miércoles, 10 de agosto de 2011

SUEÑO, HUMEDAD Y DEMASIADOS NOMBRES...

Promedia la mañana y el sueño no cede.
La humedad y el tedio se combinan en forma cansina y hacen que los párpados pesen como cortinas de plomo.
Los temas de conversación en la oficina se funden en monótonos murmullos que suenan como una interminable canción de cuna.
En el mismo instante que la vigilia embriaga fatalmente a los sentidos, aparece ella.
La conozco de vista, pero no lo suficiente como para saber cómo se llama. Invoca a su jefe en un frustrado intento por que mi atención alcance extremos absurdamente elevados.
Se expresa atropelladamente, como tratando de transmitir la idea sin omitir detalles pero evitando extenderse en el tiempo para que mi atención se mantenga intacta, sin saber que desde la primera sílaba que pronunció mi grado de atención siempre estuvo en cero.
No estoy entendiendo nada de lo que dice. Sin embargo mantengo mi expresión de extremo interés y plena comprensión.
Ella se angustia. Extrapola el problema al punto de transformarlo en una maldición que la transformará en un insecto de horrible aspecto si no logra resolverlo.
Su imaginación la envenena y hace que su carácter se altere y se enoje. Y así la encuentra de repente el silencio, mirándome furiosa por haber proyectado en mí el origen de su frustración.
Ya no solicita asistencia.
Está exigiendo la solución de un problema que por obra y gracia de su accidentada explicación pasó a ser mi deuda para con ella.
Pasaron menos de tres minutos desde que llegó y ya no recuerdo con que nombre se presentó. Me parece que termina en “ina”, pero mi mente se debate y retuerce frenéticamente en una espesa marea de combinaciones tratando de darle forma al evaporado nombre. Romina… Karina… Marina… Sabrina… Delfina….Merlina.
No. No se, me rindo.
Le ofrezco un café. No quiere. Miente explicando que está mal del estómago. Pero se que su verdad es única y simple. Solo quiere de mi la solución. Y hasta que eso no ocurra seré el responsable de todos sus males.
Me mata de ternura. Tan joven, tan linda, tan torpe y tan necia.
Estuve a nada de explicarle. En el último instante me contuve. No solo sería inútil, sino que le brindaría la posibilidad de fortalecer su intrincada hipótesis de que la falta de solución era mi problema
Sin que se lo pidiera, me entrega una carpeta de no más de cuatro hojas con ademán de representante del diablo que me deja copia del contrato que me obliga a entregarle el alma.
Hago la mímica de leerlo en silencio y con avidez de detalles.
Ella sonríe por primera vez. No puedo descifrar por qué lo hace.
Arriesgo Romina.
Error, no terminaba en “ina”
Me corrige con un modulado “Claudia” y me apuñala con un oxidado: “Necesito resolverlo antes del jueves”
Su sonrisa se convirtió en expresión de odio visceral cuando le dije que me era imposible comprometerme con un plazo.
Invoca nuevamente a su jefe, pero ahora presentándolo como un ser superior capaz de desintegrarme con un Memorandum letal.
Tomo el teléfono y llamo a su jefe. La secretaria, ser más poderoso y omnisciente que su propio líder, se resiste a transferirme, pero luego de un infalible, “Dejate de joder y pasame porque si tengo que ir hasta ahí, te vuelco el café en el escritorio” me comunica con Dios.
Dios me saluda con sorpresa y divertido me pregunta que necesito.
Le cuento que una tal Claudia Romina está frente a mí planteándome un problema que debo resolver antes del jueves por orden suya.
Me pide que le pase el teléfono a la bella desconcertada.
Ella lleva el auricular a su oído y algunos segundos después repite un par de veces: “Si, bueno… OK”.
Cuelga y se disculpa por haber creído que yo era un tal Oscar u Omar, esta vez estoy seguro que terminaba con “ar”, y se va.
Huye, sería el término más apropiado.
Antes de que se perdiera de vista la llamo. Cuando se da vuelta abanico la carpeta que dejó abandonada en su rauda retirada para que vuelva a buscarla, aliviado por haberla llamado usando el nombre correcto.

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