viernes, 20 de mayo de 2011

Secuelas

Todavía me duele el cuerpo del golpe que me di cuando me caí de la escalera.
¡Y qué pesados los dos tipos del otro día! Me persiguieron durante media hora, delirando sobre el montaje de un espectáculo y la cantidad de presentaciones que era capaz de soportar si el piso estuviese convenientemente acolchado.
Por suerte quedaron enredados en una discusión bizantina relacionada con el título de la puesta en escena, que me permitió escapar del lugar y del mal recuerdo de la caída. Curioso 2 acaloradamente quería imponer “El sobreviviente perdido del Challenger” y Curioso 1 con la académica soltura de un erudito de Cambridge defendía “ PPAFF!!”, de las siglas en ingles para Philadelphia Project Appearer Funny Fan “
Semanas después, para aliviar la angustia de no compartir la historia del raro accidente y evitar preocuparla, le conté a mi mujer que había tenido un sueño rarísimo, resumiendo sin muchos detalles, más o menos como había sido.
Primero me miró con cara de “Aflojá con el Actimel que a vos se ve que no te hace bien” pero en seguida se interesó por el tema y decidió realizar una interconsulta con su hermana, avezada especialista en cuestiones oníricas.
Ella es una suerte de pitonisa criolla del sagrado oráculo del delirium tremens. Recuerdo que en una oportunidad, al poco tiempo de haberla conocido y una de las primeras veces que me quedaba a cenar en la casa de mi suegra, en una charla de sobremesa con varias personas que conocí esa noche, surgió el tema del significado de los sueños. Luego de escuchar atentamente un par de comentarios de los presentes, conté que tenía sueños recurrentes en el que volaba con una sensación de levitación muy vívida. Mi cuñada, con expresión carente de cualquier emoción, digna de un experto jugador de poker, sentencia categórica y sin mediar preámbulo: “Eso significa que en ese momento estás teniendo una erección” Nunca antes el silencio, como el que invadió pesadamente la mesa en ese momento, me había parecido tan elocuente. Jamás volví a mencionar siquiera la palabra sueño delante de ella.
Tuve que aguardar pacientemente el final de una extensa conversación telefónica para conocer la opinión de mi esposa.
Para situar al lector en términos de tiempo, una conversación telefónica escueta entre hermanas, del estilo “Te llamo solo para...”, por lo general dura 40 minutos. Una de tipo informativa de un solo sentido, alrededor de hora veinte. Las consultivas bidireccionales como en este caso, exceden el límite de la memoria y mi paciencia como para tomar el tiempo, pero si sirve como parámetro, el aparato telefónico llega a igualar la temperatura corporal de mi señora.
Cuando por fin colgó, quedó en silencio un instante con la vista perdida y atrapada en sus pensamientos. Pensé entonces que se avecinaba una cátedra del tipo: “Lo que vos experimentaste en el sueño es la consecuencia de un proceso recesivo secundario producto de algún registro parcialmente borrado del sistema involuntario de recuerdos, que fuera descrito por Ebbinghaus y James a finales del siglo XIX, y que afloró de manera espontánea, impulsado quizás por algún disparador ocasional. Evidentemente una huella mnémica de algún evento pasado que se preservó parcialmente, y se actualizó en el aquí y ahora de tu presente psicológico. Es natural a tu edad dado a que se pierde la discriminabilidad de la huella de memoria. De todos modos el fenómeno cognitivo de la recuperación del recuerdo difícilmente se manifiesta en un sueño, pero si frecuentemente como resultado del estrés postraumático”. Sin omitir que, seguramente, en algún punto entre el proceso recesivo secundario y la discriminalidad de la huella de memoria, mi cuñada haya diagnosticado también que tuve una erección.
Pero el poder de síntesis de mi señora, cuando no está al teléfono, es titánico, y resumió lo que en principio supuse iba a ser su opus mater et magistra con un conciso y contundente:
-“Vas a tener que empezar a cuidarte con el alcohol”-
No puede evitarlo. Me quebré ante semejante sentencia académica y le conté la verdad.
En seguida y como temía, la angustia se apoderó de ella y comenzó con la constante e ininterrumpida secuencia de preguntas y exclamaciones, propias del momento: “¿Pero cómo hiciste? ¡Por Dios! ¡No tenés cuidado! ¿Fuiste al médico? ¡Me lo imagino y se me aflojan las piernas! ¡Te dije que un día te ibas a venir en banda de esa escalera!”
A las que yo respondo casi sin escuchar: No se... No fue nada... Y, fue un accidente... No... Tampoco es para tanto.... Y, si, me lo dijiste... pero bueh…
Cuando el pico de angustia se superó, comenzaron a acumularse las especulaciones, sobre las connotaciones de haber padecido la gran Sueiro.
Todos los días se formulaba una nueva hipótesis, pero las que más abundaban eran las relacionadas con la señora a la que alguien llamó preguntando por Luis mientras miraba Montecristo. Mi señora insistía en que fue precisamente en ese momento que estaban tratando de contactarse conmigo. Luego de un par de semanas y como no podía ser de otro modo cuando no puede resolver un enigma que ella misma crea, me imputó como único responsable de que los que estaban tratando de comunicarse conmigo no lo haya logrado en ese entonces.
Y como no podía ser de otro modo también, cuando mi señora me imputa algo, termino haciéndome cargo

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