martes, 20 de noviembre de 2012

LA ISLA PERDIDA

-Acordate que hoy a la noche tenemos el cumpleaños de Mabel-
Siempre que mi mujer incluye en una frase las palabras acordate y tenemos, es para reforzar el concepto de obligación de asistencia a lugares que sabe que son insufribles para mí.
-¿No me digas? ¿Y desde cuando se supone que debería tener en agenda este ineludible… perdón, ineludible no es la palabra correcta… digamos desagradable, bueno no… desagradable tampoco, pero ahora no se me ocurre una peor… compromiso?
-Te avisé hace más de una semana, así que no me vengas con reclamos. Siempre que te aviso que tenemos que ir a un lugar donde están mis amigas empezás a protestar.
- No digas eso. No es cierto. En primer lugar no puedo retener el nombre de tus amigas. Para mi todas se llaman “hola” o “cómo estás”. Y en segundo lugar empiezo a protestar recién cuando estoy en camino. Con tanta anticipación no. Me hace mal.
- Lo que sea, Mabel cumple 50 y hace la fiesta en un salón. Todas van con sus maridos. No puedo ir sola, tenemos que ir los dos.-
-¿En un salón? Pobre… ¿Y se lo cubre la obra social?
-Hacete el boludo si querés. Pero tenemos que estar ahí a las nueve de la noche. Tomá la dirección.- Y me alcanza una tarjeta.
-¡Pero esto queda casi en Surinam! ¿No lo podía hacer en Capital aunque sea?-
No obtuve respuesta. Tampoco importa. Tengo que ponerle onda porque sino ésta tortura será tremenda.
Son las nueve menos diez cuando me entero por medio de un desconocido parado en una esquina del finis terrae bonaerense, que es cerquita, no más de siete u ocho cuadras, pero del otro lado de la vía, y tengo que cruzar por una calle de nombre irreproducible luego de hacer dos por ésta, agarrar la que sale en diagonal, y en el semáforo “grande” doblar a la izquierda, que ahí, si le pregunto a alguien, me va a saber indicar en seguida. Todo un GPS el chabón.
Diez menos cinco y luego de dar chiquicientas vueltas, logro estacionar casi en la puerta del esquivo salón.
-¡Buenas noches! ¿Su apellido?-
-Maschwitz, Ingeniero Maschwitz- Le respondo con un dejo de obviedad a la blonda recepcionista.
-A veerrrr… mmmm. ¿Con M, no?
-Entre otras…-
Aguardemé un segundito por favor que voy a preguntar.
-¿A quién le vas a preguntar?, sino estoy, no estoy, punto, me las tomo.
-López Arregui- Interrumpe mi amada con pasmosa serenidad y distinción.
-¡Ah! ¡Sí! Adelante, pasen, mesa Nº 6.
Ahora sí que cagamos la bandera. Es con mesa la cosa.
-¡Ahí está Ale!- Gritan al unísono tres que se abalanzan locas de alegría hacia donde estamos nosotros.
Me saludan como si fuese íntimo amigo de ellas, y mienten comentando entre sí que estoy siempre igual. Estuve a punto explicar que evito éste tipo de reuniones para mantenerme así, cuerdo al menos, pero preferí callar y saludar con un beso primero a “Hola”, luego a “Cómo estás” y por último a “Qué hacés, tanto tiempo”. Craso error. Apellido incorrecto. “Qué hacés” es la hermana menor de Mabel, a quien teóricamente jamás vi y no había forma de enmendar con una explicación del tipo: “Te confundí con tu hermana” porque a Mabel el tiempo la había castigado duramente (El referí tuvo que parar la pelea por knockout técnico hace más de una década). Esta mujer luce mucho más joven y muy atractiva, por cierto. En un golpe de suerte, una moza me ofrece un canapé imposible de tomar con una sola mano, que me permite girar y darle la espalda a las cuatro que ya conversan alegremente. La moza se aleja dejándome con el indomable canapé al borde de la desintegración en mis manos, y de frente a una especie de sofá enclavado en una de las paredes de la recepción, donde habían acomodado a seis momias incas con cara de ojete, que luego supe eran tías de Mabel. Sonrío e inclino la cabeza a modo de saludo pero ni se mosquearon. Una sola creo que respondió porque la sorprendí pestañando.
Después de semejante comienzo y cansado de pensar de qué forma me iba a llevar a la boca el inestable canapé, lo hice un bollo junto con la servilleta y se lo intercambié a un mozo por un vaso de cerveza.
-¡Hola Luis!-
-¡Hola! ¿”Cómo andás”? - Cómo me jode que todos sepan quién soy y lo vociferen a los cuatro vientos. “Cómo andás” Es el marido de “Hola”.-
-¿Llegaron bien?-
-Sí, bárbaro, aprovechamos para pasear un poquito por el barrio, pero sin un solo rasguño.-
-Nosotros vinimos en un remis, porque por esta zona no me ubico- Me comenta con aire canchero mientras les hace gestos a otros integrantes del sindicato de maridos y parejas para que se acerquen y agrega. – Fuimos unos de los primeros en llegar.-
-Buenísimo- Atino a decir antes del arribo del resto del plantel de consortes.
