde el fútbol te cubre de gloria o te ahoga en una maldición.
La rodilla derecha del 9 golpea con fuerza el gramado. El impulso acumulado en la fulminante y enceguecida carrera hace que ruede por el piso sobre su espalda.
Le quedan centímetros nada más para que toda la jugada se pierda por la línea de fondo.
Muchos atinan a cubrirse el rostro anticipando el inevitable final de la épica jugada.
Pero la historia del fútbol le reservaba ese lugar de privilegio que muy pocos pueden ocupar y por el que será recordado eternamente.
Sin aire por el golpe contra el piso luego de semejante carrera, sin ángulo y con la última señal que sus células nerviosas pudieron enviarle a su pierna izquierda, desvía la trayectoria del esférico que con una extraña parábola pasa por encima del arquero, pega en el borde interno del travesaño y pica a centímetros del segundo palo pero habiendo traspasado ya la línea de meta, logrando un gol imposible.
Un gol que la hinchada no olvidará jamás.
Un gol que ni el más grande número 10 de la historia del fútbol ha podido hacer.
¡Un gol en contra de la hostia!
Interrumpe el pase que el 5 de su equipo hizo en profundidad al carrilero que desbordaba a punto de esquivar la marca por la derecha, desacomodando a toda la defensa que queda a contrapié e imposibilitada de cualquier reacción.
Esa chispa, esa espontánea creatividad que en una fracción de segundo dibuja una jugada imposible es lo que distingue al jugador diferente, al de la rara habilidad que desconcierta a todos y le da la ventaja que hasta le permite darse el lujo de elegir cómo definir. Un centro atrás, el milimétrico pase al vacío que se encontrará con el 10 que aparecerá por atrás de la defensa como salido de la nada, o la individual que cierre la jugada mágica que inició 30 metros atrás.
Esquiva con un coreográfico movimiento de cintura a su compañero que vuelve para no hacerlo participar de la jugada y dejarlo clara posición adelantada.
Con lo justo zafa del planchazo criminal con el que el central intentó detenerlo y sigue, abriéndose ahora hacia la derecha.
La tribuna contiene la respiración. Más de treinta mil hinchas observan atónitos cómo esta rareza del fútbol deja en el camino a uno tras otro que intenta detenerlo.
Ya desde las inferiores que éste muchacho sobresalía por sobre el resto. Todos los técnicos que lo dirigieron coincidían en un jugador de esas características solo podría haber desarrollado semejante habilidad por obra de un hechizo diabólico.
Y esa jugada a los 43’ del segundo tiempo lo confirmaba. Los corazones de la parcialidad latían al unísono y con fuerza descomunal dentro los pechos donde se ahogaron los cánticos, los insultos al árbitro, los “¡vamo, vamo vaaamoooo!” Retener el aliento de esa forma hacía que la jugada se viera como en cámara lenta.
El 5, sale a su encuentro de manera suicida y por poco no lo parte de un rodillazo a la altura de la cintura. Con la cabeza baja y agilidad felina lo elude con habilidad única arrastrando el balón que le había quedado un poco atrás con su pierna menos hábil.
El referee sigue la jugada de cerca y a la carrera extiende ambos brazos hacia adelante con las manos abiertas perpendiculares al campo de juego comunicando a todos la aplicación de la ley de la ventaja, manteniendo sin máculas el justo arbitraje durante todo el partido. Mira rápidamente a su asistente que sigue a la vertiginosa jugada sin perder la línea de la pelota tratando de compartir su asombro por la increíble jugada
El endemoniado 9 pisa el área grande y es casi imposible detenerlo.
El 3 lo toma de la camiseta e intenta derribarlo interponiendo su brazo a la altura del rostro sin misericordia alguna.
No lo logra, pero alcanza a desequilibrarlo fatalmente.
La pelota le queda muy atrás. La gente de la tribuna que está atrás del arco observa impávida con ojos muy abiertos y mandíbulas casi dislocadas de estupor.
Comienza a trastabillar y a inclinarse dramáticamente hacia un costado.
El arquero figura indiscutida y responsable de mantener el empate en 0 durante todo el partido, achica bien. Corre con las rodillas muy flexionadas y los brazos bien abiertos en dirección al genio maldito cerrándole la trayectoria, aprovechando la pérdida de equilibrio de su atacante y dejándolo totalmente sin ángulo.
Pero es ahí, en el momento de la verdad donde el fútbol te cubre de gloria o te ahoga en una maldición.
La rodilla derecha del 9 golpea con fuerza el gramado. El impulso acumulado en la fulminante y enceguecida carrera hace que ruede por el piso sobre su espalda.
Le quedan centímetros nada más para que toda la jugada se pierda por la línea de fondo.
Muchos atinan a cubrirse el rostro anticipando el inevitable final de la épica jugada.
Pero la historia del fútbol le reservaba ese lugar de privilegio que muy pocos pueden ocupar y por el que será recordado eternamente.
Sin aire por el golpe contra el piso luego de semejante carrera, sin ángulo y con la última señal que sus células nerviosas pudieron enviarle a su pierna izquierda, desvía la trayectoria del esférico que con una extraña parábola pasa por encima del arquero, pega en el borde interno del travesaño y pica a centímetros del segundo palo pero habiendo traspasado ya la línea de meta, logrando un gol imposible.
Un gol que la hinchada no olvidará jamás.
Un gol que ni el más grande número 10 de la historia del fútbol ha podido hacer.
¡Un gol en contra de la hostia!
viernes, 11 de noviembre de 2011
No sos vos... yo tampoco.
El frío se filtra por todos los rincones del destartalado 42, en otra mañana helada de éste agosto del 83 que no da tregua. La caminata por Amancio Alcorta desde Sáenz hasta la parada de Pepirí para poder viajar sentado la sufrí como nunca, pero me pude acurrucar en un asiento individual ubicado en la mitad del colectivo lejos de las puertas. Y antes de que llegase a la siguiente parada el sueño ya me había devorado.
Todo es silencio e inconciencia hasta que un anónimo pasajero desde el fondo, me devuelve al mundo de los vivos con un sentido: “¡La puerta!”
Con mucho esfuerzo logro vencer la parálisis del sueño que me aqueja y perforo con el dedo un pequeño círculo en la condensación del vaho que esmeriló la ventanilla, para intentar reponerme de la total desconexión que tuve con el tiempo y el espacio. Con algo de malestar noto que recién estábamos por cruzar Rivadavia y no entrando al tramo final de la avenida Corrientes como hubiese deseado.
Me acomodo para abandonar la poco elegante postura de desmayado que se escurrió bochornosamente por el asiento, y miro disimuladamente al resto del compacto pasaje para comprobar si estaban observándome mientras me recomponía pudorosamente del sueño comatoso del que fui abruptamente rescatado.
Y efectivamente, una chica que se sujetaba de ambos pasamanos, al frente y detrás de mi asiento, me miraba sin ningún reparo, acercándose además para que me fuera imposible ignorarla.
- ¿No te acordás de mi? – me pregunta con una sonrisa sobrecargada de nostalgia.
- No, para nada – Respondo de la manera más cordial que me fue posible, aturdido por la pesada modorra y temeroso de que se trate de un ardid para quitarme el asiento.
- Yo, al revés, nunca me voy a olvidar de vos.- y agrega - ¿Cuánto tiempo pasó ya? Más de un año. ¿No?
- La verdad que no se, creo que me estás confundiendo con otra persona.
El apretujado conglomerado de personas que nos rodeaba ya nos prestaba plena atención, alternando las miradas entre mi desconocida interrogadora y yo, arqueando las cejas de manera expectante ante las preguntas y dejándolas caer pesadamente por la desazón que les provocaban mis respuestas.
- No, para nada.- me corrige con convicción – Es imposible que te confunda con otro -. Y continúa: - Me recibí de maestra ¿Sabés?
- ¡Ah! Mirá… No, no tenía la menor idea.- le respondí ya sin fuerzas para contrariarla. – Te felicito -
- Desapareciste. ¿Por qué? ¿Qué te hice?
Los espectadores, pendientes de cada detalle, dirigieron sincronizadamente sus miradas cargadas de curiosidad hacia mi.
- No desaparecí, creeme, es que nunca estuve…
Me escudriña en silencio haciendo una pausa interminable.
- ¿Por qué sos tan cruel conmigo? ¿Por qué tanto rencor?
- ¿Rencor? ¿Qué soy cruel? Te repito, estás equivocada, me estás confundiendo con otra persona.
Ahora no solo ella descree, los curiosos pasajeros también, haciéndomelo saber con sus ceños fruncidos.
Me invade la horrible sensación de que el tiempo se está deteniendo. Este viaje hasta Chacarita va a durar una eternidad. Observo detenidamente cada rostro que no me saca los ojos de encima y todos se expresan con el mismo lenguaje gestual de la desquiciada, que me tortura a fuerza de confusión y preguntas que no se responder.
Las comisuras de sus labios de repente apuntan hacia abajo, el mentón se le contrae y los ojos se enturbian. Está a punto de romper en llanto. Algunos la observan con ternura. Otros me miran con furia.
- Por favor – Supliqué juntando las manos cerca del pecho- Flaca, en serio, estás re confundida… por lo que más quieras, cortala. Te estás dando máquina al pedo y me estás triturando la croqueta a mazazos.
- ¿Yo te trituro la croqueta?- Las lágrimas le brotan como gotas de lluvia y grita - ¿Vos me destrozaste el corazón y ahora me suplicás?- Se golpea tres o cuatro veces con fuerza el centro del pecho. -Jamás hubiese imaginado que fueras asi… Tan…Tan cobarde… ¡Tan hijo de puta!
Hasta los que subieron recién se convencieron rápidamente de que el cobarde hijo de puta que acaban de nombrar soy yo.
- Uh, no, pará… ya te fuiste de mambo. Cortala, flaca. Estás de la gorra y completamente equivocada…. Por favor, pará con todo esto y dejame vivir.
- ¿Ahora me tratás como a una loca también?- Se traga el llanto, respira profundo y sentencia: ¡Sos muy turro Horacio! ¡Muy turro!
- ¡¿Cómo dijiste?! ¡¿Horacio?!- Y dirigiéndome al público: ¿Escucharon cómo me llamó? ¿Eh? ¿Horacio, verdad? – Mirando a los ojos de dos o tres al azar que me hacían frente sin desviar la mirada.
Busco en mi bolsillo el DNI y se lo abro a pocos centímetros de la cara.
- A ver si entendés ahora y me dejás de joder de una vez por todas: ¡Te confundiste de persona pedazo de marmota! ¿Ves? ¡Yo no soy Horacio! Me llamo Luis.
Luis Alberto por si alimentás la esperanza que Horacio sea mi segundo nombre.
Ahora todos la miran a ella. Varios sujetando el labio inferior con los dientes y moviendo la cabeza levemente de izquierda a derecha.
- Perdoname – me dice muy colorada mientras toma distancia – me equivoqué.
- Si flaca, te equivocaste. Aflojá con el Albalux en el desayuno que te pega feo.
Me quedo mirándola unos instantes, pero a pesar del esfuerzo que hace para disimular y hacer de cuenta que nada pasó, un impulso espasmódico la hace emprender la retirada frenéticamente, empujando a todo el mundo y bajándose del ómnibus de manera temeraria.
Me refriego la cara en un intento por borrar las imágenes de ésta locura.
Resoplo y me pregunto por donde carajo vamos.
Ya está más claro. Abro un nuevo orificio en la ventanilla empañada y el paredón del cementerio a lo lejos anticipa el final de esta pesadilla.
Esta noche tengo parcial.
Me tengo que concentrar.
Esta mina me pudrió tanto la cabeza que ni siquiera puedo recordar parcial de qué tengo que dar.
Todo es silencio e inconciencia hasta que un anónimo pasajero desde el fondo, me devuelve al mundo de los vivos con un sentido: “¡La puerta!”
Con mucho esfuerzo logro vencer la parálisis del sueño que me aqueja y perforo con el dedo un pequeño círculo en la condensación del vaho que esmeriló la ventanilla, para intentar reponerme de la total desconexión que tuve con el tiempo y el espacio. Con algo de malestar noto que recién estábamos por cruzar Rivadavia y no entrando al tramo final de la avenida Corrientes como hubiese deseado.
Me acomodo para abandonar la poco elegante postura de desmayado que se escurrió bochornosamente por el asiento, y miro disimuladamente al resto del compacto pasaje para comprobar si estaban observándome mientras me recomponía pudorosamente del sueño comatoso del que fui abruptamente rescatado.
Y efectivamente, una chica que se sujetaba de ambos pasamanos, al frente y detrás de mi asiento, me miraba sin ningún reparo, acercándose además para que me fuera imposible ignorarla.
- ¿No te acordás de mi? – me pregunta con una sonrisa sobrecargada de nostalgia.
- No, para nada – Respondo de la manera más cordial que me fue posible, aturdido por la pesada modorra y temeroso de que se trate de un ardid para quitarme el asiento.
- Yo, al revés, nunca me voy a olvidar de vos.- y agrega - ¿Cuánto tiempo pasó ya? Más de un año. ¿No?
- La verdad que no se, creo que me estás confundiendo con otra persona.
El apretujado conglomerado de personas que nos rodeaba ya nos prestaba plena atención, alternando las miradas entre mi desconocida interrogadora y yo, arqueando las cejas de manera expectante ante las preguntas y dejándolas caer pesadamente por la desazón que les provocaban mis respuestas.
- No, para nada.- me corrige con convicción – Es imposible que te confunda con otro -. Y continúa: - Me recibí de maestra ¿Sabés?
- ¡Ah! Mirá… No, no tenía la menor idea.- le respondí ya sin fuerzas para contrariarla. – Te felicito -
- Desapareciste. ¿Por qué? ¿Qué te hice?
Los espectadores, pendientes de cada detalle, dirigieron sincronizadamente sus miradas cargadas de curiosidad hacia mi.
- No desaparecí, creeme, es que nunca estuve…
Me escudriña en silencio haciendo una pausa interminable.
- ¿Por qué sos tan cruel conmigo? ¿Por qué tanto rencor?
- ¿Rencor? ¿Qué soy cruel? Te repito, estás equivocada, me estás confundiendo con otra persona.
Ahora no solo ella descree, los curiosos pasajeros también, haciéndomelo saber con sus ceños fruncidos.
Me invade la horrible sensación de que el tiempo se está deteniendo. Este viaje hasta Chacarita va a durar una eternidad. Observo detenidamente cada rostro que no me saca los ojos de encima y todos se expresan con el mismo lenguaje gestual de la desquiciada, que me tortura a fuerza de confusión y preguntas que no se responder.
Las comisuras de sus labios de repente apuntan hacia abajo, el mentón se le contrae y los ojos se enturbian. Está a punto de romper en llanto. Algunos la observan con ternura. Otros me miran con furia.
- Por favor – Supliqué juntando las manos cerca del pecho- Flaca, en serio, estás re confundida… por lo que más quieras, cortala. Te estás dando máquina al pedo y me estás triturando la croqueta a mazazos.
- ¿Yo te trituro la croqueta?- Las lágrimas le brotan como gotas de lluvia y grita - ¿Vos me destrozaste el corazón y ahora me suplicás?- Se golpea tres o cuatro veces con fuerza el centro del pecho. -Jamás hubiese imaginado que fueras asi… Tan…Tan cobarde… ¡Tan hijo de puta!
Hasta los que subieron recién se convencieron rápidamente de que el cobarde hijo de puta que acaban de nombrar soy yo.
- Uh, no, pará… ya te fuiste de mambo. Cortala, flaca. Estás de la gorra y completamente equivocada…. Por favor, pará con todo esto y dejame vivir.
