viernes, 20 de mayo de 2011

Cortame la música

Llueve a cántaros, perdí la mañana en una seguidilla de reuniones inútiles, son más de las tres de la tarde y mi estómago ruge furioso porque no almorcé.
Ya en la oficina y mientras me saco el piloto leo entre otros diez post-it pegados en el monitor de la PC, uno escrito en rojo con la apocalíptica frase: “Te espera en recepción la gente de sistemas”.
¿La Gente? ¿Con una persona no es suficiente? ¿Por qué esperan? ¿Los dejé plantados, aunque sin intención, más de una hora y siguen esperando?
Ya no.
Bob Esponja y Patricio están entrando a la oficina. Se ven asquerosamente felices.
Varios meses atrás se solicitó el desarrollo de un programa para el manejo de datos de bases múltiples, que debía estar terminado y operando hace rato. Pero Patricio ataca tratando de hacerme cómplice de lo que no se pudo hacer, describiendo las paradójicas incompatibilidades entre plataformas gesticulando con las manitos bien planas, con dedos juntitos y rígidas como paletas. Mientras que con la izquierda hace movimientos en zig-zag en distintos y aleatorios lugares del espacio, con la derecha hace cortes perfectamente paralelos y verticales cada tres o cuatro centímetros en el aire a la altura de su cabeza, que controla atentamente siguiéndolos con la mirada.
Antes de que siguiera, o de que no pudiera reprimir más el deseo de partirle los brazos con el perchero, le pido por favor que no me explique nada, que los expertos en sistemas son ellos y que si no se logró exactamente lo que se pretendía solo podía ser por dos cosas: intentaron hacer lo que ellos entendieron, que no necesariamente es hacer lo que se solicitó, o que entendieron perfectamente lo que se solicitó pero no lograron hacerlo.
La sonrisa de absurda felicidad de Patricio desapareció y la mía retornó automáticamente.
Bob que aún no había perdido la suya, me explica en la espantosa pantalla atiborrada de iconos y botones de acción, clara señal de que patinaron en todo lo demás, la secuencia de ingreso de los parámetros, prolijamente ordenados en listas de consulta kilométricas.
Respondo calmadamente que si a todas y cada una de las tres mil veces que preguntó “¿Se entiende?” y en menos de 40 minutos logro que desaparezcan.
Un verdadero milagro.
Estoy sin voluntad de encarar cualquier otra cosa en la media hora que resta de la jornada. Juego con el cursor sobre la ridícula pantalla llena de íconos y de aburrido se me ocurre probar el programa para chequear los títulos de las cadenas de discos y canciones, que entre Lasalamandra, Diablo Ramal y Aramis Musketeers me están dando una paliza de aquellas.
A los 5 segundos el sistema se cuelga mal.
Mal no, re mal. El monitor se puso de estridente color azul falla catastrófica.
Harto de pálidas, le meto un dedazo demorado a la PC y pasa al elegante negro se apagó. Fantástico.
Basta por hoy, me voy a la mierda.
Suena el teléfono y atiendo en un acto reflejo por el que me maldigo a mi mismo.
No me voy un pito.
Otra vez Patricio. Me pregunta si ya había hecho correr el programa y le mentí despiadadamente respondiéndole que no había tenido el placer todavía.
-¡Uf! ¡Menos mal!” – Exclama aliviado. - Detectamos un problema que afecta al IVR del Call Center. Lo tenemos que desinstalar y reiniciar los servers -.
-¿Ah, si? Qué raro che… ¿Y cuál es la falla?-
- No estamos muy seguros todavía, pero cada vez que un cliente accede al menú de opciones y presiona un número en su teléfono, en lugar de pasar a la instancia siguiente, se escucha a todo volumen una canción de Los Redondos-.
-¡Uhhh, copaaad…- me auto censuro y corrijo: -… pero qué problemón! Bueno, cómo vos digas, si no quedan alternativas desinstálalo nomás -.
- Gracias –
En seguida hago un llamado al call center por la línea externa para saciar mi curiosidad. Ya no se escuchan a Los Redondos. Suena a todo lo que da Jugo de tomate.
Termino de escuchar el tema en manos libres, y ahora si, con una sonrisa que seguramente me durará varios días, me voy a casa canturreando: …”Si querés ser un terrible vago, na, na…”

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