El frío se filtra por todos los rincones del destartalado 42, en otra mañana helada de éste agosto del 83 que no da tregua. La caminata por Amancio Alcorta desde Sáenz hasta la parada de Pepirí para poder viajar sentado la sufrí como nunca, pero me pude acurrucar en un asiento individual ubicado en la mitad del colectivo lejos de las puertas. Y antes de que llegase a la siguiente parada el sueño ya me había devorado.
Todo es silencio e inconciencia hasta que un anónimo pasajero desde el fondo, me devuelve al mundo de los vivos con un sentido: “¡La puerta!”
Con mucho esfuerzo logro vencer la parálisis del sueño que me aqueja y perforo con el dedo un pequeño círculo en la condensación del vaho que esmeriló la ventanilla, para intentar reponerme de la total desconexión que tuve con el tiempo y el espacio. Con algo de malestar noto que recién estábamos por cruzar Rivadavia y no entrando al tramo final de la avenida Corrientes como hubiese deseado.
Me acomodo para abandonar la poco elegante postura de desmayado que se escurrió bochornosamente por el asiento, y miro disimuladamente al resto del compacto pasaje para comprobar si estaban observándome mientras me recomponía pudorosamente del sueño comatoso del que fui abruptamente rescatado.
Y efectivamente, una chica que se sujetaba de ambos pasamanos, al frente y detrás de mi asiento, me miraba sin ningún reparo, acercándose además para que me fuera imposible ignorarla.
- ¿No te acordás de mi? – me pregunta con una sonrisa sobrecargada de nostalgia.
- No, para nada – Respondo de la manera más cordial que me fue posible, aturdido por la pesada modorra y temeroso de que se trate de un ardid para quitarme el asiento.
- Yo, al revés, nunca me voy a olvidar de vos.- y agrega - ¿Cuánto tiempo pasó ya? Más de un año. ¿No?
- La verdad que no se, creo que me estás confundiendo con otra persona.
El apretujado conglomerado de personas que nos rodeaba ya nos prestaba plena atención, alternando las miradas entre mi desconocida interrogadora y yo, arqueando las cejas de manera expectante ante las preguntas y dejándolas caer pesadamente por la desazón que les provocaban mis respuestas.
- No, para nada.- me corrige con convicción – Es imposible que te confunda con otro -. Y continúa: - Me recibí de maestra ¿Sabés?
- ¡Ah! Mirá… No, no tenía la menor idea.- le respondí ya sin fuerzas para contrariarla. – Te felicito -
- Desapareciste. ¿Por qué? ¿Qué te hice?
Los espectadores, pendientes de cada detalle, dirigieron sincronizadamente sus miradas cargadas de curiosidad hacia mi.
- No desaparecí, creeme, es que nunca estuve…
Me escudriña en silencio haciendo una pausa interminable.
- ¿Por qué sos tan cruel conmigo? ¿Por qué tanto rencor?
- ¿Rencor? ¿Qué soy cruel? Te repito, estás equivocada, me estás confundiendo con otra persona.
Ahora no solo ella descree, los curiosos pasajeros también, haciéndomelo saber con sus ceños fruncidos.
Me invade la horrible sensación de que el tiempo se está deteniendo. Este viaje hasta Chacarita va a durar una eternidad. Observo detenidamente cada rostro que no me saca los ojos de encima y todos se expresan con el mismo lenguaje gestual de la desquiciada, que me tortura a fuerza de confusión y preguntas que no se responder.
Las comisuras de sus labios de repente apuntan hacia abajo, el mentón se le contrae y los ojos se enturbian. Está a punto de romper en llanto. Algunos la observan con ternura. Otros me miran con furia.
- Por favor – Supliqué juntando las manos cerca del pecho- Flaca, en serio, estás re confundida… por lo que más quieras, cortala. Te estás dando máquina al pedo y me estás triturando la croqueta a mazazos.
- ¿Yo te trituro la croqueta?- Las lágrimas le brotan como gotas de lluvia y grita - ¿Vos me destrozaste el corazón y ahora me suplicás?- Se golpea tres o cuatro veces con fuerza el centro del pecho. -Jamás hubiese imaginado que fueras asi… Tan…Tan cobarde… ¡Tan hijo de puta!
Hasta los que subieron recién se convencieron rápidamente de que el cobarde hijo de puta que acaban de nombrar soy yo.
- Uh, no, pará… ya te fuiste de mambo. Cortala, flaca. Estás de la gorra y completamente equivocada…. Por favor, pará con todo esto y dejame vivir.
- ¿Ahora me tratás como a una loca también?- Se traga el llanto, respira profundo y sentencia: ¡Sos muy turro Horacio! ¡Muy turro!
- ¡¿Cómo dijiste?! ¡¿Horacio?!- Y dirigiéndome al público: ¿Escucharon cómo me llamó? ¿Eh? ¿Horacio, verdad? – Mirando a los ojos de dos o tres al azar que me hacían frente sin desviar la mirada.
Busco en mi bolsillo el DNI y se lo abro a pocos centímetros de la cara.
- A ver si entendés ahora y me dejás de joder de una vez por todas: ¡Te confundiste de persona pedazo de marmota! ¿Ves? ¡Yo no soy Horacio! Me llamo Luis.
Luis Alberto por si alimentás la esperanza que Horacio sea mi segundo nombre.
Ahora todos la miran a ella. Varios sujetando el labio inferior con los dientes y moviendo la cabeza levemente de izquierda a derecha.
- Perdoname – me dice muy colorada mientras toma distancia – me equivoqué.
- Si flaca, te equivocaste. Aflojá con el Albalux en el desayuno que te pega feo.
Me quedo mirándola unos instantes, pero a pesar del esfuerzo que hace para disimular y hacer de cuenta que nada pasó, un impulso espasmódico la hace emprender la retirada frenéticamente, empujando a todo el mundo y bajándose del ómnibus de manera temeraria.
Me refriego la cara en un intento por borrar las imágenes de ésta locura.
Resoplo y me pregunto por donde carajo vamos.
Ya está más claro. Abro un nuevo orificio en la ventanilla empañada y el paredón del cementerio a lo lejos anticipa el final de esta pesadilla.
Esta noche tengo parcial.
Me tengo que concentrar.
Esta mina me pudrió tanto la cabeza que ni siquiera puedo recordar parcial de qué tengo que dar.
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