- ¿Ahora me tratás como a una loca también?- Se traga el llanto, respira profundo y sentencia: ¡Sos muy turro Horacio! ¡Muy turro!
- ¡¿Cómo dijiste?! ¡¿Horacio?!- Y dirigiéndome al público: ¿Escucharon cómo me llamó? ¿Eh? ¿Horacio, verdad? – Mirando a los ojos de dos o tres al azar que me hacían frente sin desviar la mirada.
Busco en mi bolsillo el DNI y se lo abro a pocos centímetros de la cara.
- A ver si entendés ahora y me dejás de joder de una vez por todas: ¡Te confundiste de persona pedazo de marmota! ¿Ves? ¡Yo no soy Horacio! Me llamo Luis.
Luis Alberto por si alimentás la esperanza que Horacio sea mi segundo nombre.
Ahora todos la miran a ella. Varios sujetando el labio inferior con los dientes y moviendo la cabeza levemente de izquierda a derecha.
- Perdoname – me dice muy colorada mientras toma distancia – me equivoqué.
- Si flaca, te equivocaste. Aflojá con el Albalux en el desayuno que te pega feo.
Me quedo mirándola unos instantes, pero a pesar del esfuerzo que hace para disimular y hacer de cuenta que nada pasó, un impulso espasmódico la hace emprender la retirada frenéticamente, empujando a todo el mundo y bajándose del ómnibus de manera temeraria.
Me refriego la cara en un intento por borrar las imágenes de ésta locura.
Resoplo y me pregunto por donde carajo vamos.
Ya está más claro. Abro un nuevo orificio en la ventanilla empañada y el paredón del cementerio a lo lejos anticipa el final de esta pesadilla.
Esta noche tengo parcial.
Me tengo que concentrar.
Esta mina me pudrió tanto la cabeza que ni siquiera puedo recordar parcial de qué tengo que dar.
jueves, 27 de octubre de 2011
I BEG YOUR PARDON
Hace muchos años ya que las reuniones de trabajo donde se realizan presentaciones de cualquier tipo me provocan mucho fastidio.
He llegado al punto de no tolerar siquiera la imagen de las jarras de café y las dulcemente esponjosas medias lunas, que con su almibarado brillo engalanan las amplias mesas de las salas de reuniones.
Con el tiempo he desarrollado una fobia hacia ellas y actualmente rechazo sistemáticamente cualquier convocatoria. Solo concurro a aquellas por las que mi jefe me putea en cinco idiomas cuando le llegan a reclamar ante mi negativa a asistir. Puesto en números solo voy a 1 de cada 20 en promedio, que a mi básico y elemental criterio, redunda en una relación costo beneficio excelente. Tal es así que hasta disfruto cuando el jefe se esmera en la cagada a pedos y recurre a expresiones novedosas.
Pero no siempre fue así. Hubo una época de oro, a comienzos de la primera década de éste siglo, en la que trataba de no perderme ninguna. Fueron tiempos donde abundaban profetas yuppies del management y el uso indiscriminado del spanglish técnico estaba en su apogeo. O, utilizando apropiadamente el lenguaje de ese momento, expresarse parcialmente en inglés era tremendamente cool.
Tanto me divertían que he llegado a llorar de la risa por los comentarios capciosos y premeditados de la concurrencia, tocándome ser testigo un par de veces, del descalabro total de un auditorio completo por ataques devastadores de risa extremadamente contagiosa.
En una de esas oportunidades el director de marketing de la compañía comandaba una presentación, donde tres de sus pollos exponían temas de rutilantes títulos e intrincado contenido, tocándome en suerte estar flanqueado por un colega cordobés macanudísimo que derrochaba alegría a mi derecha, y otro correntino igual de macanudo a mi izquierda, pero de personalidad más reservada.
Iniciada la exposición y luego de la introducción de rigor, el primer orador ya en su segunda frase se despacha con la primera palabrilla de moda: “bullets”.
Inmediatamente al cordobés se le borró la sonrisa y el correntino resopló. Un artículo y dos preposiciones después fuerza varios “Higlights” con sobreactuado acento de residente de Boston. Tres o cuatro veces en menos de un minuto. El correntino cambió el soplo de molestia por un “bueh..” y el cordobés recuperó su amplia sonrisa mientras decía:- “¿Qué cu-uliao el va-aguito éste, no?”
Sin que pudiéramos recomponernos del efecto de las dos primeras palabras, soltó la expresión más aclamada por las audiencias comebosta del planeta en esa época: “Brainstorming”.
-Ta-apate que vai a empe-ezar a llové mierda em cua-alquier mo-omento- Me dice el mediterráneo, al mismo tiempo que el mesopotámico exclama:
-Estaba que se salía de la vaina por decirlo.
-Esa Coca-a Light que-e dice que-e toma, le pi-icó el mate- dice el cordobés inclinándose hacia delante para hacer extensivo el comentario también al correntino.
Yo ya estaba tentado y haciendo un esfuerzo sobrehumano para disimularlo.
El orador ahora desenfunda con ensayado ademán un puntero láser desde el bolsillo interno de su saco para señalar innecesariamente una de las consignas, a la que llamó target, sobre la pantalla de importante tamaño en la que se proyectaban las diapositivas del Powerpoint que guiaban la exposición.
- Como se nota que el rubio narcisista practicó frente al espejo…- comenta el correntino.
-¡Que-e grande! Con ra-azón me re-esu-ultaba cono-ocido el rubio… ¿No es Luke Sky-ywalker con la espada laser? ¿Le ente-endei algo vó al cu-uliao éste?-
Tuve un ataque de apnea y llanto provocado por la risa reprimida.
Para colmo Luke Skywalker ya estaba desatado y en una sola oración mete: kick off, on going, knowledge management, punch, y quick fixes.
No pude contener la carcajada.
-Se ve que le causan gracia los chistes en inglés que cuenta el rubio- le comenta serio el correntino a mi vecino.
- ¿Kno-owledge-e ma-anageme-ent mandó el vago? Esto es la-a guerra de la-as gala-axias y Hamlet to-odo junto. En cua-alquier mo-omento entra el de-el casco-o negro y vai’mpe-ezá a pe-eliá a lo pavo. ¡Que-e acto-orazo el bayo éste!
No soy el único tentado. En un radio de diez asientos estaban todos doblados de la risa por la seguidilla de ocurrencias del cordobés
¿Sorry?- Intima el expositor visiblemente molesto, mirando desafiante hacia el centro del risueño grupo que cada vez cuenta con más adeptos.
- Please, could you repeat and explain the last concept set out on knowldege management? It is very difficult to me follow your explanation in the middle of this noise and also understand your language- Responde rápido y muy serio el correntino con acento londinense.
- Discúlpeme – pide sonrojado el ofendido orador- ¿Podría repetir?
Durante un par de segundos un pesado silencio invadió al auditorio, hasta que el cordobés dijo:
- ¿Cómo? ¿Ha-ablás tanto en i-inglés y no ente-endiste al co-olega? Te pre-eguntó si va a-aver Nesquick en el co-offe-e break, o va-a tenei que lla-amár al de-elivery.
El auditorio se vino abajo. Todos los presentes, incluido el resto de los panelistas, se retorcían de la risa en sus asientos. Las únicas personas que se mantuvieron serias fueron Luke, mi flemático colega correntino y con muchísimo esfuerzo el propio director.
-¡No te cale-entei Rubio!– Exclamo sonriente. Y agregó en tono conciliador: - Fue un ice-breaker joke, nada-a más.
No volvió a repetirse una reunión que haya sido tan divertida cómo esa.
A partir de ahí es que comenzó mi abnegada antipatía por las reuniones de trabajo. Con el correr del tiempo creo que la gente empezó a tomarse las presentaciones demasiado en serio. Y justamente es eso lo que más me fastidia.
He llegado al punto de no tolerar siquiera la imagen de las jarras de café y las dulcemente esponjosas medias lunas, que con su almibarado brillo engalanan las amplias mesas de las salas de reuniones.
Con el tiempo he desarrollado una fobia hacia ellas y actualmente rechazo sistemáticamente cualquier convocatoria. Solo concurro a aquellas por las que mi jefe me putea en cinco idiomas cuando le llegan a reclamar ante mi negativa a asistir. Puesto en números solo voy a 1 de cada 20 en promedio, que a mi básico y elemental criterio, redunda en una relación costo beneficio excelente. Tal es así que hasta disfruto cuando el jefe se esmera en la cagada a pedos y recurre a expresiones novedosas.
Pero no siempre fue así. Hubo una época de oro, a comienzos de la primera década de éste siglo, en la que trataba de no perderme ninguna. Fueron tiempos donde abundaban profetas yuppies del management y el uso indiscriminado del spanglish técnico estaba en su apogeo. O, utilizando apropiadamente el lenguaje de ese momento, expresarse parcialmente en inglés era tremendamente cool.
Tanto me divertían que he llegado a llorar de la risa por los comentarios capciosos y premeditados de la concurrencia, tocándome ser testigo un par de veces, del descalabro total de un auditorio completo por ataques devastadores de risa extremadamente contagiosa.
En una de esas oportunidades el director de marketing de la compañía comandaba una presentación, donde tres de sus pollos exponían temas de rutilantes títulos e intrincado contenido, tocándome en suerte estar flanqueado por un colega cordobés macanudísimo que derrochaba alegría a mi derecha, y otro correntino igual de macanudo a mi izquierda, pero de personalidad más reservada.
Iniciada la exposición y luego de la introducción de rigor, el primer orador ya en su segunda frase se despacha con la primera palabrilla de moda: “bullets”.
Inmediatamente al cordobés se le borró la sonrisa y el correntino resopló. Un artículo y dos preposiciones después fuerza varios “Higlights” con sobreactuado acento de residente de Boston. Tres o cuatro veces en menos de un minuto. El correntino cambió el soplo de molestia por un “bueh..” y el cordobés recuperó su amplia sonrisa mientras decía:- “¿Qué cu-uliao el va-aguito éste, no?”
Sin que pudiéramos recomponernos del efecto de las dos primeras palabras, soltó la expresión más aclamada por las audiencias comebosta del planeta en esa época: “Brainstorming”.
-Ta-apate que vai a empe-ezar a llové mierda em cua-alquier mo-omento- Me dice el mediterráneo, al mismo tiempo que el mesopotámico exclama:
-Estaba que se salía de la vaina por decirlo.
-Esa Coca-a Light que-e dice que-e toma, le pi-icó el mate- dice el cordobés inclinándose hacia delante para hacer extensivo el comentario también al correntino.
Yo ya estaba tentado y haciendo un esfuerzo sobrehumano para disimularlo.
El orador ahora desenfunda con ensayado ademán un puntero láser desde el bolsillo interno de su saco para señalar innecesariamente una de las consignas, a la que llamó target, sobre la pantalla de importante tamaño en la que se proyectaban las diapositivas del Powerpoint que guiaban la exposición.
- Como se nota que el rubio narcisista practicó frente al espejo…- comenta el correntino.
-¡Que-e grande! Con ra-azón me re-esu-ultaba cono-ocido el rubio… ¿No es Luke Sky-ywalker con la espada laser? ¿Le ente-endei algo vó al cu-uliao éste?-
Tuve un ataque de apnea y llanto provocado por la risa reprimida.
Para colmo Luke Skywalker ya estaba desatado y en una sola oración mete: kick off, on going, knowledge management, punch, y quick fixes.
No pude contener la carcajada.
-Se ve que le causan gracia los chistes en inglés que cuenta el rubio- le comenta serio el correntino a mi vecino.
- ¿Kno-owledge-e ma-anageme-ent mandó el vago? Esto es la-a guerra de la-as gala-axias y Hamlet to-odo junto. En cua-alquier mo-omento entra el de-el casco-o negro y vai’mpe-ezá a pe-eliá a lo pavo. ¡Que-e acto-orazo el bayo éste!
No soy el único tentado. En un radio de diez asientos estaban todos doblados de la risa por la seguidilla de ocurrencias del cordobés
¿Sorry?- Intima el expositor visiblemente molesto, mirando desafiante hacia el centro del risueño grupo que cada vez cuenta con más adeptos.
- Please, could you repeat and explain the last concept set out on knowldege management? It is very difficult to me follow your explanation in the middle of this noise and also understand your language- Responde rápido y muy serio el correntino con acento londinense.
- Discúlpeme – pide sonrojado el ofendido orador- ¿Podría repetir?
Durante un par de segundos un pesado silencio invadió al auditorio, hasta que el cordobés dijo:
- ¿Cómo? ¿Ha-ablás tanto en i-inglés y no ente-endiste al co-olega? Te pre-eguntó si va a-aver Nesquick en el co-offe-e break, o va-a tenei que lla-amár al de-elivery.
El auditorio se vino abajo. Todos los presentes, incluido el resto de los panelistas, se retorcían de la risa en sus asientos. Las únicas personas que se mantuvieron serias fueron Luke, mi flemático colega correntino y con muchísimo esfuerzo el propio director.
-¡No te cale-entei Rubio!– Exclamo sonriente. Y agregó en tono conciliador: - Fue un ice-breaker joke, nada-a más.
No volvió a repetirse una reunión que haya sido tan divertida cómo esa.
A partir de ahí es que comenzó mi abnegada antipatía por las reuniones de trabajo. Con el correr del tiempo creo que la gente empezó a tomarse las presentaciones demasiado en serio. Y justamente es eso lo que más me fastidia.
miércoles, 19 de octubre de 2011
ESCUCHO HABLAR DE BOTNIA Y SE ME PIANTA UN LAGRIMÓN...
-Disculpe, ¿falta mucho para Gorriti y Bolivar?-
-¿Perdón?-
-Le pregunté si falta mucho para llegar a Gorriti y Bolivar.-
- Mire, que yo sepa acá en Capital esas calles no se cruzan. Ni siquiera pasan cerca una de la otra.-
- ¡No puede ser! A mi me dijeron que Estelita vive en Gorriti y Bolivar.-
- No se enoje conmigo. Le reitero que acá en Capital Gorriti y Bolivar no forman esquina.-
- ¡La busqué por años! ¡Dios sabe que la busqué¡ ¡Y me mintió ese hijo de puta!-
Se puso realmente mal. El cocktail que mezcló en ese momento con partes iguales de desencuentro, desilusión y desarraigo, hizo mella en la estampa del extraviado señor que hasta antes de la respuesta fatal, desparramaba distinción con orgullosa elegancia de dandy sesentón de ajustado presupuesto.
Miraba desencajado hacia otras caras buscando desesperado a alguien que me contradiga. pero no encontró a nadie. Tragó con dificultad la amargura que le inundó la boca y con gesto de desesperanza se paró decidido a bajarse.
-¡Espere! ¿Adonde va? ¡Si Ud. está completamente perdido, hombre!-
- Me vuelvo a casa…-
- Espere que bajo con Ud.-
Bajamos y se quedó estático mirando hacia ambos lados del mezquino infinito de la avenida Córdoba.
-Venga, siéntese, le invito un café.-
Lo tomé del brazo y lo guié hasta una de las mesas que el bar cercano a la parada del colectivo tiene en la vereda. Con señas y a la distancia le pido dos cafés al mozo interrumpiendo su camino hacia nosotros y obligándolo a retornar a la barra donde estaba acodado.
