Las seis de la tarde me toma por sorpresa en la avenida Independencia cruzando con lo justo la calle Perú como para no quedar sobre la senda peatonal. Un pibe con un Gol tuneado dos autos hacia la izquierda, nos deleita de prepo con música de dudoso gusto a todo volumen mientras el tachero de mi derecha le gesticula maldiciones al micrófono de su radio con saña desmedida.
Cinco minutos pasaron y sigo en el mismo lugar. Apago el motor. A la música del pibe del Gol y a los ahora gritos del tachero, se ha sumado un coro de bocinas estériles y destellos de luces largas de los que quedaron obstruyendo la circulación por Perú. Volteo los espejos retrovisores porque el BMW de atrás con sus rutilantes luces de xenón que brillan más que el sol de la tarde, me va a provocar desprendimiento de retina.
En la radio suena “Like a Rolling Stone” en la versión de los ídem. La locutora cae en la trampa y les endosa también la autoría del tema. Apago la radio.
Repentinamente, un grupete de la Guardia Urbana, silbatos relucientes entre dientes, uniformes y gorra uno o dos talles más grandes de lo que deberían usar y los clásicos chalecos verde flúo, entra en escena moviendo cada uno sus bracitos de manera discordante con el resto del imberbe pelotón en un intento poco coreográfico de hacer señas para ordenar a un tránsito completamente inmóvil. Uno de ellos me mira y hace un gesto con su mano derecha por encima de la cabeza, describiendo círculos mientras que con la mano izquierda, palma perfectamente paralela al piso realiza un movimiento hacia delante y hacia atrás, similar al que haría alguien al lustrar un mueble. Bajo el vidrio y le comunico al Marcel Marceau del tránsito que mi auto no vino equipado con el opcional helicóptero, pero que como viene la mano mi próximo vehículo seguramente será un Harrier. Me responde con gestos y potentes silbatazos, pese a estar parado a menos de medio metro de mi auto, indicándome ahora que las señas eran para el BMW de atrás, que seguía haciendo señales con las luces pero ahora de manera algo histérica.
-Disculpame capo… ¿Qué es lo qué querés hacer? - Le pregunto a Marcel
Marcel se va sin gesticular ni pitar respuesta alguna, dirigiéndose a otro grupo de autos que queda fuera del alcance de mi vista. Me hubiese gustado saber que fue lo que realmente quería que el del BMW hiciera. Quizás que se dejara de embromar con las luces, pero se ve que no porque los destellos continúan.
La del K de adelante acomodó su retrovisor y comenzó a retocar su maquillaje. El del Renault 9 semidestruido a la derecha del K, se sostiene entre la puerta abierta y el techo del maltratado rodado parado sobre el asiento, tratando de divisar qué es lo que paraliza el tránsito, como baqueano que escudriña la Pampa de pie sobre las ancas de su flete, y al no lograrlo, le gesticula al pibe del gol musical como para que afloje un poquito con el bochinche. El pibe gesticula también. No entiendo que es lo que quiere expresar pero se ve que el del Renault 9 si porque gritó como desaforado: “¡Poné música chabón, tonces, poné!”
El ocaso torna más agónica la situación e inútiles a los parasoles. Me bajo del auto. Le doy la espalda al sol naranja que enceguece mientras me desperezo de manera grosera y sin reparos. El del BM me dice algo que no llego a escuchar y me acerco a él.
-¿Qué pasa, master? ¿No le anda la G al Mach-5? Pregunto demostrando verdadero interés.
-¡No te podés bajar así del auto flaco!- Sentencia categórico y consternado el piloto del BM.
-¡Si!- respondo con entusiasmo- ¿Cómo que no? ¡Mirame como me bajé! Pero si me hacés la gauchada y la cortás con las lucecitas yo me subo de nuevo. ¿Si?
Levantó el oscuro y reluciente vidrio de su ventanilla obteniendo como única respuesta el reflejo deformado de mi cara en ella. Pero desistió de continuar con el juego de luces.
La cosa comienza a mejorar.
Devolviendo la gentileza, doy la vuelta para retornar y veo a otra integrante del Cirque du Soleil metropolitano escudriñando el interior de mi auto y golpeando con los nudillos la ventanilla en un intento, creo yo, de que alguien escondido en el interior la atienda.
-¡Hola! ¿Cómo andás? – la saludo con mi mejor sonrisa e imitando su gesto apoyo la frente en la ventanilla trasera usando las manos como anteojeras para evitar el reflejo y observar el calmo vacío del interior de mi propio coche.
-¿Qué paso, linda, se borró el del auto?- Le pregunto sin abandonar el fingido intento de encontrar a alguien en el asiento trasero.
-¡Si, se fue el idiota de éste auto!- responde mientras golpea sus muslos, simultáneamente con ambas manos, en un gesto de fastidio.
- No te pongas así. En una de esas lo atacó una descompostura y salió de raje a buscar un baño – Y le pregunto en seguida:- ¿Qué pasa que está todo parado?
-Cortaron el cruce de la 9 de Julio por una columna de manifestantes que van hacia el Obelisco.-
-Perdoname si la pregunta que te hago es estúpida, pero: ¿Si el problema está en la 9 de julio, Uds. no tendrían que estar allá para pilotearla?
-Y…si… pero lo que pasa es que somos nuevos y allá es un quilombo - Me responde con pasmosa franqueza, agregando: -. ¡Y mirá este infeliz donde dejó abandonado el auto!
-Claro… acá si no fuera por el idiota que dejó el auto en banda, se estaría fenómeno, ¿No?
- ¡Pero qué pelotudo éste tipo! – Exclama ahora roja de ira y oteando en todas direcciones como tratando de identificar al dueño del auto supuestamente abandonado.
En eso veo que más adelante hay algo de movimiento y a varios del la guardia urbana que se congregan en la esquina, pero sin dejar de agitar los bracitos haciendo señales en todas direcciones.
- Me parece que te hicieron señas para que vayas - le mentí.- Yo me quedo. De última llamo a alguien que me de una mano y lo empujamos a un costado si el tipo no aparece, ¿Te parece?
- ¡Ay, gracias, sos un divino!- En serio. ¡Graciassss! Y apura el paso para reunirse con el resto de la troupe verde flúo mientras sujeta su holgada gorra para que no se le vuele.
- Mi amor…- Susurré mientras la veía alejarse.
La pareja del 207 de al lado me observa boquiabierta mientras vuelvo a entrar al auto.
La fila de mi derecha se mueve un par de metros. El del BM intenta pasarse a esa fila pero estaba muy pegado a mi auto y no puede. Comienza otra vez con las luces. Entonces cambio yo de fila, que para mi sorpresa comienza a avanzar lentamente pero de manera constante.
Sigo avanzando y al pasar junto a la brigada de tránsito circense, soplo el beso que dejé en mi mano en dirección a la agente de tránsito que un par de minutos atrás me dijo que era un divino, además idiota, infeliz y pelotudo abandonador de vehículos, por desconocer mi identidad secreta.
Ella, sonriente, abanica su mano con entusiasmo en señal de despedida.
La observo un instante por el retrovisor y veo que, luego de señalarme con sorpresa y ya no tan divertida, se quita la gorra y se rasca la cabeza.
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