Una de las actividades más rentables en pos de juntar fondos para el viaje de egresados a inicios de los '80 era organizar bailes. Si bien las chicas del Normal Prospero Alemandri y las del Sagrado Corazón eran las verdaderas líderes en lo que a organización de bailes de egresados se refiere, nuestra labor fue más que meritoria para ser principiantes.
Se debieron vencer una serie de obstáculos que en momentos de proponer el plan de acción no se habían tenido en cuenta, quizás en parte por la falta de experiencia, o tal vez por el ambiente represivo de la época de esplendor del Proceso de Reorganización Nacional.
Pero el escollo más importante era el hecho de que quienes organizábamos el baile éramos de un colegio Industrial. El vulgo al colegio industrial lo definía en base a conceptos parciales generalmente asociados a colegio de varones que estudian mecánica, que tienen taller a la tarde y cursan un año más de estudio que el resto de las carreras del secundario. Ese preconcepto, se tornaba en una suerte de cruel discriminación por parte de la población estudiantil femenina que concurría al colegio comercial donde eran mayoría. A la distancia debo reconocer que no era para menos, teniendo en cuenta que, por poner un ejemplo, el colegio al que asistíamos concurrían 1200 alumnos, de los cuales 1195 éramos varones y solo 5 eran mujeres (o al menos eso creíamos). En resumen, éramos vistos como energúmenos mal vestidos con olor a grasa de taller y desesperados por chicas.
A los pocos días de iniciada la venta de entradas, se hizo evidente que la concurrencia femenina iba a ser escasa. Ni nuestras hermanas querían ir siquiera gratis a modo de grupines para fomentar la concurrencia del sexo opuesto.
Necesitábamos desesperadamente de asesores externos. La fecha del evento se acercaba, ya habíamos señado el salón, pagado el permiso municipal, comprado las bebidas, y la venta de entradas era dramáticamente escasa.
Recurrimos entonces a amigas que estudiaban en un colegio comercial.
Nos juntamos un sábado en la casa de una de las chicas que estudiaban en el recontracheto Instituto Modelo de Banfield, que conocíamos de las Ferias de Ciencias.
En menos de media hora estas pibas que la tenían re clara, nos indicaron a grandes rasgos la estrategia a seguir. Era perfecta. Nos costaba apenas un pequeño porcentaje de comisión por las entradas que ellas vendieran y una pequeña inversión en afiches y panfletos publicitarios que no habíamos tenido en cuenta. Solo había un problema. Debíamos cambiarle el nombre al evento.
Un par de años antes, era muy difícil que a cualquiera que tuviera escasos 15 o 16 años y fuera de sexo masculino, lo dejaran entrar fácilmente a un boliche. Como es habitual en el ambiente estudiantil, toda división contaba con un mitómano y el nuestro se vendía como el John Travolta argentino. Según él, no había sábado a la noche que no fuera a bailar. Un buen día, cansados de escuchar anécdotas y sucesos de su falsa vida bolichera, decidimos hacerle una joda. Le hicimos creer que conocimos un boliche donde no te hacían historia para entrar, que las minas eran todas diosas y que por supuesto no planchabas nunca, salvo que entraras con muletas. El nombre del ficticio boliche era Cornazo Discotec y la dirección era coincidente con una casa de sepelios en Valentín Alsina. Un lunes este pibe cuenta la película de que el sábado anterior había ido a Cornazo, que le encantó y que se había levantado a una rubia descomunal. La paliza que recibió fue soberana. Y a partir de ese momento Cornazo pasó a ser su apodo permanente.
Cuando decidimos por votación ponerle un nombre al baile, Cornazo arrasó con el 99% de los votos, pero esa tarde en la casa de Mara debimos reconocer a la luz de los acontecimientos que con ese nombre espantábamos aún más a las pibas.
Luego de una breve discusión y debido a que las entradas ya estaban selladas por la municipalidad, con mucha paciencia, unos cuantos marcadores negros y unas etiquetas fotocopiadas de un original hecho con Letraset, el nombre impreso en los tickets se transformó en:
C R A O
Comisión de Recaudación, Administración y Organización.
Viaje de egresados, 6° Tercera, ENET N° 3 de Avellaneda
A pesar de la grosera improvisación de último momento, solo quedaron sin vender 15 de las 500 entradas autorizadas.