- Digamé: ¿Tienen algún otro dato que nos pueda dar una pista de donde encontrar a la persona que busca?-
- No. Solo me dijo que vivía en Buenos Aires, en la esquina de Gorriti y Bolivar.-
- Bueno, hasta Buenos Aires posiblemente le han indicado bien. Pero entre Buenos Aires y esa esquina existe un abismo que necesita rellenar.-
- ¡Ud. no entiende nada! – me reclama. – Hace treinta años que busco a Estelita, y ese hijo de puta del hermano me dio cualquier dirección para sacarme de encima. Seguro. Es eso. El nunca quiso que yo estuviese cerca de ella. Pero me las va a pagar… ¿Me entiende?... ¡Me las va a pagar!-
Mientras trataba de calmar al pobre hombre el mozo deja el par de cafés sobre la mesa y vuelve inmediatamente a la barra.
-Por favor, cálmese. Quizás recuerde otro dato o referencia que sirva para orientarlo.-
-Nada…¡Nada! ¡Es un hijo de mil putas! ¡Me lo hizo a propósito!-
En eso veo a pocos metros de donde estábamos sentados, al diariero disponiéndose a cerrar el quiosco.
-Espéreme un segundo. No se mueva de acá, ya vengo.
Fui hasta el puesto de diarios, le expliqué lo que pasaba al diariero y le pregunté si tenía una guía para poder ayudar al extraviado y maduro galán.
-Sí, cómo no. Acá tiene. Son 25 pesos.-
-Uh, chabón dale… no seas garca…-
-¡No! ¿¡Qué garca ni garca!? Acá está marcada… sale 25 pesos.-
Llego a la mesa con una Guía T de reducidas dimensiones y 25 pesos menos.
- Vamos a buscar acá.-
Pero está perdido en su furia y no me escucha.
En la lista de calles del conurbano aparece Gorriti como cien veces.
-Ese mal parido me las va a pagar… ¡Mozo! Dos cafés y una grapa.-
- Espere, espere… que me acaba de asaltar el diariero y no tengo mucho efectivo encima… El otro quizás se la pague a Ud. pero yo estoy seguro que de eso no voy a ver un niquel.-
- ¿No aceptan Uruguayos acá?-
- No creo.-
Justo este mozo es el colmo de la eficiencia y le confirma que no aceptan uruguayos al mismo tiempo que reemplaza los pocillos vacíos por un par recién servidos y la copita de grapa. Le pregunto si puedo pagar con débito y para mi suerte responde que si pero en la caja. Sino encuentro un dato útil rapidamente el extraviado gentleman charrúa me funde.
La búsqueda por la calle Bolivar augura un pronóstico mejor.
-Cuando lo agarre al mal nacido hijo de mil putas lo coso con una navaja – Se envalentona por efecto de la grapa. - ¡Mozó!-
- Por favor, no me la complique, si?. Afloje con la grapa que si se empeda mi ayuda no le va a servir de nada.-
-¡Ya no me importa una mierda! ¡Mozó!-
- ¿Qué va a pensar doña Estela si se le aparece borracho, eh?- ¡Tenga paciencia hombre, deje de masticar venganza y déme una mano con esto!-
- Salí de casa sin los lentes.-
(¡Uy, y la puta madre!… ¡Que presente griego me estoy fumando, por Dios! En Hurlingham no se cruzan…. En Ballester tampoco…. ¿De donde me suena tanto Gorriti…? ¡Qué garrón! ¡Se clavó otra grapa el animal! Gorriti… Gorriti… Gorriti…¡Pero qué boludo! ¡Mil veces pasé por Gorriti y Bolivar!)
- ¡Es en Lomas!- grité saliendo ala superficie casi ahogado del mar de quilombos en el que me metí por “Dios sabe que la busqué”.
Bueno ahora Dios también va a saber que la buscaste como el culo…
-¿Le suena Lomas de Zamora?-
El rencoroso Dandy hace una pausa para terminar de tragar la tercera copita de grapa y me dice: - ¿Si me suena? ¡Claro que me suena! ¡Si ahí se crió el cagador hijo de mil putas! ¡Mozo!-
Esta vez logre bloquear los agudos reflejos del mozo más rápido de Buenos Aires gesticulándole que no al último pedido y en seguida el de la cuenta.
-En Lomas de Zamora existe el cruce de Gorriti y Bolivar. ¿Ud no mencionó que el garca era el hermano de Estelita? ¿No se le ocurrió que Estelita podía vivir en Lomas?-
- Es la primera vez que cruzo el charco. ¿Sabe?-
- No abuse de la suerte de principiante que si se le llega a cortar se queda acá para siempre.-
Aproveché cuando fui a pagar a la caja para pedir prestada una lapicera y marqué un círculo en la pagina de la guía, donde supuestamente estaba la esquina donde vivía Estelita. Logré convencer al de la caja para que me cambie cinco pesos en monedas y volví al encuentro de la reencarnación de Julio Sosa.
-Tome. Con esto para llegar a lomas le alcanza. Vuelva a tomar el mismo número de colectivo y pídale al chofer que le avise en Plaza Once. Ahí pregunte donde para el 165. Va a tardar más de una hora. Si puede siga el mapa. Si sigue con suerte en un poco más de una hora y algunos intentos hasta dar con la esquina correcta, seguro se va a encontrar con Estelita.
-Gracias. ¿Ud. Es un caballero, sabe? – Se levanta y me abraza, inequívoco síntoma de la etapa cariñosa de una borrachera melancólica.
- Vaya, vaya. Y preste atención a lo que le dije. Si tiene dudas vea la página que le marqué de la guía que en el reverso le anoté los datos.-
Me quedé sentado unos minutos, gozando de la satisfacción de verlo subir nuevamente al 132. No se si encontrará a Estelita, pero por lo menos hasta Gorriti y Bolivar va a llegar bien.
Vuelvo a la parada para reanudar mi viaje y al pasar por la puerta del negocio contiguo al bar, un muchacho en la puerta me comenta:
-¡Qué bárbaro lo del viejo éste!
-Y si…- respondí- El pobre estaba re perdido.
- ¡jajajá! ¡Pobre y perdido un pito! ¡Es un borrachin atorrante! Siempre hace la misma, si no es en éste bar es en el de la cuadra siguiente. Esta de Estelita y el uruguayo enamorado es nueva. Los cuentos para manguear unos pesos y después tomarse una grapita ya los tenemos re manyados. Pero la que te mandaste vos para encontrar la dirección, no tuvo desperdicio.
- Gracias por avisar, flaco… ¡Sos tan garca como el viejo y el mozo!
- Puede ser. Pero al lado del diariero soy un bebé de pecho…
-¿Perdón?-
-Le pregunté si falta mucho para llegar a Gorriti y Bolivar.-
- Mire, que yo sepa acá en Capital esas calles no se cruzan. Ni siquiera pasan cerca una de la otra.-
- ¡No puede ser! A mi me dijeron que Estelita vive en Gorriti y Bolivar.-
- No se enoje conmigo. Le reitero que acá en Capital Gorriti y Bolivar no forman esquina.-
- ¡La busqué por años! ¡Dios sabe que la busqué¡ ¡Y me mintió ese hijo de puta!-
Se puso realmente mal. El cocktail que mezcló en ese momento con partes iguales de desencuentro, desilusión y desarraigo, hizo mella en la estampa del extraviado señor que hasta antes de la respuesta fatal, desparramaba distinción con orgullosa elegancia de dandy sesentón de ajustado presupuesto.
Miraba desencajado hacia otras caras buscando desesperado a alguien que me contradiga. pero no encontró a nadie. Tragó con dificultad la amargura que le inundó la boca y con gesto de desesperanza se paró decidido a bajarse.
-¡Espere! ¿Adonde va? ¡Si Ud. está completamente perdido, hombre!-
- Me vuelvo a casa…-
- Espere que bajo con Ud.-
Bajamos y se quedó estático mirando hacia ambos lados del mezquino infinito de la avenida Córdoba.
-Venga, siéntese, le invito un café.-
Lo tomé del brazo y lo guié hasta una de las mesas que el bar cercano a la parada del colectivo tiene en la vereda. Con señas y a la distancia le pido dos cafés al mozo interrumpiendo su camino hacia nosotros y obligándolo a retornar a la barra donde estaba acodado.
- Digamé: ¿Tienen algún otro dato que nos pueda dar una pista de donde encontrar a la persona que busca?-
- No. Solo me dijo que vivía en Buenos Aires, en la esquina de Gorriti y Bolivar.-
- Bueno, hasta Buenos Aires posiblemente le han indicado bien. Pero entre Buenos Aires y esa esquina existe un abismo que necesita rellenar.-
- ¡Ud. no entiende nada! – me reclama. – Hace treinta años que busco a Estelita, y ese hijo de puta del hermano me dio cualquier dirección para sacarme de encima. Seguro. Es eso. El nunca quiso que yo estuviese cerca de ella. Pero me las va a pagar… ¿Me entiende?... ¡Me las va a pagar!-
Mientras trataba de calmar al pobre hombre el mozo deja el par de cafés sobre la mesa y vuelve inmediatamente a la barra.
-Por favor, cálmese. Quizás recuerde otro dato o referencia que sirva para orientarlo.-
-Nada…¡Nada! ¡Es un hijo de mil putas! ¡Me lo hizo a propósito!-
En eso veo a pocos metros de donde estábamos sentados, al diariero disponiéndose a cerrar el quiosco.
-Espéreme un segundo. No se mueva de acá, ya vengo.
Fui hasta el puesto de diarios, le expliqué lo que pasaba al diariero y le pregunté si tenía una guía para poder ayudar al extraviado y maduro galán.
-Sí, cómo no. Acá tiene. Son 25 pesos.-
-Uh, chabón dale… no seas garca…-
-¡No! ¿¡Qué garca ni garca!? Acá está marcada… sale 25 pesos.-
Llego a la mesa con una Guía T de reducidas dimensiones y 25 pesos menos.
- Vamos a buscar acá.-
Pero está perdido en su furia y no me escucha.
En la lista de calles del conurbano aparece Gorriti como cien veces.
-Ese mal parido me las va a pagar… ¡Mozo! Dos cafés y una grapa.-
- Espere, espere… que me acaba de asaltar el diariero y no tengo mucho efectivo encima… El otro quizás se la pague a Ud. pero yo estoy seguro que de eso no voy a ver un niquel.-
- ¿No aceptan Uruguayos acá?-
- No creo.-
Justo este mozo es el colmo de la eficiencia y le confirma que no aceptan uruguayos al mismo tiempo que reemplaza los pocillos vacíos por un par recién servidos y la copita de grapa. Le pregunto si puedo pagar con débito y para mi suerte responde que si pero en la caja. Sino encuentro un dato útil rapidamente el extraviado gentleman charrúa me funde.
La búsqueda por la calle Bolivar augura un pronóstico mejor.
-Cuando lo agarre al mal nacido hijo de mil putas lo coso con una navaja – Se envalentona por efecto de la grapa. - ¡Mozó!-
- Por favor, no me la complique, si?. Afloje con la grapa que si se empeda mi ayuda no le va a servir de nada.-
-¡Ya no me importa una mierda! ¡Mozó!-
- ¿Qué va a pensar doña Estela si se le aparece borracho, eh?- ¡Tenga paciencia hombre, deje de masticar venganza y déme una mano con esto!-
- Salí de casa sin los lentes.-
(¡Uy, y la puta madre!… ¡Que presente griego me estoy fumando, por Dios! En Hurlingham no se cruzan…. En Ballester tampoco…. ¿De donde me suena tanto Gorriti…? ¡Qué garrón! ¡Se clavó otra grapa el animal! Gorriti… Gorriti… Gorriti…¡Pero qué boludo! ¡Mil veces pasé por Gorriti y Bolivar!)
- ¡Es en Lomas!- grité saliendo ala superficie casi ahogado del mar de quilombos en el que me metí por “Dios sabe que la busqué”.
Bueno ahora Dios también va a saber que la buscaste como el culo…
-¿Le suena Lomas de Zamora?-
El rencoroso Dandy hace una pausa para terminar de tragar la tercera copita de grapa y me dice: - ¿Si me suena? ¡Claro que me suena! ¡Si ahí se crió el cagador hijo de mil putas! ¡Mozo!-
Esta vez logre bloquear los agudos reflejos del mozo más rápido de Buenos Aires gesticulándole que no al último pedido y en seguida el de la cuenta.
-En Lomas de Zamora existe el cruce de Gorriti y Bolivar. ¿Ud no mencionó que el garca era el hermano de Estelita? ¿No se le ocurrió que Estelita podía vivir en Lomas?-
- Es la primera vez que cruzo el charco. ¿Sabe?-
- No abuse de la suerte de principiante que si se le llega a cortar se queda acá para siempre.-
Aproveché cuando fui a pagar a la caja para pedir prestada una lapicera y marqué un círculo en la pagina de la guía, donde supuestamente estaba la esquina donde vivía Estelita. Logré convencer al de la caja para que me cambie cinco pesos en monedas y volví al encuentro de la reencarnación de Julio Sosa.
-Tome. Con esto para llegar a lomas le alcanza. Vuelva a tomar el mismo número de colectivo y pídale al chofer que le avise en Plaza Once. Ahí pregunte donde para el 165. Va a tardar más de una hora. Si puede siga el mapa. Si sigue con suerte en un poco más de una hora y algunos intentos hasta dar con la esquina correcta, seguro se va a encontrar con Estelita.
-Gracias. ¿Ud. Es un caballero, sabe? – Se levanta y me abraza, inequívoco síntoma de la etapa cariñosa de una borrachera melancólica.
- Vaya, vaya. Y preste atención a lo que le dije. Si tiene dudas vea la página que le marqué de la guía que en el reverso le anoté los datos.-
Me quedé sentado unos minutos, gozando de la satisfacción de verlo subir nuevamente al 132. No se si encontrará a Estelita, pero por lo menos hasta Gorriti y Bolivar va a llegar bien.
Vuelvo a la parada para reanudar mi viaje y al pasar por la puerta del negocio contiguo al bar, un muchacho en la puerta me comenta:
-¡Qué bárbaro lo del viejo éste!
-Y si…- respondí- El pobre estaba re perdido.
- ¡jajajá! ¡Pobre y perdido un pito! ¡Es un borrachin atorrante! Siempre hace la misma, si no es en éste bar es en el de la cuadra siguiente. Esta de Estelita y el uruguayo enamorado es nueva. Los cuentos para manguear unos pesos y después tomarse una grapita ya los tenemos re manyados. Pero la que te mandaste vos para encontrar la dirección, no tuvo desperdicio.
- Gracias por avisar, flaco… ¡Sos tan garca como el viejo y el mozo!
- Puede ser. Pero al lado del diariero soy un bebé de pecho…
viernes, 16 de septiembre de 2011
Pequeñas barreras idiomáticas
En un ataque de sórdida locura, y a pocos días de instalarnos en un nuevo departamento en la ciudad de Sao Paulo, allá por el ‘93, a mi bella y querida esposa se le ocurrió forrar los estantes de los placares. Para ser más exacto, se le ocurrió que yo forre los estantes de los placares.
A un par de semanas de dar a luz a nuestro segundo hijo le dije sin dudar por temor a que se trate de un extrañísimo antojo de último momento: “Si amor, claro…cómo no”
Casi instantáneamente me entrega una docena de rollos de papel decorado, como cierre de un plan estratégico fríamente calculado por días, que despejaron rápidamente mis infundados temores sobre cualquier antojo.
Luego de medir, remedir, cortar prolijamente y presentar cada trozo del colorido papel en sus respectivos estantes, noto la primera fisura en el maquiavélico plan de mi dulce y grávida esposa. No había chinches.
Se justificó explicándome que por más que buscó en varios negocios, no consiguió tan importante recurso de fijación.
