El 9 amaga el pique hacia la derecha, pero antes de dar el segundo paso gira e inicia la diagonal en sentido contrario a toda velocidad, desconcertando al 2 contrario que solo atina a quedarse parado viendo como se aleja rápidamente.
Interrumpe el pase que el 5 de su equipo hizo en profundidad al carrilero que desbordaba a punto de esquivar la marca por la derecha, desacomodando a toda la defensa que queda a contrapié e imposibilitada de cualquier reacción.
Esa chispa, esa espontánea creatividad que en una fracción de segundo dibuja una jugada imposible es lo que distingue al jugador diferente, al de la rara habilidad que desconcierta a todos y le da la ventaja que hasta le permite darse el lujo de elegir cómo definir. Un centro atrás, el milimétrico pase al vacío que se encontrará con el 10 que aparecerá por atrás de la defensa como salido de la nada, o la individual que cierre la jugada mágica que inició 30 metros atrás.
Esquiva con un coreográfico movimiento de cintura a su compañero que vuelve para no hacerlo participar de la jugada y dejarlo clara posición adelantada.
Con lo justo zafa del planchazo criminal con el que el central intentó detenerlo y sigue, abriéndose ahora hacia la derecha.
La tribuna contiene la respiración. Más de treinta mil hinchas observan atónitos cómo esta rareza del fútbol deja en el camino a uno tras otro que intenta detenerlo.
Ya desde las inferiores que éste muchacho sobresalía por sobre el resto. Todos los técnicos que lo dirigieron coincidían en un jugador de esas características solo podría haber desarrollado semejante habilidad por obra de un hechizo diabólico.
Y esa jugada a los 43’ del segundo tiempo lo confirmaba. Los corazones de la parcialidad latían al unísono y con fuerza descomunal dentro los pechos donde se ahogaron los cánticos, los insultos al árbitro, los “¡vamo, vamo vaaamoooo!” Retener el aliento de esa forma hacía que la jugada se viera como en cámara lenta.
El 5, sale a su encuentro de manera suicida y por poco no lo parte de un rodillazo a la altura de la cintura. Con la cabeza baja y agilidad felina lo elude con habilidad única arrastrando el balón que le había quedado un poco atrás con su pierna menos hábil.
El referee sigue la jugada de cerca y a la carrera extiende ambos brazos hacia adelante con las manos abiertas perpendiculares al campo de juego comunicando a todos la aplicación de la ley de la ventaja, manteniendo sin máculas el justo arbitraje durante todo el partido. Mira rápidamente a su asistente que sigue a la vertiginosa jugada sin perder la línea de la pelota tratando de compartir su asombro por la increíble jugada
El endemoniado 9 pisa el área grande y es casi imposible detenerlo.
El 3 lo toma de la camiseta e intenta derribarlo interponiendo su brazo a la altura del rostro sin misericordia alguna.
No lo logra, pero alcanza a desequilibrarlo fatalmente.
La pelota le queda muy atrás. La gente de la tribuna que está atrás del arco observa impávida con ojos muy abiertos y mandíbulas casi dislocadas de estupor.
Comienza a trastabillar y a inclinarse dramáticamente hacia un costado.
El arquero figura indiscutida y responsable de mantener el empate en 0 durante todo el partido, achica bien. Corre con las rodillas muy flexionadas y los brazos bien abiertos en dirección al genio maldito cerrándole la trayectoria, aprovechando la pérdida de equilibrio de su atacante y dejándolo totalmente sin ángulo.
Pero es ahí, en el momento de la verdad donde el fútbol te cubre de gloria o te ahoga en una maldición.
La rodilla derecha del 9 golpea con fuerza el gramado. El impulso acumulado en la fulminante y enceguecida carrera hace que ruede por el piso sobre su espalda.
Le quedan centímetros nada más para que toda la jugada se pierda por la línea de fondo.
Muchos atinan a cubrirse el rostro anticipando el inevitable final de la épica jugada.
Pero la historia del fútbol le reservaba ese lugar de privilegio que muy pocos pueden ocupar y por el que será recordado eternamente.
Sin aire por el golpe contra el piso luego de semejante carrera, sin ángulo y con la última señal que sus células nerviosas pudieron enviarle a su pierna izquierda, desvía la trayectoria del esférico que con una extraña parábola pasa por encima del arquero, pega en el borde interno del travesaño y pica a centímetros del segundo palo pero habiendo traspasado ya la línea de meta, logrando un gol imposible.
Un gol que la hinchada no olvidará jamás.
Un gol que ni el más grande número 10 de la historia del fútbol ha podido hacer.
¡Un gol en contra de la hostia!
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