La mañana del sábado en que se llevaría a cabo nuestro primer baile de egresados, fuimos los integrantes del primer grupo, encargado de adecuar el salón para convertirlo en lo más parecido a un boliche de onda. Dado a que nuestra especialidad técnica era electrónica, teníamos cientos de kilos de equipo, entre luces, amplificadores y columnas de sonido. Grande fue nuestra sorpresa cuando el responsable del salón del Círculo Friulano de Avellaneda nos paró en la puerta diciendo: "-Muchachos, acá no me instalan ninguna de esas porquerías. Lo hacen con los equipos que el salón tiene ya instalados-". Luego de dos horas de intensa discusión, logramos que nos permitieran instalar al menos los equipos de audio.
El impacto psicológico fue muy grande. Habíamos centrado todo nuestro esfuerzo en el despliegue tecnológico para que el simple baile de egresados fuese recordado como el mejor de los últimos años.
A eso de las seis y media de la tarde llegó para reemplazarnos el segundo grupo, encargado de montar la barra y acondicionar la bebida. Uno de los integrantes del segundo grupo era el Chino Miguel. Miguel era en realidad descendiente de japoneses, macanudo, prácticamente mudo y cuyo aspecto era lo más parecido a un luchador de Sumo en miniatura. Mientras le contábamos al grupo recién llegado y nos lamentábamos todos juntos de que no pudimos instalar nuestro elaborado equipo de iluminación, el chino dijo la primera frase que hubiésemos escuchado de él con más de cinco palabras: -"Estuve viendo el tablero del salón, no se preocupen, de las luces me encargo yo."- Como era inútil discutir con el Chino, le dijimos OK! hacete cargo, y nos fuimos a dar un baño, comer algo y cambiarnos de pilcha ya que en algo menos de tres horas se abría la pista.
A las nueve lo pasé a buscar al Gallego Fernandez quien me hacía pata con Daniela, amiga de su chica, a quien ya conocía de un baile de egresados que organizaron los del Próspero Alemandri algunas semanas antes. Los cuatro nos fuimos para el Circulo Friulano tratando de no revelar muchos detalles de nuestros problemas de iluminación porque era un quemo, y no quería que se cortara la onda con Daniela ya que era un huesito de primera.
Cuando llegamos, el Abuelo hacía las veces de patovica de lujo enfundado en un traje azul y luciendo una corbata del viejo, que según nos comentara, era italiana. Toda una paquetería para los estándares bolicheros de la época, que tanto la novia del gallego como Daniela elogiaron.
La buena impresión fue empañada por el comentario de Daniela cuando entramos al salón: "-¿Chicos, no les parece un poco iluminado de más?". - En seguida salí al cruce explicándole que era hasta que arrancara, y para mis adentros suplicaba que el chino no fallara.
Exactamente a las nueve y media nuestro D.J. saca la ambiental y arranca al mango con Peter Gunn en la versión de ELP. Instintivamente cerré los ojos esperando lo peor. La expresión de aprobación de la concurrencia me hizo cambiar de opinión. Los reflectores se encendían y apagaban en una secuencia de colores espectacular, acompañando el ritmo, y los spots de luz blanca se encendían con los acordes más agudos del tema. Daniela casi me arranca el brazo del tirón con el que me llevó a la pista que ya se había llenado.
Los temas seguían pasando, y la calidad de la iluminación no había decrecido en absoluto. A eso de las once, le dije a la infatigable Daniela que iba a buscar algo para beber, y aprovechando la excusa me fui hasta donde estaba el chino.
La escena me dejó perplejo. Parado sobre un inestable cajón de escritorio, estaba el chino en un estado de concentración cercano al trance empapado en transpiración, manipulando las arcaicas llaves eléctricas de un maltrecho tablero de mármol, más arcaico todavía, al ritmo de la música, mientras el flaco De Luca lo abanicaba con un pedazo de caja de cartón de Lavandina Ayudin. El flaco me hace un gesto como para que me aleje y no lo desconcentre al Maestro.
El baile fue todo un éxito desde el punto de vista económico, y gracias al chino, un éxito publicitario que nos permitió hacer un segundo baile un par de meses después. Llegar a salir con Daniela me consumió más tiempo de lo que duró nuestra efímera relación, pero de todos modos valió la pena.
LD: soy Gusbatero de Psico ;)
ResponderEliminarRecién me entero de tu blog y es lo primero que leo. No puedo más que felicitarte por la manera en que tu relato me hizo emocionar y VIVIR todo lo que contás. Voy a dedicarle un tiempito a leer todo...
Felicitaciones de nuevo y GRACIAS!