Disimulé como pude el fastidio y allá fui puteando para mis adentros hacia el finisterre paulistano, más precisamente a un negocio del rubro que a diferencia del resto funcionaba también los domingos, situado en el predio de una estación de servicios Shell casi en las afueras de la ciudad. Ese negocio tenía un target de mercado un poco más ambicioso que una ferretería, pero estaba lejos todavía de parecerse a un Easy.
Recorrí durante aproximadamente 20 minutos cada una de las góndolas de donde pendían blisters con todo tipo de clavos, tornillos, tachuelas y remaches, pero ni un mínimo rastro de chinches.
Un par de atentos empleados del negocio, detectaron con cierta alarma que estaba a punto de abandonar el local sin comprar absolutamente nada. Cómo eso es algo impensado por esas latitudes, se interpusieron en mi camino hacia la salida con enormes sonrisas y diciendo al unísono “-¿Posso ajuda-lo?’”.
Inmediatamente me di cuenta que se avecinaba una situación en la que ya estuve envuelto alrededor de un año antes, cuando se me ocurrió conseguir un marcador de tinta indeleble. En esa oportunidad pude descubrir la enorme variedad de instrumentos de escritura que existen en Brasil, incluido uno que respondía al estruendoso nombre de “Pincel Atómico”, que a partir del cual y de unos diez minutos de reirme a carcajadas en la cara de quien me lo describió, hizo que diera por concluida la búsqueda del esquivo marcador.
Cuatro meses después, y de pura casualidad pude ver de oferta en una librería al dichoso marcador, bajo un prolijo cartel que lo señalaba cómo “Caneta retroprojetora” Si no fuese por ese cartel jamás hubiese podido adivinar como era que llamaban a ese tipo de marcadores por esas bandas.
Al salir de la nube de pensamientos, ambos asistentes seguían frente a mí al borde del calambre facial por tener que mantener la sonrisa por tanto tiempo.
Entonces comencé a describir que era lo que estaba buscando. Comencé explicando que se trataba de una especie de pequeño clavo. Sin que terminara la primera parte de la descripción, uno de ellos sale disparado y se interna entre las góndolas, regresando a los pocos segundos con las manos atiborradas de blisters de clavitos de diferentes largos y tipos de cabezas.
Le dije que no era lo que buscaba y continué ampliando la descripción indicando que dicho clavito poseía además una suerte de sombrerito. Otra vez fui interrumpido por la desaparición relámpago del servicial asistente, hasta su regreso con un puñado de blisters de al menos diez tipos distintos de ganchitos para colgar cosas y un par de cajitas de grampas para cables.
Antes de continuar le rogué que me permitiera concluir con la descripción sin salir corriendo como un desaforado y tirarse de cabeza en las góndolas.
Creo que esa tarde batí el record de cantidad de definiciones posibles para describir una vulgar chinche.
Dejé a ambos al borde de las lágrimas y haciendo puchero porque no lograron descifrar, luego de media hora de jugar a dígalo con sinónimos, que tipo de clavito sofisticadísimo quería este gringo, que no se encontrase entre los cientos de blisters que había en el local.
Les dije que no se hicieran problemas, que el que no sabía explicarse era yo y que les iba a comprar un rollito de cinta aisladora, cosa que los hizo sonreír nuevamente.
Cuando estaba en la caja a punto de pagar mi modesta compra, veo en una pequeña estantería que estaba detrás de la cajera, una pila de cajitas de chinches, y en un acto reflejo las señalé con ademán de triunfo.
La cajera se llevó el susto de su vida y los dos asistentes que perdieron media hora de sus jornadas tratando de encontrar al padre de todos los clavos, acudieron en su ayuda. Siguieron atentamente la línea imaginaria que unía mi dedo índice con las cajitas de chinches, ya sin sonrisas y sin disimular su fastidio me dijeron a dúo con marcado dejo de insulto: “- Esses daí chamam-se PERCEVEJOS-“.
Le devolví a uno de ellos el rollito de cinta aisladora sin disimular mi felicidad y me llevé tres cajitas de percevejos.
Al llegar a casa, en lugar de una felicitación, mi querida esposa me regaña por haber tardado dos horas para comprar unas chinches.
Iba a contarle, pero preferí decirle que el negocio estaba cerrado y que me costó encontrar otro lugar abierto.
A un par de semanas de dar a luz a nuestro segundo hijo le dije sin dudar por temor a que se trate de un extrañísimo antojo de último momento: “Si amor, claro…cómo no”
Casi instantáneamente me entrega una docena de rollos de papel decorado, como cierre de un plan estratégico fríamente calculado por días, que despejaron rápidamente mis infundados temores sobre cualquier antojo.
Luego de medir, remedir, cortar prolijamente y presentar cada trozo del colorido papel en sus respectivos estantes, noto la primera fisura en el maquiavélico plan de mi dulce y grávida esposa. No había chinches.
Se justificó explicándome que por más que buscó en varios negocios, no consiguió tan importante recurso de fijación.
Disimulé como pude el fastidio y allá fui puteando para mis adentros hacia el finisterre paulistano, más precisamente a un negocio del rubro que a diferencia del resto funcionaba también los domingos, situado en el predio de una estación de servicios Shell casi en las afueras de la ciudad. Ese negocio tenía un target de mercado un poco más ambicioso que una ferretería, pero estaba lejos todavía de parecerse a un Easy.
Recorrí durante aproximadamente 20 minutos cada una de las góndolas de donde pendían blisters con todo tipo de clavos, tornillos, tachuelas y remaches, pero ni un mínimo rastro de chinches.
Un par de atentos empleados del negocio, detectaron con cierta alarma que estaba a punto de abandonar el local sin comprar absolutamente nada. Cómo eso es algo impensado por esas latitudes, se interpusieron en mi camino hacia la salida con enormes sonrisas y diciendo al unísono “-¿Posso ajuda-lo?’”.
Inmediatamente me di cuenta que se avecinaba una situación en la que ya estuve envuelto alrededor de un año antes, cuando se me ocurrió conseguir un marcador de tinta indeleble. En esa oportunidad pude descubrir la enorme variedad de instrumentos de escritura que existen en Brasil, incluido uno que respondía al estruendoso nombre de “Pincel Atómico”, que a partir del cual y de unos diez minutos de reirme a carcajadas en la cara de quien me lo describió, hizo que diera por concluida la búsqueda del esquivo marcador.
Cuatro meses después, y de pura casualidad pude ver de oferta en una librería al dichoso marcador, bajo un prolijo cartel que lo señalaba cómo “Caneta retroprojetora” Si no fuese por ese cartel jamás hubiese podido adivinar como era que llamaban a ese tipo de marcadores por esas bandas.
Al salir de la nube de pensamientos, ambos asistentes seguían frente a mí al borde del calambre facial por tener que mantener la sonrisa por tanto tiempo.
Entonces comencé a describir que era lo que estaba buscando. Comencé explicando que se trataba de una especie de pequeño clavo. Sin que terminara la primera parte de la descripción, uno de ellos sale disparado y se interna entre las góndolas, regresando a los pocos segundos con las manos atiborradas de blisters de clavitos de diferentes largos y tipos de cabezas.
Le dije que no era lo que buscaba y continué ampliando la descripción indicando que dicho clavito poseía además una suerte de sombrerito. Otra vez fui interrumpido por la desaparición relámpago del servicial asistente, hasta su regreso con un puñado de blisters de al menos diez tipos distintos de ganchitos para colgar cosas y un par de cajitas de grampas para cables.
Antes de continuar le rogué que me permitiera concluir con la descripción sin salir corriendo como un desaforado y tirarse de cabeza en las góndolas.
Creo que esa tarde batí el record de cantidad de definiciones posibles para describir una vulgar chinche.
Dejé a ambos al borde de las lágrimas y haciendo puchero porque no lograron descifrar, luego de media hora de jugar a dígalo con sinónimos, que tipo de clavito sofisticadísimo quería este gringo, que no se encontrase entre los cientos de blisters que había en el local.
Les dije que no se hicieran problemas, que el que no sabía explicarse era yo y que les iba a comprar un rollito de cinta aisladora, cosa que los hizo sonreír nuevamente.
Cuando estaba en la caja a punto de pagar mi modesta compra, veo en una pequeña estantería que estaba detrás de la cajera, una pila de cajitas de chinches, y en un acto reflejo las señalé con ademán de triunfo.
La cajera se llevó el susto de su vida y los dos asistentes que perdieron media hora de sus jornadas tratando de encontrar al padre de todos los clavos, acudieron en su ayuda. Siguieron atentamente la línea imaginaria que unía mi dedo índice con las cajitas de chinches, ya sin sonrisas y sin disimular su fastidio me dijeron a dúo con marcado dejo de insulto: “- Esses daí chamam-se PERCEVEJOS-“.
Le devolví a uno de ellos el rollito de cinta aisladora sin disimular mi felicidad y me llevé tres cajitas de percevejos.
Al llegar a casa, en lugar de una felicitación, mi querida esposa me regaña por haber tardado dos horas para comprar unas chinches.
Iba a contarle, pero preferí decirle que el negocio estaba cerrado y que me costó encontrar otro lugar abierto.
miércoles, 10 de agosto de 2011
SUEÑO, HUMEDAD Y DEMASIADOS NOMBRES...
Promedia la mañana y el sueño no cede.
La humedad y el tedio se combinan en forma cansina y hacen que los párpados pesen como cortinas de plomo.
Los temas de conversación en la oficina se funden en monótonos murmullos que suenan como una interminable canción de cuna.
En el mismo instante que la vigilia embriaga fatalmente a los sentidos, aparece ella.
La conozco de vista, pero no lo suficiente como para saber cómo se llama. Invoca a su jefe en un frustrado intento por que mi atención alcance extremos absurdamente elevados.
Se expresa atropelladamente, como tratando de transmitir la idea sin omitir detalles pero evitando extenderse en el tiempo para que mi atención se mantenga intacta, sin saber que desde la primera sílaba que pronunció mi grado de atención siempre estuvo en cero.
No estoy entendiendo nada de lo que dice. Sin embargo mantengo mi expresión de extremo interés y plena comprensión.
Ella se angustia. Extrapola el problema al punto de transformarlo en una maldición que la transformará en un insecto de horrible aspecto si no logra resolverlo.
Su imaginación la envenena y hace que su carácter se altere y se enoje. Y así la encuentra de repente el silencio, mirándome furiosa por haber proyectado en mí el origen de su frustración.
Ya no solicita asistencia.
Está exigiendo la solución de un problema que por obra y gracia de su accidentada explicación pasó a ser mi deuda para con ella.
Pasaron menos de tres minutos desde que llegó y ya no recuerdo con que nombre se presentó. Me parece que termina en “ina”, pero mi mente se debate y retuerce frenéticamente en una espesa marea de combinaciones tratando de darle forma al evaporado nombre. Romina… Karina… Marina… Sabrina… Delfina….Merlina.
No. No se, me rindo.
Le ofrezco un café. No quiere. Miente explicando que está mal del estómago. Pero se que su verdad es única y simple. Solo quiere de mi la solución. Y hasta que eso no ocurra seré el responsable de todos sus males.
Me mata de ternura. Tan joven, tan linda, tan torpe y tan necia.
Estuve a nada de explicarle. En el último instante me contuve. No solo sería inútil, sino que le brindaría la posibilidad de fortalecer su intrincada hipótesis de que la falta de solución era mi problema
Sin que se lo pidiera, me entrega una carpeta de no más de cuatro hojas con ademán de representante del diablo que me deja copia del contrato que me obliga a entregarle el alma.
Hago la mímica de leerlo en silencio y con avidez de detalles.
Ella sonríe por primera vez. No puedo descifrar por qué lo hace.
Arriesgo Romina.
Error, no terminaba en “ina”
Me corrige con un modulado “Claudia” y me apuñala con un oxidado: “Necesito resolverlo antes del jueves”
Su sonrisa se convirtió en expresión de odio visceral cuando le dije que me era imposible comprometerme con un plazo.
Invoca nuevamente a su jefe, pero ahora presentándolo como un ser superior capaz de desintegrarme con un Memorandum letal.
Tomo el teléfono y llamo a su jefe. La secretaria, ser más poderoso y omnisciente que su propio líder, se resiste a transferirme, pero luego de un infalible, “Dejate de joder y pasame porque si tengo que ir hasta ahí, te vuelco el café en el escritorio” me comunica con Dios.
Dios me saluda con sorpresa y divertido me pregunta que necesito.
Le cuento que una tal Claudia Romina está frente a mí planteándome un problema que debo resolver antes del jueves por orden suya.
Me pide que le pase el teléfono a la bella desconcertada.
Ella lleva el auricular a su oído y algunos segundos después repite un par de veces: “Si, bueno… OK”.
Cuelga y se disculpa por haber creído que yo era un tal Oscar u Omar, esta vez estoy seguro que terminaba con “ar”, y se va.
Huye, sería el término más apropiado.
Antes de que se perdiera de vista la llamo. Cuando se da vuelta abanico la carpeta que dejó abandonada en su rauda retirada para que vuelva a buscarla, aliviado por haberla llamado usando el nombre correcto.
La humedad y el tedio se combinan en forma cansina y hacen que los párpados pesen como cortinas de plomo.
Los temas de conversación en la oficina se funden en monótonos murmullos que suenan como una interminable canción de cuna.
En el mismo instante que la vigilia embriaga fatalmente a los sentidos, aparece ella.
La conozco de vista, pero no lo suficiente como para saber cómo se llama. Invoca a su jefe en un frustrado intento por que mi atención alcance extremos absurdamente elevados.
Se expresa atropelladamente, como tratando de transmitir la idea sin omitir detalles pero evitando extenderse en el tiempo para que mi atención se mantenga intacta, sin saber que desde la primera sílaba que pronunció mi grado de atención siempre estuvo en cero.
No estoy entendiendo nada de lo que dice. Sin embargo mantengo mi expresión de extremo interés y plena comprensión.
Ella se angustia. Extrapola el problema al punto de transformarlo en una maldición que la transformará en un insecto de horrible aspecto si no logra resolverlo.
Su imaginación la envenena y hace que su carácter se altere y se enoje. Y así la encuentra de repente el silencio, mirándome furiosa por haber proyectado en mí el origen de su frustración.
Ya no solicita asistencia.
Está exigiendo la solución de un problema que por obra y gracia de su accidentada explicación pasó a ser mi deuda para con ella.
Pasaron menos de tres minutos desde que llegó y ya no recuerdo con que nombre se presentó. Me parece que termina en “ina”, pero mi mente se debate y retuerce frenéticamente en una espesa marea de combinaciones tratando de darle forma al evaporado nombre. Romina… Karina… Marina… Sabrina… Delfina….Merlina.
No. No se, me rindo.
Le ofrezco un café. No quiere. Miente explicando que está mal del estómago. Pero se que su verdad es única y simple. Solo quiere de mi la solución. Y hasta que eso no ocurra seré el responsable de todos sus males.
Me mata de ternura. Tan joven, tan linda, tan torpe y tan necia.
Estuve a nada de explicarle. En el último instante me contuve. No solo sería inútil, sino que le brindaría la posibilidad de fortalecer su intrincada hipótesis de que la falta de solución era mi problema
Sin que se lo pidiera, me entrega una carpeta de no más de cuatro hojas con ademán de representante del diablo que me deja copia del contrato que me obliga a entregarle el alma.
Hago la mímica de leerlo en silencio y con avidez de detalles.
Ella sonríe por primera vez. No puedo descifrar por qué lo hace.
Arriesgo Romina.
Error, no terminaba en “ina”
Me corrige con un modulado “Claudia” y me apuñala con un oxidado: “Necesito resolverlo antes del jueves”
Su sonrisa se convirtió en expresión de odio visceral cuando le dije que me era imposible comprometerme con un plazo.