-Estamos todos en la misma mesa- Sentencia “Cómo te va”, marido de “Cómo estás”, explicándonos además cómo había hecho para conseguir esa información ultrasecreta de primera mano.
-Buenisimo- repito ante la falta de opciones para elegir el adjetivo correcto, pero coincide con la invitación de una voz en off para ingresar al salón y sentarnos a la mesa, sonando genuino.
El azar quiso que la gran mesa redonda y el importante arreglo floral ubicado en su centro me impida participar de todas las conversaciones, quedando aislado entre la hermana desconocida de Mabel, mi señora y el cerco vivo, motivo necesario y suficiente para librarme de la incomodidad de entablar dialogo con nadie.
La voz en off hace una introducción que augura el arribo de la agasajada con una peculiar música de fondo. Es conocida, pero no encaja con el lugar… estoy seguro de haberla escuchado antes… ¿No es la música de Disney?- Le pregunto al arreglo floral.
La respuesta llegó de inmediato. Sentada en una silla de madera de inmenso respaldo a la que dotaron de rueditas en sus patas, entra Mabel caracterizada de Blancanieves, munida de una varita que remata en una estrella dorada y propulsada por cuatro niños disfrazados de enanos que la empujan. Si bien el recorrido fue extenso y debió ser corregido un par de veces porque la silla tendía a deslizarse de costado, provocando muecas en el rostro de Mabel, concluyó sin incidentes. Nadie atinó a nada. Todos miraban fijamente a Mabel inmóviles. Pero como mi capacidad de asombro ya fue superada largamente hace años, no me afectó la parálisis del miedo como al resto y comencé a aplaudir ruidosamente al grito de “¡Bravo Mabel!” que en seguida imitaron todos. Mabel toma el micrófono y explica que se vistió de esa forma porque ésta fiesta era para ella un homenaje a la infancia, que es eterna e independiente de la edad cronológica y de sus propios cincuenta años. No explicó lo de la varita mágica, asociada más al hada Patricia que a Blancanieves, pero luego de la impactante entrada, ese era un pequeñísimo detalle sin importancia.
Ya comimos y bailamos de manera alternada un par de veces. Hasta soporté estoico un karaoke haciendo trío con “Cómo andás” y “Como te va”. La hermana de Mabel abusó del vino blanco y se puso demasiado cargosa. Apenas cuarentona, sin compañía al menos esa noche, algo entonada y con algunos que le festejaron un par de frases con doble sentido, se transformó en la reina de la noche. Interrumpió todos y cada uno de los insoportables trencitos abusando del truco el culo bobo cada vez que éste se detenía, repitiendo la técnica más de una vez delante de “Cómo te va”.
A “Como estás” le sobresalían las venas del cuello cerca de dos centímetros. Con un par de miradas fulminantes le borró la sonrisa libidinosa a su marido. Milagrosamente concluye la sección de baile para poder disfrutar de la mesa de dulces.
-Ya se está pasando al patio- Comenta mi amada mientras me señala moviendo apenas la cabeza en dirección a la mesa de los postres, donde la hermana de Mabel se sirve una porción de isla flotante inclinada para exponer de manera alevosa el escote frente a “Como te va”, que ahogado en baba pierde la coordinación y le sirve la porción de lemon pie sobre el brazo de “Como estas”, en vez de hacerlo en el plato que ella sostenía, cayendo luego tal como las leyes del universo indican, del lado del merengue sobre las prendas de su consorte.
Gracias a una rápida intervención de Mabel, que en ningún momento soltó la varita de la estrella dorada, evitó que su hermana perdiera la cabellera en manos de “Como estás”, quien logró zamarrearla de tal modo que uno de los pechos afloró completamente del escote, junto a varios bollos de algodón que cayeron sobre la isla flotante, dejando al descubierto su falsa voluptuosidad.
“Como estás” y “Como te va” desaparecieron súbitamente. Esa varita que usa Blancanieves no es joda.
La hermana de Mabel se sienta en la mesa de las momias Incas, escondiendo el rostro en el hombro de una de ellas mientras la abraza, al tiempo que otra trata de acomodarle el cabello con torpes palmaditas en la cabeza. Las demás observan sin el mínimo rastro de emoción en sus rostros.
-La boluda de las tetas falsas me cagó la isla flotante- Le comento a mi mujer mientras sostengo un plato vacío en una mano y una cuchara de postre en la otra, estático frente a la mesa.
- Servite de esa torta de mousse de chocolate que está riquísima y dejá de mirar con melancolía la isla flotante con los algodones absorbiendo el caramelo que me da mucho asco.

2 comentarios:

  1. Una de esos relatos que pintan lo que todos hemos vivido alguna vez, pero con ese magistral toque de ácido humor. Excelente!

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