Invoca nuevamente a su jefe, pero ahora presentándolo como un ser superior capaz de desintegrarme con un Memorandum letal.
Tomo el teléfono y llamo a su jefe. La secretaria, ser más poderoso y omnisciente que su propio líder, se resiste a transferirme, pero luego de un infalible, “Dejate de joder y pasame porque si tengo que ir hasta ahí, te vuelco el café en el escritorio” me comunica con Dios.
Dios me saluda con sorpresa y divertido me pregunta que necesito.
Le cuento que una tal Claudia Romina está frente a mí planteándome un problema que debo resolver antes del jueves por orden suya.
Me pide que le pase el teléfono a la bella desconcertada.
Ella lleva el auricular a su oído y algunos segundos después repite un par de veces: “Si, bueno… OK”.
Cuelga y se disculpa por haber creído que yo era un tal Oscar u Omar, esta vez estoy seguro que terminaba con “ar”, y se va.
Huye, sería el término más apropiado.
Antes de que se perdiera de vista la llamo. Cuando se da vuelta abanico la carpeta que dejó abandonada en su rauda retirada para que vuelva a buscarla, aliviado por haberla llamado usando el nombre correcto.
viernes, 24 de junio de 2011
Aislación acústica
Aislación acústica
Carlitos gastó cientos de horas y una fortuna para aislar acústicamente su cuarto. Meses de investigación, un dineral en revistas especializadas, probando decenas de configuraciones, aprendiendo de los errores, montando y desmontando paneles, descuidando el estudio hasta dejar previas un par de materias, permitieron que lograra que su cuarto se transformara en un espacio con aislación acústica perfecta. Absolutamente nada de lo que hiciese con su estruendosa Tama Rockstar XD con doble bombo, traspasaba la frontera acústica de su habitación. Nada se le pasó por alto. Le anexó el bañito de servicio contiguo, se las ingenió para empotrar una vieja heladera tipo frigobar, una pequeña alacena y hasta una mesita. Su cuarto aislado acústicamente se transformó en su hogar y ningún vecino volvió a reclamar por el bochinche que tanto apenaba a sus viejos. A pesar del cansancio acumulado por tanto trabajo, el logro lo motivó enormemente y comenzó a practicar como nunca antes.
Ninguna otra cosa volvió a alterar la paz de esa cuadra de la calle Lautaro en Flores hasta que se vendió la vieja casa de la familia Liozzi y empezaron a demolerla sin pudor y sin honores. Nadie supo la verdadera razón de por qué, allá por el 2008, de un día para el otro tapiaron con ladrillos los amplios ventanales en arco y la generosa entrada, ocultando hermosas rejas y puertas de intricado arte en hierro forjado del 1900, condenándola por meses a rumores y teorías conspirativas de variada índole sobre el repentino abandono de la casa por parte de sus ocupantes.
Al único que no le llamó la atención fue a Carlitos. Él estaba ensimismado con sus ejercicios y maratones de covers. Ya estaba pensando seriamente en cambiar todos los parches de su Tama en cuanto tuviese un poco de tiempo.
El avance de la demolición era vertiginoso. En un par de días ya podía apreciarse el muestrario de decoraciones a cielo abierto que los diferentes ambientes dejaron estampados en las medianeras y que ahora servían de telón de fondo para la retroexcavadora, figura principal que hizo su aparición para el último acto del ruidoso espectáculo de la demolición.
Varios vecinos se habían acercado hasta la obra para pedir que moderaran un poco el ritmo de trabajo ya que las vibraciones repercutían en toda la cuadra y perduraban hasta mucho después del final de cada jornada.
Pero los embates del tiranosaurio metálico apenas molestaron a Carlitos, que enseguida superó el pequeño inconveniente azotando con un poco más de intensidad su Rockstar.
Un poco antes de finalizar el primer día de la coreográfica e implacable operación de la pala mecánica y el constante desfile de los camiones que llegaban a alimentarse de escombros para partir sin despedirse, una gruesa y amplia loza en el suelo del fondo del terreno detuvo abruptamente su tarea. Media docena de operarios removieron con palas los escombros que cubrían una estrecha escalera cuyo último escalón tropezaba con una pesada puerta metálica. Varias horas después, ya casi de noche y con la última llama de un soplete cedieron los goznes y pudieron por fin derrumbar a la tenaz puerta. Cayó tan estrepitosamente que hasta Carlitos se sobresaltó.
La luz del interior tomó a todos por sorpresa. Y la silueta de un hombre semidesnudo, de abundante cabello y barba que se recortaba en el inesperado resplandor estremeció a todos.
-¿Se volvieron locos?– Gritó desde el interior el seudo cavernícola - ¡Me hicieron mierda la puerta!
-Tranquilo – Atinó a decir el capataz – somos de la obra…
-¡Yo estaba re tranquilo hasta que apareciste vos, chabón! ¿A mi que me importa si sos de una obra o de Júpiter, infeliz? ¿Vos sabés lo que me costó la puerta que acabás romper?
Los gritos del ermitaño resonaban en toda la manzana. Un señor mayor, vecino de la casa lindera, visiblemente consternado se acercó en silencio caminando como sonámbulo sobre los escombros, hasta quedar frente al hombre semidesnudo. Lo observó un instante y le dijo con voz cargada de alivio:
-¡Carlitos, querido! ¿Pero dónde te habías metido?
Carlitos gastó cientos de horas y una fortuna para aislar acústicamente su cuarto. Meses de investigación, un dineral en revistas especializadas, probando decenas de configuraciones, aprendiendo de los errores, montando y desmontando paneles, descuidando el estudio hasta dejar previas un par de materias, permitieron que lograra que su cuarto se transformara en un espacio con aislación acústica perfecta. Absolutamente nada de lo que hiciese con su estruendosa Tama Rockstar XD con doble bombo, traspasaba la frontera acústica de su habitación. Nada se le pasó por alto. Le anexó el bañito de servicio contiguo, se las ingenió para empotrar una vieja heladera tipo frigobar, una pequeña alacena y hasta una mesita. Su cuarto aislado acústicamente se transformó en su hogar y ningún vecino volvió a reclamar por el bochinche que tanto apenaba a sus viejos. A pesar del cansancio acumulado por tanto trabajo, el logro lo motivó enormemente y comenzó a practicar como nunca antes.
Ninguna otra cosa volvió a alterar la paz de esa cuadra de la calle Lautaro en Flores hasta que se vendió la vieja casa de la familia Liozzi y empezaron a demolerla sin pudor y sin honores. Nadie supo la verdadera razón de por qué, allá por el 2008, de un día para el otro tapiaron con ladrillos los amplios ventanales en arco y la generosa entrada, ocultando hermosas rejas y puertas de intricado arte en hierro forjado del 1900, condenándola por meses a rumores y teorías conspirativas de variada índole sobre el repentino abandono de la casa por parte de sus ocupantes.
Al único que no le llamó la atención fue a Carlitos. Él estaba ensimismado con sus ejercicios y maratones de covers. Ya estaba pensando seriamente en cambiar todos los parches de su Tama en cuanto tuviese un poco de tiempo.
El avance de la demolición era vertiginoso. En un par de días ya podía apreciarse el muestrario de decoraciones a cielo abierto que los diferentes ambientes dejaron estampados en las medianeras y que ahora servían de telón de fondo para la retroexcavadora, figura principal que hizo su aparición para el último acto del ruidoso espectáculo de la demolición.
Varios vecinos se habían acercado hasta la obra para pedir que moderaran un poco el ritmo de trabajo ya que las vibraciones repercutían en toda la cuadra y perduraban hasta mucho después del final de cada jornada.
Pero los embates del tiranosaurio metálico apenas molestaron a Carlitos, que enseguida superó el pequeño inconveniente azotando con un poco más de intensidad su Rockstar.
Un poco antes de finalizar el primer día de la coreográfica e implacable operación de la pala mecánica y el constante desfile de los camiones que llegaban a alimentarse de escombros para partir sin despedirse, una gruesa y amplia loza en el suelo del fondo del terreno detuvo abruptamente su tarea. Media docena de operarios removieron con palas los escombros que cubrían una estrecha escalera cuyo último escalón tropezaba con una pesada puerta metálica. Varias horas después, ya casi de noche y con la última llama de un soplete cedieron los goznes y pudieron por fin derrumbar a la tenaz puerta. Cayó tan estrepitosamente que hasta Carlitos se sobresaltó.
La luz del interior tomó a todos por sorpresa. Y la silueta de un hombre semidesnudo, de abundante cabello y barba que se recortaba en el inesperado resplandor estremeció a todos.
-¿Se volvieron locos?– Gritó desde el interior el seudo cavernícola - ¡Me hicieron mierda la puerta!
-Tranquilo – Atinó a decir el capataz – somos de la obra…
-¡Yo estaba re tranquilo hasta que apareciste vos, chabón! ¿A mi que me importa si sos de una obra o de Júpiter, infeliz? ¿Vos sabés lo que me costó la puerta que acabás romper?
Los gritos del ermitaño resonaban en toda la manzana. Un señor mayor, vecino de la casa lindera, visiblemente consternado se acercó en silencio caminando como sonámbulo sobre los escombros, hasta quedar frente al hombre semidesnudo. Lo observó un instante y le dijo con voz cargada de alivio:
-¡Carlitos, querido! ¿Pero dónde te habías metido?
viernes, 3 de junio de 2011
El Ensayo
El estado general de la sala no era malo. Era muy malo.
El de la elefantiásica batería mucho peor. Derramaba óxido por todos lados en cantidades industriales y exhibía decenas de cráteres en los parches. Y enmarcando el penoso cuadro, el olor a manada de bisontes sudorosos luego de tres horas de correr en estampida era el ingrediente mágico que lograba transformar un ambiente relajado en un relajo.
Los temas a ensayar eran muy tranquilos y ya antes de empezar, era evidente que estaban condenados a sucumbir ante los cinco inmensos cuerpos de la maltrecha bata.
La voz, la guitarra y el bajo ajustaron su volumen al nivel similar de una radio portátil con poca pila y yo sentado al frente de un batallón de artillería pesada con cañones de 13”,14”,16”,18” (si queridos lectores, no hay error, 13,14,16 y 18) y un obús de 22". Un verdadero monumento al derroche de pulgadas.
Tardé más de 10 minutos en disponer los platillos para que quedaran por lo menos al alcance de mis brazos, pero a pesar de la incomodidad no dejé escapar un solo gesto de reproche.
La voz propone empezar con un determinado tema de la lista.
Largamos.
El bajo engancha una semana después. Hago trescientos cálculos para que al menos un bombo coincida y le marque el rumbo, pero la hazaña me obliga a pasar por alto un relleno. La voz y el guitarrista se miran en un claro e inequívoco gesto de desaprobación. El bajista pide parar porque la bordona canta con algunas notas y le molesta. Retoco el ajuste de la bordona hasta que el fastidio del bajista se calma. Vuelvo a observar un nuevo cruce de miradas entre voz y guitarra.
Esta vez logro entrar con el relleno. La voz pone cara se ojete porque el estruendo de las piezas de artillería del Muro del Atlántico la sobresalta y pierde su entrada.
Vamos de nuevo.
Logro controlar a la bestia y el relleno suena menos demoledor. El del bajo me mira mientras asiente con la cabecita como diciendo: “Así chabón, despacito… bien… dale suave que va bien”
Me duelen los antebrazos por el antinatural método de golpe desarrollado al paso que instantáneamente se me ocurrió bautizar con un muy femenino “Alas de libélula”.
Pasamos al segundo tema. Sin contratiempos. Sin tones. Me la rebusqué con el redoblante y un crash nada más.
La voz sigue con cara de ojete. El guitarrista se hace el boludo y el bajista le reclama no se que cosa de un medio tono.
Pido hacerlo de nuevo. Vuelven a mirarse pero concuerdan.
A mi gusto salió mejor. El bajista dice que subió medio tono y también le pareció mejor.
El tercer tema sonó definitivamente pésimo. Y en esta oportunidad yo solo tenía que mantener una base en el hi hat bien apretado y con escobillas todo el bendito tema. No podían culparme de nada. La voz reconoció que salió “un poquito diferente”. Yo no disimulé la sonrisa mientras pensaba “Y, si. Igual que un sorete de sección cuadrada. Una forma “un poquito diferente” pero sin lugar a dudas la misma cagada”
Nadie se animó a pedir hacerlo otra vez.
La voz elije un cuarto tema, pero el bajista aduce que no tuvo tiempo de verlo.
Con el bajista son indulgentes.
Propongo el cuarto tema. La voz dice “Bueh” con un dejo de asco y vuelve a cruzar miradas con el de la guitarra. Ya la tengo bailando de punta el segundo acto de “El Cascanueces” montada sobre mi huevo derecho, pero aún así mantengo la sonrisa.
Quedé conforme. Salió bastante bien. Tanto que voz y guitarra no cruzaron miradas.
Vuelven a la interconsulta bajo y guitarra sobre los medios tonos. La voz llena el espacio con un comentario de lo más pelotudo sobre aspectos particulares de la acústica de la sala, si es que se puede llamar así a ese pesebre que hasta no hace mucho albergó a un centenar de bisontes empapados en transpiración.
Volvemos a tocar el primer tema y deliberadamente lo hago completamente liso a pesar de varias levantadas de cejas del guitarrista.
Seguimos con el tema que había salido horrible. Esta vez solo salió feo.
El bajista me pregunta si traje una llave de afinar.
Le respondo que si.
Me pide que afine un poco más alto el tom de 14 a pesar de que en la hora y cuarto que llevo sentado jamás di un golpe, ni por error, en el tom de 14.
Le pegué cuatro palazos con algo de violencia a cada tom y con cara de entendido en cuestiones de afinación le dije simplemente que el tom de 14 sonaba perfecto así como estaba.
El guitarrista ensaya un riff pseudo-metalero-harto-virtuoso-plus-distortion y el bajista lo adula asquerosamente.
La voz me observa y creo que adivina que estoy pensando en destrozarle los dedos al guitarrista usando el macizo brazo con contrapeso de la jirafa a modo de garrote.
En seguida propone agregar más temas para la próxima.
Sin pensarlo y de forma visceral sale de mi boca la propuesta de lograr hacer bien dos o tres temas nada más y luego agregar un par más.
El guitarrista refuerza la idea diciendo que es mejor tocar dos bien que veinte más o menos. Dijo veinte y un sudor frío recorrió mi espalda.
La voz pone cara de ojete nuevamente, pero esta vez con hemorroides del tamaño de un racimo de arándanos asomando por el esfínter, mientras dice: “Bueno, vemos…” en medio de otros de los tantos cruces de miradas con el guitarrista.
Me preguntan si ya dejamos reservado para el sábado que viene y les respondo sin dudar que acá ni en pedo.
Nos despedimos.
El bajista me pregunta para qué lado voy y sin escuchar mi respuesta me pide que lo alcance hasta la estación Avellaneda. Igual le respondo que si y a pesar de ser del lado contrario hacia donde iba, hice cuestión de dejarlo en la entrada.
Encendí la radio.
Después de éste ensayo, el tema de Katy Perry que estaba sonando me parecía la Sinfónica de Viena.
Un par de días después recibo un mail enviado por la voz, donde me anticipa que es horrible lo que va a decir pero que prefiere buscar a otro batero, porque mi comentario sobre el desarrollo de temas le sonaba a trabajo y se contraponía con su idea de tocar muchos temas para pasarla bien y divertirse.
Le respondí que, al contrario de lo que ella pensaba, fue el mail más lindo de todos los que me mandó hasta ahora, a pesar de la barbarie semántica, y agregué que me encantaría preservar éste momento, esperando que tuviese la amabilidad de no escribirme nunca más.
El de la elefantiásica batería mucho peor. Derramaba óxido por todos lados en cantidades industriales y exhibía decenas de cráteres en los parches. Y enmarcando el penoso cuadro, el olor a manada de bisontes sudorosos luego de tres horas de correr en estampida era el ingrediente mágico que lograba transformar un ambiente relajado en un relajo.
Los temas a ensayar eran muy tranquilos y ya antes de empezar, era evidente que estaban condenados a sucumbir ante los cinco inmensos cuerpos de la maltrecha bata.
La voz, la guitarra y el bajo ajustaron su volumen al nivel similar de una radio portátil con poca pila y yo sentado al frente de un batallón de artillería pesada con cañones de 13”,14”,16”,18” (si queridos lectores, no hay error, 13,14,16 y 18) y un obús de 22". Un verdadero monumento al derroche de pulgadas.
Tardé más de 10 minutos en disponer los platillos para que quedaran por lo menos al alcance de mis brazos, pero a pesar de la incomodidad no dejé escapar un solo gesto de reproche.
La voz propone empezar con un determinado tema de la lista.
Largamos.
El bajo engancha una semana después. Hago trescientos cálculos para que al menos un bombo coincida y le marque el rumbo, pero la hazaña me obliga a pasar por alto un relleno. La voz y el guitarrista se miran en un claro e inequívoco gesto de desaprobación. El bajista pide parar porque la bordona canta con algunas notas y le molesta. Retoco el ajuste de la bordona hasta que el fastidio del bajista se calma. Vuelvo a observar un nuevo cruce de miradas entre voz y guitarra.
Esta vez logro entrar con el relleno. La voz pone cara se ojete porque el estruendo de las piezas de artillería del Muro del Atlántico la sobresalta y pierde su entrada.
Vamos de nuevo.
Logro controlar a la bestia y el relleno suena menos demoledor. El del bajo me mira mientras asiente con la cabecita como diciendo: “Así chabón, despacito… bien… dale suave que va bien”
Me duelen los antebrazos por el antinatural método de golpe desarrollado al paso que instantáneamente se me ocurrió bautizar con un muy femenino “Alas de libélula”.
Pasamos al segundo tema. Sin contratiempos. Sin tones. Me la rebusqué con el redoblante y un crash nada más.
La voz sigue con cara de ojete. El guitarrista se hace el boludo y el bajista le reclama no se que cosa de un medio tono.
Pido hacerlo de nuevo. Vuelven a mirarse pero concuerdan.
A mi gusto salió mejor. El bajista dice que subió medio tono y también le pareció mejor.
El tercer tema sonó definitivamente pésimo. Y en esta oportunidad yo solo tenía que mantener una base en el hi hat bien apretado y con escobillas todo el bendito tema. No podían culparme de nada. La voz reconoció que salió “un poquito diferente”. Yo no disimulé la sonrisa mientras pensaba “Y, si. Igual que un sorete de sección cuadrada. Una forma “un poquito diferente” pero sin lugar a dudas la misma cagada”
Nadie se animó a pedir hacerlo otra vez.
La voz elije un cuarto tema, pero el bajista aduce que no tuvo tiempo de verlo.
Con el bajista son indulgentes.
Propongo el cuarto tema. La voz dice “Bueh” con un dejo de asco y vuelve a cruzar miradas con el de la guitarra. Ya la tengo bailando de punta el segundo acto de “El Cascanueces” montada sobre mi huevo derecho, pero aún así mantengo la sonrisa.
Quedé conforme. Salió bastante bien. Tanto que voz y guitarra no cruzaron miradas.
Vuelven a la interconsulta bajo y guitarra sobre los medios tonos. La voz llena el espacio con un comentario de lo más pelotudo sobre aspectos particulares de la acústica de la sala, si es que se puede llamar así a ese pesebre que hasta no hace mucho albergó a un centenar de bisontes empapados en transpiración.
Volvemos a tocar el primer tema y deliberadamente lo hago completamente liso a pesar de varias levantadas de cejas del guitarrista.
Seguimos con el tema que había salido horrible. Esta vez solo salió feo.
El bajista me pregunta si traje una llave de afinar.
Le respondo que si.
Me pide que afine un poco más alto el tom de 14 a pesar de que en la hora y cuarto que llevo sentado jamás di un golpe, ni por error, en el tom de 14.
Le pegué cuatro palazos con algo de violencia a cada tom y con cara de entendido en cuestiones de afinación le dije simplemente que el tom de 14 sonaba perfecto así como estaba.
El guitarrista ensaya un riff pseudo-metalero-harto-virtuoso-plus-distortion y el bajista lo adula asquerosamente.
La voz me observa y creo que adivina que estoy pensando en destrozarle los dedos al guitarrista usando el macizo brazo con contrapeso de la jirafa a modo de garrote.
En seguida propone agregar más temas para la próxima.
Sin pensarlo y de forma visceral sale de mi boca la propuesta de lograr hacer bien dos o tres temas nada más y luego agregar un par más.
El guitarrista refuerza la idea diciendo que es mejor tocar dos bien que veinte más o menos. Dijo veinte y un sudor frío recorrió mi espalda.
La voz pone cara de ojete nuevamente, pero esta vez con hemorroides del tamaño de un racimo de arándanos asomando por el esfínter, mientras dice: “Bueno, vemos…” en medio de otros de los tantos cruces de miradas con el guitarrista.
Me preguntan si ya dejamos reservado para el sábado que viene y les respondo sin dudar que acá ni en pedo.
Nos despedimos.
El bajista me pregunta para qué lado voy y sin escuchar mi respuesta me pide que lo alcance hasta la estación Avellaneda. Igual le respondo que si y a pesar de ser del lado contrario hacia donde iba, hice cuestión de dejarlo en la entrada.
Encendí la radio.
Después de éste ensayo, el tema de Katy Perry que estaba sonando me parecía la Sinfónica de Viena.
Un par de días después recibo un mail enviado por la voz, donde me anticipa que es horrible lo que va a decir pero que prefiere buscar a otro batero, porque mi comentario sobre el desarrollo de temas le sonaba a trabajo y se contraponía con su idea de tocar muchos temas para pasarla bien y divertirse.
Le respondí que, al contrario de lo que ella pensaba, fue el mail más lindo de todos los que me mandó hasta ahora, a pesar de la barbarie semántica, y agregué que me encantaría preservar éste momento, esperando que tuviese la amabilidad de no escribirme nunca más.
viernes, 20 de mayo de 2011
Dos Whoopers medianos, uno con Sprite Zero... Por favor.
Una amiga de mi esposa nos invitó a un encuentro cultural de vanguardia. Por lo general para ese tipo de eventos no me enganchan, pero ésta vez no pude zafar. Mi señora prometió ir y con un demoledor “¿Qué te cuesta?, allá fui, puteando por lo bajo.
Llegamos a una de las pocas casonas que quedan en Almagro que mostraba signos de haber sido reciclada con mucho entusiasmo, poco presupuesto y dudoso gusto. Pero habían logrado espacios amplios, iluminación tenue y volumen de aire suficiente como para no perecer por la inhalación del humo producido por decenas de sahumerios. Los sahumerios me irritan. Los almohadones en el piso también y había demasiados desparramados despreocupadamente por el piso de parqué.
Me acomodé como pude.
Mal.
Me enferma sentarme en el piso, a pesar de ser algo tan próximo para mí.
Trataba de convencerme de que, estando mi mujer tan divertida, no podía ser tan malo. Pero por más que me esforzaba, no lo conseguía.
Una de las chicas vestidas con largas túnicas blancas encargadas de atender a la concurrencia me da un chop que tenía el tamaño de un balde. Cuando le dije que yo no había pedido nada, me explica que en ese lugar se servía la comida y la bebida de acuerdo a la apariencia y la actitud del huésped. Tuve suerte. Aquel que haya evaluado mi apariencia y actitud esa noche se equivocó de medio a medio. Pude haber ligado veneno tranquilamente.
Sin que medie preámbulo alguno, se apagan las luces y un reflector ilumina a un hombre de pie frente a una mesa, dando comienzo al espectáculo. Desde mi posición no podía ver que era lo que había sobre la mesa, que el hombre ahora con gesto dubitativo la escudriñaba amagando a tomar algo que en el mismo instante se arrepentía de hacerlo.
Se enciende otro spot develando la presencia de una mujer sentada con una guitarra entre sus manos que comienza a tocar. Suena como Paco de Lucía. Y si no fuera por la generosidad con que la naturaleza la dotó de pechos algún distraído hubiese asegurado que la mujer era realmente Paco de Lucía.
El hombre frente a la mesa sobre actúa una expresión de iluminación inducida por los acordes flamencos del Paco de Lucía con tetas, se decide por fin a tomar algo de lo que hay sobre la mesa que resulta ser una cebolla de buen tamaño, y comienza a cortarla haciendo que el cuchillo golpee sobre una tabla o la propia mesa al final de cada corte, a modo de base rítmica.
El tema duró cerca de diez minutos. Cuando terminó, el chef de la percusión había picado cerca de cuatro kilos de cebollas. Lloraba como una Magdalena y algunos de sus dedos de la mano izquierda mostraban señales de cortes.
Ya me había liquidado la mitad del contenido del recipiente de cerveza y entre la incomodidad de estar sentado en el piso, los sahumerios, el perfume a cebollas y la cara de fascinación de mi mujer, estaba que me llevaban los demonios.
Reaparecen las chicas de las túnicas blancas y pensé: "Chau. Ahora si prestaron atención en mi cara de culo y me sirven albóndigas con vidrio molido". Pero no, otra vez se equivocaron y me sirvieron un pequeño cuenco con vegetales salteados donde abundaba la cebolla. A mi esposa no le gustó lo que le sirvieron y me dio la oportunidad de comentarle que se olvide de que me quede hasta el postre. Ni bien se me acabe la cervecita me rajo.
Se apagan las luces nuevamente y los reflectores delatan que quien está ahora de pie frente a la mesa es el Paco de Lucía de la doble pechuga y sentado prestes a tocar una flauta traversa el percusionista picador de cebollas, luciendo en su mano izquierda sendas curitas en un par de dedos.
Suena una linda versión de Garota de Ipanema, mientras Paco comienza a hacer malabares con un bollo de masa que golpea contra la mesa rítmicamente con cara de haber entrado en trance. Si se hubiese cosido al corpiño un shaker del lado derecho y unas sonajas del lado izquierdo sonaría como una batería de escola de samba de 250 integrantes. Hacia el final de la interpretación y potenciado por efecto de la intensa luz de los spots, la nube de harina que flotaba en el ambiente no permitía ver a los intérpretes.
Terminan el tema, la concurrencia aplaude, arremolinando la nube de harina. Se encienden las luces y como nada más sucede por algunos minutos, la gente comienza a conversar animadamente.
- Reconocelo, por favor- le digo con tono suplicante a mi amada- esto es un desquicio. ¿Viste cómo nos quedó la pilcha?
- Bueno. Aguantá un poquito más- me responde- no seas pesado.
¡Joya! Ya no estaba tan contenta y hacía un esfuerzo enorme para disimular su fastidio por tener la ropa sucia de harina.
Vuelven las chicas de la túnica. Una se sienta frente a nosotros y comienza a hacernos preguntas comprometedoras, del tipo: ¿Que les parece, chicos? ¿Están cómodos? Antes de que siguiera con la tercera pregunta le pedí por lo que mas quisiera que me ahorre el tormento de la encuesta. Algo contrariada y con sonrisa forzada nos deja en busca de otras víctimas.
-¿Había necesidad de ser tan animal? Me regaña entre dientes mi esposa.
Mi única respuesta fue ponerme de pie y sacudirme la ropa que estaba cubierta con más harina de lo que pensé mientras le decía que la esperaba en el auto.
Muchos de los presentes me observaban asombrados. Seguro que debía ser un sacrilegio abandonar así este tipo de eventos. Cuando estaba por alcanzar la puerta, se interpone otra de las tantas chicas de túnica que de manera algo amenazante y ceño fruncido me increpa con un punzante: ¿Por qué te vas?
Justo en el momento en que le dije a la desubicada que me franqueaba la salida, que si no se corría la iba a cagar a patadas en la cabeza, aparece mi señora con su amiga que me miraba boquiabierta ante mi expresión de tipo completamente sacado. Mi esposa en un último intento por apaciguar una situación que ya se había salido de control me dice: -Mirá, te traje un platito de ñoquis que están re ricos-.
No hizo falta responder. Mi cara y la situación la superaron a ella también. Le da el platito de ñoquis a su amiga, me toma del brazo y me dice: - Tenés razón, ésto es una locura, vayámonos de acá ya mismo.
Subimos al auto y emprendimos el regreso a casa sin hablar y sin mirarnos.
Casi llegando a casa, ella rompe el silencio:
-¿Pasamos por un Mac Donalds?
- Prefiero Burguer King.
- Bueno, dale, por un Burguer.
Nos miramos y simultáneamente empezamos a reírnos a carcajadas.
Llegamos a una de las pocas casonas que quedan en Almagro que mostraba signos de haber sido reciclada con mucho entusiasmo, poco presupuesto y dudoso gusto. Pero habían logrado espacios amplios, iluminación tenue y volumen de aire suficiente como para no perecer por la inhalación del humo producido por decenas de sahumerios. Los sahumerios me irritan. Los almohadones en el piso también y había demasiados desparramados despreocupadamente por el piso de parqué.
Me acomodé como pude.
Mal.
Me enferma sentarme en el piso, a pesar de ser algo tan próximo para mí.
Trataba de convencerme de que, estando mi mujer tan divertida, no podía ser tan malo. Pero por más que me esforzaba, no lo conseguía.
Una de las chicas vestidas con largas túnicas blancas encargadas de atender a la concurrencia me da un chop que tenía el tamaño de un balde. Cuando le dije que yo no había pedido nada, me explica que en ese lugar se servía la comida y la bebida de acuerdo a la apariencia y la actitud del huésped. Tuve suerte. Aquel que haya evaluado mi apariencia y actitud esa noche se equivocó de medio a medio. Pude haber ligado veneno tranquilamente.
Sin que medie preámbulo alguno, se apagan las luces y un reflector ilumina a un hombre de pie frente a una mesa, dando comienzo al espectáculo. Desde mi posición no podía ver que era lo que había sobre la mesa, que el hombre ahora con gesto dubitativo la escudriñaba amagando a tomar algo que en el mismo instante se arrepentía de hacerlo.
Se enciende otro spot develando la presencia de una mujer sentada con una guitarra entre sus manos que comienza a tocar. Suena como Paco de Lucía. Y si no fuera por la generosidad con que la naturaleza la dotó de pechos algún distraído hubiese asegurado que la mujer era realmente Paco de Lucía.
El hombre frente a la mesa sobre actúa una expresión de iluminación inducida por los acordes flamencos del Paco de Lucía con tetas, se decide por fin a tomar algo de lo que hay sobre la mesa que resulta ser una cebolla de buen tamaño, y comienza a cortarla haciendo que el cuchillo golpee sobre una tabla o la propia mesa al final de cada corte, a modo de base rítmica.
El tema duró cerca de diez minutos. Cuando terminó, el chef de la percusión había picado cerca de cuatro kilos de cebollas. Lloraba como una Magdalena y algunos de sus dedos de la mano izquierda mostraban señales de cortes.
Ya me había liquidado la mitad del contenido del recipiente de cerveza y entre la incomodidad de estar sentado en el piso, los sahumerios, el perfume a cebollas y la cara de fascinación de mi mujer, estaba que me llevaban los demonios.
Reaparecen las chicas de las túnicas blancas y pensé: "Chau. Ahora si prestaron atención en mi cara de culo y me sirven albóndigas con vidrio molido". Pero no, otra vez se equivocaron y me sirvieron un pequeño cuenco con vegetales salteados donde abundaba la cebolla. A mi esposa no le gustó lo que le sirvieron y me dio la oportunidad de comentarle que se olvide de que me quede hasta el postre. Ni bien se me acabe la cervecita me rajo.
Se apagan las luces nuevamente y los reflectores delatan que quien está ahora de pie frente a la mesa es el Paco de Lucía de la doble pechuga y sentado prestes a tocar una flauta traversa el percusionista picador de cebollas, luciendo en su mano izquierda sendas curitas en un par de dedos.
Suena una linda versión de Garota de Ipanema, mientras Paco comienza a hacer malabares con un bollo de masa que golpea contra la mesa rítmicamente con cara de haber entrado en trance. Si se hubiese cosido al corpiño un shaker del lado derecho y unas sonajas del lado izquierdo sonaría como una batería de escola de samba de 250 integrantes. Hacia el final de la interpretación y potenciado por efecto de la intensa luz de los spots, la nube de harina que flotaba en el ambiente no permitía ver a los intérpretes.
Terminan el tema, la concurrencia aplaude, arremolinando la nube de harina. Se encienden las luces y como nada más sucede por algunos minutos, la gente comienza a conversar animadamente.
- Reconocelo, por favor- le digo con tono suplicante a mi amada- esto es un desquicio. ¿Viste cómo nos quedó la pilcha?
- Bueno. Aguantá un poquito más- me responde- no seas pesado.
¡Joya! Ya no estaba tan contenta y hacía un esfuerzo enorme para disimular su fastidio por tener la ropa sucia de harina.
Vuelven las chicas de la túnica. Una se sienta frente a nosotros y comienza a hacernos preguntas comprometedoras, del tipo: ¿Que les parece, chicos? ¿Están cómodos? Antes de que siguiera con la tercera pregunta le pedí por lo que mas quisiera que me ahorre el tormento de la encuesta. Algo contrariada y con sonrisa forzada nos deja en busca de otras víctimas.
-¿Había necesidad de ser tan animal? Me regaña entre dientes mi esposa.
Mi única respuesta fue ponerme de pie y sacudirme la ropa que estaba cubierta con más harina de lo que pensé mientras le decía que la esperaba en el auto.
Muchos de los presentes me observaban asombrados. Seguro que debía ser un sacrilegio abandonar así este tipo de eventos. Cuando estaba por alcanzar la puerta, se interpone otra de las tantas chicas de túnica que de manera algo amenazante y ceño fruncido me increpa con un punzante: ¿Por qué te vas?
Justo en el momento en que le dije a la desubicada que me franqueaba la salida, que si no se corría la iba a cagar a patadas en la cabeza, aparece mi señora con su amiga que me miraba boquiabierta ante mi expresión de tipo completamente sacado. Mi esposa en un último intento por apaciguar una situación que ya se había salido de control me dice: -Mirá, te traje un platito de ñoquis que están re ricos-.
No hizo falta responder. Mi cara y la situación la superaron a ella también. Le da el platito de ñoquis a su amiga, me toma del brazo y me dice: - Tenés razón, ésto es una locura, vayámonos de acá ya mismo.
Subimos al auto y emprendimos el regreso a casa sin hablar y sin mirarnos.
Casi llegando a casa, ella rompe el silencio:
-¿Pasamos por un Mac Donalds?
- Prefiero Burguer King.
- Bueno, dale, por un Burguer.
Nos miramos y simultáneamente empezamos a reírnos a carcajadas.
La conmovedora historia del "Hombre Alpargata"
Promediaba el año 79, y como muchos otros, Nicanor hacía la fila para renovar su plazo fijo en la sucursal del Banco de Intercambio Regional de Avellaneda.
Atrás habían quedado los 23 años como operario calificado en SIAM a raíz del vertiginoso deterioro de la tradicional empresa y las artificiales bondades del plan económico de la época. Fue por eso que Nicanor decidió jubilarse anticipadamente, gastando el tiempo dedicado a la búsqueda del mejor rendimiento financiero de sus ahorros, engrosados por lo percibido gracias al acuerdo del retiro voluntario.
Conversaba animadamente con la señora que lo precedía en la fila, sobre variados temas, alternando entre las últimas monerías de sus respectivos nietos y las bondades del medicamento para la presión recién recetado; cuando irrumpen tres individuos a punta de pistola anunciando a viva voz que se trataba de un asalto.
Cosa rarísima luego de tres años de iniciado el Proceso de Reorganización Nacional, pero estaba sucediendo.
-Venga, póngase acá, atrás mío- Le susurró con firmeza Gauna a la señora con quien hasta hace un instante conversaba, que estaba paralizada y blanca como un papel.
Uno de los cacos percibe el movimiento y apuntando su arma a la cara de Nicanor lo increpa:- ¡Vos viejito! No te hagás el canchero y tirate al piso o te quemo.
Amaga a agacharse para tenderse en el piso como le exigieron pero con fugaz ademán de samurai a la criolla, le sacude la cara de un alpargatazo ascendente y cruzado, cargado de un venenosísimo y calculado top spin, aturdiendo al sorprendido malhechor y logrando arrebatarle el arma sin esfuerzo. Seguidamente lo noquea con un drive paralelo que le acertó de pleno en el oído y gracias a su talla 43, le desencajó también la mandíbula que sonó como un chasquido hecho con los dedos.
Era evidente que como arma silenciosa, la alpargata curtida de Nicanor en conjunto con su rara destreza, solo perdía en eficacia para un arco de material compuesto alta tecnología. Y la fracción de segundo que demoró en reaccionar el segundo integrante de la banda que estaba a menos de tres metros, le permitió al implacable Nicanor acertarle en la traquea con el canto de su alpargata izquierda, lanzada como bumerang a la velocidad de un rayo y dejándolo instantáneamente fuera de combate.
Balanceaba ya en su diestra la alpargata restante a punto de ser lanzada al tercer integrante. Éste suelta el arma y levanta los brazos en señal de rendición. Pero era demasiado tarde, la alpargata ya estaba en vuelo y le arrancó limpiamente tres incisivos además de destrozarle el tabique nasal.
Nicanor recupera su calzado calmadamente, y alternando la dirección del 4 que formaban sus piernas, las vuelve a calzar en los pies.
Casi de inmediato, irrumpe la policía con la flemática puntualidad para llegar una vez que todo pasó.
Los presentes recompensan a Gauna con un cerrado aplauso y palmadas de afecto en la espalda, que cesan repentinamente cuando uno de esos patriotas anónimos comienza a entonar con voz y pose solemne, las estrofas el Himno Nacional.
El único reconocimiento por parte de la fuerza de seguridad, se lo dio el sargento de la bonaerense con un escueto: -Que sea la última vez que haga una pavada como ésta. ¿Me entendió ciudadano? ¿Qué quería lograr? ¿Qué lo cagaran a tiros?
Nicanor ni siquiera lo miró. Le preguntó al cajero si podía regresar mañana en vistas de lo que había sucedido y luego del “Si Don Gauna, vaya tranquilo”, se fue a su casa.
Luego del suceso, en el barrio ganó estatus de súper héroe. De la noche a la mañana dejó de ser Don Gauna, como se lo conocía desde siempre, y pasó a ser El Hombre Alpargata.
Cosme, el de la ferretería a la cual era inútil recurrir porque pese a estar atiborrada de mercadería, nunca tenía lo que uno justo necesitaba comprar, incorporó a su lista de productos alpargatas, que promocionaba con un cartel improvisado que decía “Las elegidas por Don Gauna” y el negocio prosperó como nunca.
Pero menos de un año después ya nada se sabía de Don Gauna ni de su alter ego. La gente recordaba sus hazañas solo de vez en cuando.
Algunos dijeron que estaba muy enfermo. Otros que se fue a vivir al interior.
Pudieron haber sido ambas cosas.
Seguramente de nada sirvieron las destrezas en el manejo de las alpargatas como arma táctica cuando se esfumaron los ahorros de toda su vida, aquel mes de marzo de 1980 en el que la gente se amontonó en las puertas del BIR reclamando en vano por los depósitos que jamás volverían a recuperar.
(Nota): Cosme vendió su ferretería con un abultado stock de alpargatas. Pero tuvo mejor suerte que Nicanor, se la pagaron en dólares, y pese al mal augurio del ministro de economía de turno, escasos meses después se había transformado en un nuevo rico que se paseaba en una Pagoda color rojo bombero.
Atrás habían quedado los 23 años como operario calificado en SIAM a raíz del vertiginoso deterioro de la tradicional empresa y las artificiales bondades del plan económico de la época. Fue por eso que Nicanor decidió jubilarse anticipadamente, gastando el tiempo dedicado a la búsqueda del mejor rendimiento financiero de sus ahorros, engrosados por lo percibido gracias al acuerdo del retiro voluntario.
Conversaba animadamente con la señora que lo precedía en la fila, sobre variados temas, alternando entre las últimas monerías de sus respectivos nietos y las bondades del medicamento para la presión recién recetado; cuando irrumpen tres individuos a punta de pistola anunciando a viva voz que se trataba de un asalto.
Cosa rarísima luego de tres años de iniciado el Proceso de Reorganización Nacional, pero estaba sucediendo.
-Venga, póngase acá, atrás mío- Le susurró con firmeza Gauna a la señora con quien hasta hace un instante conversaba, que estaba paralizada y blanca como un papel.
Uno de los cacos percibe el movimiento y apuntando su arma a la cara de Nicanor lo increpa:- ¡Vos viejito! No te hagás el canchero y tirate al piso o te quemo.
Amaga a agacharse para tenderse en el piso como le exigieron pero con fugaz ademán de samurai a la criolla, le sacude la cara de un alpargatazo ascendente y cruzado, cargado de un venenosísimo y calculado top spin, aturdiendo al sorprendido malhechor y logrando arrebatarle el arma sin esfuerzo. Seguidamente lo noquea con un drive paralelo que le acertó de pleno en el oído y gracias a su talla 43, le desencajó también la mandíbula que sonó como un chasquido hecho con los dedos.
Era evidente que como arma silenciosa, la alpargata curtida de Nicanor en conjunto con su rara destreza, solo perdía en eficacia para un arco de material compuesto alta tecnología. Y la fracción de segundo que demoró en reaccionar el segundo integrante de la banda que estaba a menos de tres metros, le permitió al implacable Nicanor acertarle en la traquea con el canto de su alpargata izquierda, lanzada como bumerang a la velocidad de un rayo y dejándolo instantáneamente fuera de combate.
Balanceaba ya en su diestra la alpargata restante a punto de ser lanzada al tercer integrante. Éste suelta el arma y levanta los brazos en señal de rendición. Pero era demasiado tarde, la alpargata ya estaba en vuelo y le arrancó limpiamente tres incisivos además de destrozarle el tabique nasal.
Nicanor recupera su calzado calmadamente, y alternando la dirección del 4 que formaban sus piernas, las vuelve a calzar en los pies.
Casi de inmediato, irrumpe la policía con la flemática puntualidad para llegar una vez que todo pasó.
Los presentes recompensan a Gauna con un cerrado aplauso y palmadas de afecto en la espalda, que cesan repentinamente cuando uno de esos patriotas anónimos comienza a entonar con voz y pose solemne, las estrofas el Himno Nacional.
El único reconocimiento por parte de la fuerza de seguridad, se lo dio el sargento de la bonaerense con un escueto: -Que sea la última vez que haga una pavada como ésta. ¿Me entendió ciudadano? ¿Qué quería lograr? ¿Qué lo cagaran a tiros?
Nicanor ni siquiera lo miró. Le preguntó al cajero si podía regresar mañana en vistas de lo que había sucedido y luego del “Si Don Gauna, vaya tranquilo”, se fue a su casa.
Luego del suceso, en el barrio ganó estatus de súper héroe. De la noche a la mañana dejó de ser Don Gauna, como se lo conocía desde siempre, y pasó a ser El Hombre Alpargata.
Cosme, el de la ferretería a la cual era inútil recurrir porque pese a estar atiborrada de mercadería, nunca tenía lo que uno justo necesitaba comprar, incorporó a su lista de productos alpargatas, que promocionaba con un cartel improvisado que decía “Las elegidas por Don Gauna” y el negocio prosperó como nunca.
Pero menos de un año después ya nada se sabía de Don Gauna ni de su alter ego. La gente recordaba sus hazañas solo de vez en cuando.
Algunos dijeron que estaba muy enfermo. Otros que se fue a vivir al interior.
Pudieron haber sido ambas cosas.
Seguramente de nada sirvieron las destrezas en el manejo de las alpargatas como arma táctica cuando se esfumaron los ahorros de toda su vida, aquel mes de marzo de 1980 en el que la gente se amontonó en las puertas del BIR reclamando en vano por los depósitos que jamás volverían a recuperar.
(Nota): Cosme vendió su ferretería con un abultado stock de alpargatas. Pero tuvo mejor suerte que Nicanor, se la pagaron en dólares, y pese al mal augurio del ministro de economía de turno, escasos meses después se había transformado en un nuevo rico que se paseaba en una Pagoda color rojo bombero.
El sueño del pibe
Viernes 18 de marzo. Habíamos acordado que nos encontrábamos a las nueve en el taller mecánico donde la tenía a la venta.
Pero Trujui es implacable con los forasteros.
Tomar el ramal equivocado del 203, sumado a que la altura de la calle Capdevila que me pasaron solo existe en la imaginación del que extrapoló la numeración a la huella que se adentra en un descampado, sin agua y sin brújula, fue una verdadera epopeya.
Llegué como una hora más tarde, acompañado de cuatro perros que se fueron haciendo amigos en el camino. Pero en esa despiadada pausa del espacio-tiempo, un segundo, un centímetro, una hora o un kilómetro era casi lo mismo.
El pequeño galpón, única construcción que sobresale del yermo descampado, ocultaba pudorosamente su interior con una colección de puertas de chapa de distintos modelos y colores que daban forma a un singular portón.
Sabía que era allí. La chata estaba estacionada en el terreno lindero demarcado por algunos postes y algo de alambre.
A modo de premio a la originalidad y evitando golpear el ecléctico collage de puertas, puse en evidencia mi presencia con un cerrado y conciso aplauso.
El improvisado portón se agitó con estruendo de trueno y se abrió por la puerta menos pensada.
- Hola, vengo por la Dodge.- Me presenté mientras le chistaba a los canes para que pararan de ladrar, orden que obedecieron instantáneamente, como si hubiese sido su amo desde siempre.
- Espéreme un segundito que entro a buscar los papeles – Responde solemne el sonriente vendedor que reaparece poco después con algunas fotocopias sujetas por un enorme clip plástico color fucsia bajo su axila izquierda y una anilla con dos llaves en la mano derecha. Una tenía la forma preconcebida e inconfundible de la llave de arranque de un vehículo automotor y la otra era una tipo Trabex, con la que abrió la puerta del conductor.
¡Suba! – Me invita entusiasmado – Demos una vuelta así la probamos.
Solo después de alcanzar la traza asfaltada, pude escuchar el final de una larga perorata sobre la lastimosa carencia de documentos. El resto quedó sepultado para siempre debajo de la sinfonía de ruidos de la rampante camioneta sobre el accidentado camino de tierra.
Pagué lo convenido, recibí un par de indicaciones para lidiar con ciertas mañas, necesarias para levantar el capó, por ejemplo, o poner primera sin que cante la caja.
Lo acerqué hasta la esquina de su casa y emprendí feliz el camino de regreso a la mía seguro de haber concretado un excelente trato.
Pocas cuadras antes de llegar al Camino del Buen Ayre, un Gol azul de inicios de los 90 irrumpe prepotente por la izquierda en una bocacalle que yo estaba a punto de cruzar. El recorrido del pedal de frenos de la Dodge 200 es largo. Cuando logre que se detuviera ya había pasado por encima de la trompa del Gol y alcanzado casi la bocacalle siguiente. Se sintió como si fuese un lomo de burro alto y mal hecho. Intenté mirar por el retrovisor y me di cuenta que no tenía. No hubo gritos ni insultos.
Olvidé la maña recién aprendida de la primera y la caja cantó como la mejor. Pero una vez que el cambio entró, seguí y entré triunfante al Camino del Buen Ayre.
Se siente bien. La vista desde el asiento de la Dodge con su capó – terraza es fenomenal.
¡Como camina la chata! El velocímetro está clavado en 100. En realidad el velocímetro está literalmente clavado y quiso el azar que fuese en ese número. Ruge como si fuera a 240Km/h, pero a juzgar por el incesante sobrepaso del resto de los vehículos, estimo que no debe dar más que 70.
El empalme con el Acceso Oeste fue algo complicado.
El del Renault 19 especuló pensando que si metía la trompa yo iba a frenar y podía pasar holgadamente.
En parte acertó.
Yo frené. Pero el no pudo pasar holgadamente. Casi lo logra, pero por muy poquito no pasó. El guardabarros y la mitad de su paragolpes trasero quedaron desparramados en el rulo que desemboca en el acceso.
Puso las balizas y me hizo señas con el brazo indicándome que iba a parar en la banquina. Gesticulé un OK con el pulgar hacia arriba. Se detuvo 50 metros más adelante, del lado derecho. Yo lo pasé por el lado izquierdo cómo venía, sin mayores inconvenientes. Estaba ansioso por llegar a casa y mostrarle a mi señora esta belleza que hace que uno verdaderamente disfrute manejar en Buenos Aires.
Hasta los puestos de peaje se ven distintos.
Por primera vez estoy a la misma altura que el operador dentro de la cabina del peaje, que mientras me entrega el ticket me dice:
- No se olvide de circular con las luces bajas encendidas.
- ¡Gracias por avisar! – Respondí jubiloso – Pero no se como se prenden las luces. Es más, ni siquiera se si funcionan.
Luego de 15 minutos de devorar kilómetros ininterrumpidamente paro en el semáforo de Eva Perón y Emilio Mitre.
Un beduino en moto, usando el casco a modo de canasta colgada del antebrazo, se detiene a mi lado y golpeando con el puño la herrumbrosa puerta de mi flamante Dodge 200, me grita:
- ¿Que te pasa pelotudo? ¡Casi me hacés mierda recién! ¡Me apretaste contra un bondi pedazo de boludo! ¿No mirás los espejos?-
- No tengo espejos – Respondí relajado y feliz.
Creo que eso lo decepcionó porque volvió a insistir con los puñetazos.
Abrí la pesada puerta con firmeza pero sin violencia, golpeando al agresivo nómada motorizado, que no resiste el implacable embate y se desparrama junto a su voluminosa moto sobre el pavimento de la Av. Eva Perón.
Luz verde para girar a la izquierda. Ya la tengo re clara con la primera.
Siento otra vez que pasé por un lomo de burro. Cortito en esta oportunidad pero con dejo a horquilla de moto chopera.
Algunas cuadras más de sereno andar hasta llegar a Juan Bautista Alberdi, que no se puede cruzar porque la cuadra siguiente está atiborrada de vehículos.
Todos tocando bocina de manera histérica y yo escrutando el volante y el tablero para adivinar donde estaba la mía. No la encontré. Pero del centro del volante asomaba un cable amarillo con el extremo desprovisto de su cubierta aislante. Alcanzó con que lo tocara para que la bocina comenzara a sonar como la de un camión de bomberos. Preciosa. Solté el cable pero la bocina no dejaba de sonar. Algunos transeúntes me miraban con curiosidad. Otros con fastidio. Algunos me puteaban.
Se destraba un poco el embotellamiento. La bocina no.
Varios autos estacionados en doble fila próximos a la puerta del Colegio Marianista eran los responsables de que el tránsito no fluyera por Emilio Mitre antes de su desembocadura en Av. Rivadavia. Yo solo necesitaba cruzar Rivadavia para llegar a casa.
El lugar que quedaba para pasar era estrecho, la calle está destruida y la bocina de la Dodge estaba llevando a la locura a todos.
Con lo justo pude pasar al 147, al Suram que le seguía, y a un Symbol, pero la Hilux negra que encabezaba la fila de autos mal estacionados ocupaba algunos centímetros más de calle que los anteriores. La escena fue muy similar, salvando las distancias, a la del Titanic cuando rozó el icebeg que selló su suerte en la película de James Cameron. Pero al revés, en éste caso yo timoneaba un iceberg ululante. El tránsito se detiene otra vez pero la porfiada bocina sigue.
Un muchacho elegantemente vestido se acerca y debe gritar para que pueda escucharlo. Era el dueño de la Hilux.
Bien el pibe, tranquilo me pidió los datos para el seguro. Arrimé la chata al cordón, apagué el motor y bajé. La bocina a full.
Le alcancé las fotocopias que obraban como papeles rubricados por el clip fucsia y le pedí ayuda para levantar el capó y así ver si podía desconectar la bocina.
Lo logramos con relativa facilidad pero no sin sorpresa. Algunas llamas brotaban desde las profundidades de la sala de máquinas que encontré debajo del capó.
El ruido de la bocina comienza a disminuir y entrecortarse. Las llamas no paran de crecer.
Las madres muy asustadas, cobijan a los niños que salen del colegio apurando el paso.
Repentinamente a la Dodge la envuelve el silencio. Y el fuego.
Nada se puede hacer. Cualquier esfuerzo es inutil.
Caigo de rodillas frente a ella. Parezco Jimmy Hendrix viendo como se quemaba su Stratocaster en el Monterrey pop festival.
Mi señora aparece de la nada y apoyando tiernamente su mano en mi hombro me pregunta mirándome a los ojos: -¿Qué te pasa? ¿Te volviste loco? Te dije que tanta picada te iba a caer pesada a la noche. Dejá de mover los deditos arrodillado en la cama que me asustás y volvé a dormir. ¿Si? ¿No dijiste que te tenías que levantar temprano mañana porque no se a donde tenías que ir y no podías llevar el auto? Desenrollá el bollo que hiciste con las sábanas entonces y acostate, dale, que con el susto que me diste no voy a poder pegar un ojo ahora.
Antes de volver a dormir, repetí varas veces “Ramal 2” para no equivocarme mañana, prometiéndome también llevar el matafuego.
Pero Trujui es implacable con los forasteros.
Tomar el ramal equivocado del 203, sumado a que la altura de la calle Capdevila que me pasaron solo existe en la imaginación del que extrapoló la numeración a la huella que se adentra en un descampado, sin agua y sin brújula, fue una verdadera epopeya.
Llegué como una hora más tarde, acompañado de cuatro perros que se fueron haciendo amigos en el camino. Pero en esa despiadada pausa del espacio-tiempo, un segundo, un centímetro, una hora o un kilómetro era casi lo mismo.
El pequeño galpón, única construcción que sobresale del yermo descampado, ocultaba pudorosamente su interior con una colección de puertas de chapa de distintos modelos y colores que daban forma a un singular portón.
Sabía que era allí. La chata estaba estacionada en el terreno lindero demarcado por algunos postes y algo de alambre.
A modo de premio a la originalidad y evitando golpear el ecléctico collage de puertas, puse en evidencia mi presencia con un cerrado y conciso aplauso.
El improvisado portón se agitó con estruendo de trueno y se abrió por la puerta menos pensada.
- Hola, vengo por la Dodge.- Me presenté mientras le chistaba a los canes para que pararan de ladrar, orden que obedecieron instantáneamente, como si hubiese sido su amo desde siempre.
- Espéreme un segundito que entro a buscar los papeles – Responde solemne el sonriente vendedor que reaparece poco después con algunas fotocopias sujetas por un enorme clip plástico color fucsia bajo su axila izquierda y una anilla con dos llaves en la mano derecha. Una tenía la forma preconcebida e inconfundible de la llave de arranque de un vehículo automotor y la otra era una tipo Trabex, con la que abrió la puerta del conductor.
¡Suba! – Me invita entusiasmado – Demos una vuelta así la probamos.
Solo después de alcanzar la traza asfaltada, pude escuchar el final de una larga perorata sobre la lastimosa carencia de documentos. El resto quedó sepultado para siempre debajo de la sinfonía de ruidos de la rampante camioneta sobre el accidentado camino de tierra.
Pagué lo convenido, recibí un par de indicaciones para lidiar con ciertas mañas, necesarias para levantar el capó, por ejemplo, o poner primera sin que cante la caja.
Lo acerqué hasta la esquina de su casa y emprendí feliz el camino de regreso a la mía seguro de haber concretado un excelente trato.
Pocas cuadras antes de llegar al Camino del Buen Ayre, un Gol azul de inicios de los 90 irrumpe prepotente por la izquierda en una bocacalle que yo estaba a punto de cruzar. El recorrido del pedal de frenos de la Dodge 200 es largo. Cuando logre que se detuviera ya había pasado por encima de la trompa del Gol y alcanzado casi la bocacalle siguiente. Se sintió como si fuese un lomo de burro alto y mal hecho. Intenté mirar por el retrovisor y me di cuenta que no tenía. No hubo gritos ni insultos.
Olvidé la maña recién aprendida de la primera y la caja cantó como la mejor. Pero una vez que el cambio entró, seguí y entré triunfante al Camino del Buen Ayre.
Se siente bien. La vista desde el asiento de la Dodge con su capó – terraza es fenomenal.
¡Como camina la chata! El velocímetro está clavado en 100. En realidad el velocímetro está literalmente clavado y quiso el azar que fuese en ese número. Ruge como si fuera a 240Km/h, pero a juzgar por el incesante sobrepaso del resto de los vehículos, estimo que no debe dar más que 70.
El empalme con el Acceso Oeste fue algo complicado.
El del Renault 19 especuló pensando que si metía la trompa yo iba a frenar y podía pasar holgadamente.
En parte acertó.
Yo frené. Pero el no pudo pasar holgadamente. Casi lo logra, pero por muy poquito no pasó. El guardabarros y la mitad de su paragolpes trasero quedaron desparramados en el rulo que desemboca en el acceso.
Puso las balizas y me hizo señas con el brazo indicándome que iba a parar en la banquina. Gesticulé un OK con el pulgar hacia arriba. Se detuvo 50 metros más adelante, del lado derecho. Yo lo pasé por el lado izquierdo cómo venía, sin mayores inconvenientes. Estaba ansioso por llegar a casa y mostrarle a mi señora esta belleza que hace que uno verdaderamente disfrute manejar en Buenos Aires.
Hasta los puestos de peaje se ven distintos.
Por primera vez estoy a la misma altura que el operador dentro de la cabina del peaje, que mientras me entrega el ticket me dice:
- No se olvide de circular con las luces bajas encendidas.
- ¡Gracias por avisar! – Respondí jubiloso – Pero no se como se prenden las luces. Es más, ni siquiera se si funcionan.
Luego de 15 minutos de devorar kilómetros ininterrumpidamente paro en el semáforo de Eva Perón y Emilio Mitre.
Un beduino en moto, usando el casco a modo de canasta colgada del antebrazo, se detiene a mi lado y golpeando con el puño la herrumbrosa puerta de mi flamante Dodge 200, me grita:
- ¿Que te pasa pelotudo? ¡Casi me hacés mierda recién! ¡Me apretaste contra un bondi pedazo de boludo! ¿No mirás los espejos?-
- No tengo espejos – Respondí relajado y feliz.
Creo que eso lo decepcionó porque volvió a insistir con los puñetazos.
Abrí la pesada puerta con firmeza pero sin violencia, golpeando al agresivo nómada motorizado, que no resiste el implacable embate y se desparrama junto a su voluminosa moto sobre el pavimento de la Av. Eva Perón.
Luz verde para girar a la izquierda. Ya la tengo re clara con la primera.
Siento otra vez que pasé por un lomo de burro. Cortito en esta oportunidad pero con dejo a horquilla de moto chopera.
Algunas cuadras más de sereno andar hasta llegar a Juan Bautista Alberdi, que no se puede cruzar porque la cuadra siguiente está atiborrada de vehículos.
Todos tocando bocina de manera histérica y yo escrutando el volante y el tablero para adivinar donde estaba la mía. No la encontré. Pero del centro del volante asomaba un cable amarillo con el extremo desprovisto de su cubierta aislante. Alcanzó con que lo tocara para que la bocina comenzara a sonar como la de un camión de bomberos. Preciosa. Solté el cable pero la bocina no dejaba de sonar. Algunos transeúntes me miraban con curiosidad. Otros con fastidio. Algunos me puteaban.
Se destraba un poco el embotellamiento. La bocina no.
Varios autos estacionados en doble fila próximos a la puerta del Colegio Marianista eran los responsables de que el tránsito no fluyera por Emilio Mitre antes de su desembocadura en Av. Rivadavia. Yo solo necesitaba cruzar Rivadavia para llegar a casa.
El lugar que quedaba para pasar era estrecho, la calle está destruida y la bocina de la Dodge estaba llevando a la locura a todos.
Con lo justo pude pasar al 147, al Suram que le seguía, y a un Symbol, pero la Hilux negra que encabezaba la fila de autos mal estacionados ocupaba algunos centímetros más de calle que los anteriores. La escena fue muy similar, salvando las distancias, a la del Titanic cuando rozó el icebeg que selló su suerte en la película de James Cameron. Pero al revés, en éste caso yo timoneaba un iceberg ululante. El tránsito se detiene otra vez pero la porfiada bocina sigue.
Un muchacho elegantemente vestido se acerca y debe gritar para que pueda escucharlo. Era el dueño de la Hilux.
Bien el pibe, tranquilo me pidió los datos para el seguro. Arrimé la chata al cordón, apagué el motor y bajé. La bocina a full.
Le alcancé las fotocopias que obraban como papeles rubricados por el clip fucsia y le pedí ayuda para levantar el capó y así ver si podía desconectar la bocina.
Lo logramos con relativa facilidad pero no sin sorpresa. Algunas llamas brotaban desde las profundidades de la sala de máquinas que encontré debajo del capó.
El ruido de la bocina comienza a disminuir y entrecortarse. Las llamas no paran de crecer.
Las madres muy asustadas, cobijan a los niños que salen del colegio apurando el paso.
Repentinamente a la Dodge la envuelve el silencio. Y el fuego.
Nada se puede hacer. Cualquier esfuerzo es inutil.
Caigo de rodillas frente a ella. Parezco Jimmy Hendrix viendo como se quemaba su Stratocaster en el Monterrey pop festival.
Mi señora aparece de la nada y apoyando tiernamente su mano en mi hombro me pregunta mirándome a los ojos: -¿Qué te pasa? ¿Te volviste loco? Te dije que tanta picada te iba a caer pesada a la noche. Dejá de mover los deditos arrodillado en la cama que me asustás y volvé a dormir. ¿Si? ¿No dijiste que te tenías que levantar temprano mañana porque no se a donde tenías que ir y no podías llevar el auto? Desenrollá el bollo que hiciste con las sábanas entonces y acostate, dale, que con el susto que me diste no voy a poder pegar un ojo ahora.
Antes de volver a dormir, repetí varas veces “Ramal 2” para no equivocarme mañana, prometiéndome también llevar el matafuego.
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